A vueltas con el Rey Juan Carlos
Aunque me comprometí a no importunarles con mis escritos, durante las vacaciones estivales, adjuro de mi compromiso y me dispongo a escribir sobre un tema, por supuestísimo de actualidad y con polémica incluida, como es el culebrón montado entorno al Rey emérito y sus efectos colaterales aprovechados por determinada casta política.
Mi
primera reflexión la dedico a la tan cacareada presunción de inocencia,
pulverizada y hecha añicos, en toda su concepción y magnitud. Es una verdadera
pena que en la sociedad de un país que se considera democrático y civilizado,
no se respeten las normas y preceptos que ampara la Declaración Universal de Derechos Humanos, tan recurrida y
defendida por aquellos que –cuando no les conviene- la relegan, y que es un
principio fundamental al que tenemos derecho
todos los ciudadanos que, en nuestro país (y lo digo con conocimiento de causa)
no se cumple.
En
segundo lugar, me quiero referir a la memoria
histórica. Esa memoria, a veces demandada como una reivindicación pendiente
que –se dice- mejoraría la salud democrática de nuestra sociedad, no solo
abarca (como algunos piensan) los años de la infausta guerra incivil
–incluyendo la posguerra- sino que comprende cualquier periodo de la historia
que haya tenido un especial significado y trascendencia en la configuración del
presente-futuro de España, como una
nación integrada entre aquellas otras de nuestro entorno que disfrutan de
regímenes democráticos plenamente reconocidos.
Y en
este periodo, se quiera o no, está incluida la transición española, en cuyo tiempo se fraguó toda la estructura
orgánica y fundamental para conseguir pasar de un régimen dictatorial a una
plena democracia reconocida por todos los países democráticos y con
calificación ‘cum laude’, dado que la transición se hizo en un tiempo record
y sin recurrir a ningún levantamiento civil o militar, tan propio –por otra
parte- de este tipo de “evoluciones”.
Como
somos cortos de memoria (por eso necesitamos editar nuestra ‘memoria
histórica’) hemos olvidado que España,
en noviembre de 1975, era una dictadura con todos los resortes autoritarios en
manos de una casta involucionista y retrógrada que copaba todas las
instituciones y órganos de poder. Y esa misma estructura pasó a manos del Rey Juan Carlos, al fallecer Franco,
quien heredó todas las prerrogativas procedentes del ‘ancien régime’, y quien, pudiendo haberse cruzado de manos y verlas
venir, optó por renunciar a todos sus privilegios y al poder omnímodo recibido
del dictador, para depositarlo en las manos del pueblo soberano (aunque,
posteriormente, los partidos políticos se lo hayan apropiado para constituir
una partidocracia pura y dura).
Nos
hemos olvidado del papel que jugó el Rey
en el difícil momento de la legalización del Partido Comunista, en España (en abril de 1977), cuando el ruido de
sables en los cuarteles, todavía comandados por los jefes del ejército que
había nombrado Franco, supusieron un momento álgido en el proceso de
democratización emprendido. Por no citar el ya tan manido 23 F, del año 1981, donde –a pesar de los culebrones publicados,
nadie duda del rol atribuido a la Corona
en el desmantelamiento de tan peligrosa asonada. Tampoco nos acordarnos de los
innumerables beneficios obtenidos por las empresas de nuestro país en la
captación de grandes contratos e introducción de nuestras tecnologías, y que se
vieron favorecidas por las extraordinarias relaciones internacionales del Rey, por más que, ahora, sea este uno
de los puntos calientes en los que se apoya la campaña emprendida, y a lo que
la justicia tendrá que dar verosimilitud en el seno de una investigación seria
y de un juicio ecuánime al que, por cierto, todos tenemos derecho.
Aquí
se ha montado una cacería (al socaire de la afición del anterior monarca) pero,
en este caso, contra su persona, aunque realmente (y nunca mejor dicho) se está
dirigiendo en contra de la propia institución. No pretendo justificar, en modo
alguno, la presunta comisión de algún tipo de delito que se hubiera podido
cometer, por parte de D. Juan Carlos,
a lo largo de su reinado. Tan solo deseo exponer mi punto de vista, basado en
la presunción de inocencia y en la confianza en nuestro sistema judicial.
Dejemos
que la justicia haga su trabajo que, aunque lento, sabemos goza de los
principales atributos basados en la profesionalidad y en la independencia, que
les ha caracterizado durante todo este periodo democrático. Y cuando finalice y
se emita sentencia, yo seré el primero en acatarla y, entonces sí, en criticar
lo que sea criticable. Pero mientras tanto, por favor, seamos condescendientes
con alguien que ha hecho mucho por un país, por el que –algunos de los que
ahora se rasgan las vestiduras- en su día no cogieron el hilo y la aguja para zurcir
el roto que se le estaba haciendo a España.
En el
fondo de la cuestión, la disyuntiva Monarquía / República, es lo que
verdaderamente subyace tras todo este culebrón, y es algo que, no deja lugar a
dudas, está en la médula de esta operación de acoso y derribo del actual
régimen. Pero esto es harina de otro costal y algo de lo que trataré en mi
próximo artículo…
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com
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