martes, 16 de abril de 2019

Incertidumbre electoral

Incertidumbre electoral



Las elecciones generales del próximo día 28 se presentan como las más inciertas desde que disfrutamos de esta joven democracia. Si bien todas las encuestas dan como caballo ganador a Pedro Sánchez, la verdad es que –en sus círculos más allegados- no las tienen todas consigo y les ronda el fantasma con el espectro de las pasadas elecciones andaluzas.


El hecho es que casi el 40% del electorado no se ha pronunciado aún; bien porque no se ha decidido o porque quiere ocultar su intención de voto. Si a esto añadimos que el electorado está sumamente despistado, y cambia de intención con la facilidad que el viento cambia de dirección, las encuestas que se publican dejan mucho que desear en cuanto a fiabilidad, y están volviendo locos a los profesionales demoscópicos que temen pegarse un batacazo en cuanto a los pronósticos.

Por eso es por lo que, si bien la mayoría de encuestas adjudican la victoria al candidato del PSOE, lo cierto es que difieren mucho en los porcentajes y, sobre todo, en cuanto a la horquilla de escaños que conseguirían, dado lo peculiar de nuestro sistema electoral y la famosa Ley D’ondt. Previsiones las hay para todos los gustos, pero de lo que a nadie le cabe la menor duda es que, sea cual fuere el resultado, nos veremos abocados a sufrir las inclemencias de los pactos post electorales. Este, y no otro, es el principal escollo que está motivando el alto porcentaje de indecisos que, a estas alturas de la película, todavía no han decidido que hacer.

Los ciudadanos que no estamos íntimamente comprometidos políticamente, y que somos la inmensa mayoría, queremos saber para qué va a valer nuestro voto, y a quien va a beneficiar, finalmente, si el partido al que votemos no alcanza el objetivo deseado. En definitiva, lo que pretendemos es conocer el destino final de unos sufragios que han sido depositados en favor de unas siglas políticas, pero que, al final pueden servir para conformar determinadas alianzas con aquellas con las que no estemos de acuerdo.

Aquí está el verdadero meollo de esta cuestión. Y para resolverlo, lo único que se puede pedir es que las distintas formaciones políticas nos digan por adelantado cuáles son sus planes y objetivos, y sean transparentes en sus mensajes y en sus promesas. Pero, claro, esto es como pedirles a las vacas que den vino en lugar de leche.

De ahí, la incertidumbre a la que aludía al principio. En España existen dos bloques ideológicos perfectamente definidos y denominados como derecha e izquierda, si bien hay un amplio espectro central (centro-izquierda y centro-derecha), en constante fluctuación, y que es quien inclina hacia uno u otro lado los resultados electorales. Estos dos bloques, hasta la aparición de los denominados partidos emergentes, han estado polarizados por los dos grandes partidos, PP y PSOE, símbolos del bipartidismo en España, y que, en escasas ocasiones, habían necesitado de otros apoyos para poder ejercer el poder omnímodo que hasta ahora habían ejercido.

Una hegemonía que quedó truncada con la aparición de los nuevos partidos, y en cuya génesis ha habido mucho de estrategia política. Podemos surgió, como todos sabemos, del movimiento 15 M, aunque, es de todos conocido, el empeño y colaboración que se puso desde la Calle Génova para que el proyecto cuajase. Se estaba creando un tercer partido en el bloque de la izquierda, que –pretendidamente-lo iba a fragmentar, y dificultaría la consecución de mayorías con capacidad para gobernar. Lo que no pudieron prever es la fuerza con la que, el partido morado, irrumpió en el escenario político, llegando a fagocitar a IU, y anulando, por tanto, la estrategia esgrimida, que –al final-  no les sirvió de nada.

Por otra parte, está el alumbramiento de VOX. Un partido que, casualmente nació casi al mismo tiempo que Podemos, si bien –en un principio- no gozó de apoyo mediático alguno y ha estado relegado al ostracismo, hasta que –cual ave fénix- ha resurgido casi de sus cenizas. Ahí lo tenemos, plantando cara al PP y a Ciudadanos, pescando tranquilamente en el caladero de votos de Casado y Rivera, y viendo como los demás le hacen la campaña gratuitamente, lo que va a propiciar que la derecha acuda a estos comicios más dividida que nunca.

Como se puede comprobar, al PSOE le ha venido como anillo al dedo que la formación de Abascal irrumpiera en estas elecciones. Y, como le pasó en su día al PP con Podemos, no se descarta que Sánchez le esté suministrando oxigeno (por bajo cuerda) a VOX, cuando los ha tildado de extrema derecha; y sino comprueben Vds. mismos cómo ha bajado el tono y los calificativos con los que, anteriormente, los socialistas adornaban a esta formación.

Ante el hecho real que supone la fragmentación partidista y sus consecuencias en la estrategia de pactos, los ciudadanos que no nos dedicamos a esto de la política, nos encontramos con varias disyuntivas sobre las que tendremos que decidir.

Por un lado, tenemos que tener en cuenta que, si votamos a PP o a Ciudadanos, estos podrían necesitar de VOX (por aquello de la geometría variable que inventó ZP) y nos podríamos encontrar en la tesitura de que nuestro voto sirva para que gobierne un partido de extrema derecha Lo que no me hace ninguna gracia.

Pero, por otro lado, si votamos al PSOE, este podría tener la tentación (como ya lo ha hecho anteriormente) de pactar con aquellos que quieren desmembrar este país, como es el caso de los independentistas y de los batasunos de Bildu. Algo que tampoco me hace gracia alguna.
Recordemos que los secesionistas catalanes no solo manifiestan oralmente su intención separatista, es que ya lo han hecho; y lo volverán a hacer cuando encuentren una ocasión más propicia. Y, si bien, Pedro Sánchez, en campaña, ha querido marcar diferencias con el soberanismo, todos sabemos que este individuo miente más que habla, y lo que se diga en campaña se lo lleva el viento al día siguiente del escrutinio. Por desgracia, la hemeroteca está llena de ejemplos que nos pueden ilustrar sobre el valor de su palabra.

Por último, y en cuanto a las alternativas que tenemos, podríamos optar por quedarnos en casa haciendo una barbacoa o marcharnos a la playa a comernos un Caldero. Pero pienso que si optamos por esta tercera vía estaremos abdicando de nuestros deberes ciudadanos y pasándole la pelota a otros para que decidan por nosotros.

Difícil dilema el que se nos presenta. Descartada la tercera opción, por responsabilidad ciudadana, nos quedan las dos primeras. Y por lo que barrunto, tendremos que elegir, de entre las dos, la menos mala. Lo que digo, una verdadera incertidumbre electoral. Que Dios nos pille confesados.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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