miércoles, 20 de noviembre de 2019

Los votantes no se equivocan

Los votantes no se equivocan



Decía un eminente sociólogo (refiriéndose al resultado de las elecciones) que ‘los votantes no se equivocan’. Y debe ser así, pero –yo apunto- ¡qué mala leche que tenemos algunas veces, jolín!

Es posible que los ciudadanos hayamos querido manifestar nuestro hartazgo y el malestar que se ha creado, por la repetición de las elecciones, con un mandato endiablado dirigido al próximo gobierno, y al que le está mandando un mensaje muy claro. Un mensaje, cargado de nitroglicerina, que, mucho me temo, nuestros políticos no lo van a saber (o querer) descifrar. Y lo peor es que, a los encargados de interpretar el resultado de las elecciones y por tanto de formar gobierno, como no sepan manejar el ‘encargo de funciones’ que han recibido, les podría estallar en las manos.
La torpeza de Pedro Sánchez al convocar elecciones, con el objetivo de mejorar sus resultados del pasado 28 de abril, le han conducido de Guatemala a Guatepeor. Y todo lo que ha prometido (en campaña) con el objetivo de atraerse el centro político y moderado, ahora se lo está comiendo con patatas, dado que se ve abocado a pactar con los nacionalistas e independentistas, si quiere continuar durmiendo en La Moncloa, ahora que –al parecer- Pablo Iglesias ya no le quita el sueño.
El grado de atomización que se ha producido en el Congreso de los Diputados complica bastante la negociación para la consecución de una investidura que pueda generar un gobierno, nada radicalizado, que es lo que España precisa en estos momentos. Una situación extraordinaria, donde dos acontecimientos de suma importancia precisan de una estabilidad y moderación en la acción de gobierno, y donde se debería buscar el máximo consenso y cooperación entre todas las formaciones políticas que apoyen la vía constitucional. Estas dos causas a las que me refiero, son, la situación de crisis económica en la que estamos entrando, de forma más acelerada a lo previsto, y la inseguridad y desestabilización social que se está produciendo como consecuencia del problema territorial planteado en Cataluña.
Por lo que respecta a la política económica, el peligro de repetir los errores del pasado es menor, ya que la Unión Europea nos está vigilando tras la reciente crisis padecida, estando monitorizados de forma minuciosa, y en una situación de vigilia permanente que nos da una cierta garantía frente a las veleidades y derroches que algunos partidos quieren imponer, camuflándolos en concepto de un supuesto gasto social.
Pero, el otro acontecimiento (el proceso por la segregación de Cataluña) es ya una cuestión interna de nuestro país y, en este tipo de cuestiones, Europa no se moja y nos deja hacer, si bien se muestra preocupada por los efectos colaterales, y como este tipo de movimientos ciudadanos pueda afectar al modelo territorial y la cohesión interna del resto de países que conforman la UE.
Ante el endiablado laberinto generado por la fragmentación del legislativo salido de las urnas, el PSOE no ha tenido más remedio que hacer lo que, en realidad, no quería, pero que es lo único que le han dejado. El pacto con su directo rival Podemos, al que ha intentado arrinconar y casi extinguir, sin conseguirlo. Si a esto añadimos la reacción en la noche electoral, de los partidos más a la derecha, cerrando el paso a cualquier tipo de acuerdo en relación con la investidura, en cuestión de horas la aritmética parlamentaria convirtió lo imposible en posible, y Pedro Sánchez escenificó, una vez más, uno de sus famosos bandazos a los que ya nos tiene acostumbrados.
Su decisión de pactar con su izquierda más radical, sorprendió a todos, cuando los analistas y la totalidad de las tertulias políticas ya estaban lanzando propuestas y deshojando la margarita, con las distintas posibilidades que se abrían en un parlamento atomizado, y donde las quinielas eran tan dispares como el número de tertulianos participantes.
Una vez más, el líder del PSOE ha hecho maravillas con su poder camaleónico, del que hace gala, y donde, de la necesidad ha hecho virtud, desdiciéndose de todo aquello que había prometido en la campaña electoral (ya se sabe aquello que decía el profesor Tierno Galván: ‘las promesas en campaña se hacen para no cumplirlas’) y ahora, al parecer, todo vale. Ya no existe ningún problema en que Pablo Iglesias configure un gobierno dentro de otro gobierno, como apuntó en su momento el Sr. Sánchez. Ni que Podemos defienda un referéndum de autodeterminación para Cataluña, o que se configure como un caballo de Troya, dentro del gobierno socialista, y dinamite la política económica que la UE nos imponga. No existe ya ninguna de las líneas rojas, a las que el presidente del gobierno aludió repetidas veces tras la legislatura nonata: pero eso, al fin y al cabo, no es más que una demostración palpable de las mentiras a las que Pedro Sánchez, por desgracia, nos tiene ya acostumbrados.
Lo peor, no obstante, está por venir. El ‘abrazo de Vergara’ como ya se le ha calificado al pacto, ha dado paso a una negociación contra reloj, con el objeto de recabar el resto de apoyos necesarios para llegar a conseguir una investidura, bien en primera o en segunda convocatoria (con mayoría simple). Y esto no es precisamente fácil, que digamos, dado el espectro político (nunca mejor dicho lo de espectro) con el que nos encontramos.
La correlación de fuerzas políticas existente da como resultado la necesidad de pactar con los grupos independentistas, salvo que Ciudadanos o el PP lo impidiesen con su abstención. Y aquí, de nuevo, nos situamos en la encrucijada en la que estábamos tras la anterior consulta electoral. La historia se vuelve a repetir, y la posibilidad de bloqueo o de estar en manos del secesionismo es una realidad a la que nos enfrentamos otra vez.
La pregunta que nos estamos haciendo muchos ciudadanos es la siguiente: Si Sánchez consiguiera aglutinar todos los votos del arco parlamentario (excepción hecha de Cs, PP, VOX y los representantes del independentismo) en favor de su candidatura, todavía le faltarían 7 escaños para la mayoría absoluta. Si la inmensa mayoría de los españoles no queremos un gobierno que dependa del voto independentista, tan solo quedarían los partidos del bloque de centro-derecha. Y, en este caso, ¿qué alternativa existe si estos se niegan a facilitar la investidura (aunque sea con una abstención)?
Mucho me temo que la cerrazón política nos está conduciendo, de nuevo, a un camino sin salida, donde el sectarismo ideológico de unos y el empecinamiento de otros nos van a castigar, consiguiendo favorecer la desestabilización que los enemigos de la unidad de España están persiguiendo. Los partidos que puedan impedir esta situación ya no podrán zafarse de su responsabilidad, por haberlo permitido.
Como decía al principio, los votantes no se equivocan, pero nos lo podrían haber puesto un poco más fácil.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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