Una cuestión de Estado
La cultura del pacto, en nuestro país, no es que esté
muy desarrollada precisamente. Lo demuestra un hecho incuestionable, como es el
que se produjo en la última investidura de Mariano
Rajoy, donde se necesitaron dos elecciones generales seguidas (en menos de seis
meses), y más de 120 días de negociaciones, para llegar a un pacto exiguo, que
no duró ni una legislatura, y que fue truncado por una moción de censura.
Y ahora, menos de tres años
después, nos encontramos con otra situación similar (pero ideológicamente contraria)
donde se tienen que producir algún tipo de acuerdos para que el partido que ha
ganado las elecciones pueda gobernar sin sobresaltos y con una cierta
estabilidad, que es lo que -realmente- le interesa a nuestro país.
La misma noche de las elecciones,
ya se vieron las primeras reacciones, por una y otra parte. Por un lado, en la
puerta de Ferraz, los cientos de
militantes acérrimos que, habitualmente, se juntan en estos casos, ya
advirtieron a su jefe de filas que “con Rivera no”. Y, por otra parte, Ciudadanos (ya que el PP estaba en estado de shock), se
adelantaba a publicar a los cuatro vientos que no pensaba apoyar al PSOE, ya que venía de la mano de los independentistas y de Bildu.
Pues bien, querido Albert, tienes que pensar dos veces
cuando hablas, porque –en ocasiones- metes la pata y no te das cuenta. Si Pedro Sánchez viniera de la mano de los
Torra,
Rufian,
y compañía, no te necesitaría a ti para nada. ¿Es que no lo ves, o es que no
sabes sumar?
El PSOE lo tiene ahora infinitamente más fácil que en este último
tramo de legislatura. Tiene 38 diputados más, y controla con mayoría absoluta
el Senado. Y por eso se ha permitido
el lujo de esperar a que se celebren las próximas elecciones del 26/5, para tomar decisiones; y mientras
tanto, fumarse un puro y esperar plácidamente a plasmar su estrategia tras
analizar los resultados de las mismas.
Es curioso como la historia se
repite. En 2016 el PP necesitó de la
abstención del PSOE para poder
formar gobierno. Un episodio lamentable en la historia de este partido que le
costó el puesto a su Secretario General,
ante la negativa a conceder este “suplicatorio”.
En aquél entonces se hizo viral el “no es no” que llevó casi a la
ruptura a un partido centenario, para después convertirse en un “puede”,
que posibilitó que Rajoy continuase
en La Moncloa, y terminar en una jugada estratégica que permitía a los
socialistas alcanzar la gloria sin pasar por las urnas.
Ahora, en 2019, con urnas de por
medio, el Partido Socialista puede
gobernar cuatro años más, de manera cómoda, y sin necesidad de depender
exclusivamente del chantaje caprichoso de los independentistas, ni de la
necesidad de escurrir la hucha en favor de los apretones aparentemente más
moderados que ejerce el PNV. Pero
para eso precisaría obtener una estabilidad que estuviera apoyada en aquellas
formaciones políticas que están apostando por el constitucionalismo y que
tengan una real visión de Estado, en
contraposición al oportunismo y la coacción permanente que los partidos
nacionalistas imponen, por mor y gracia de nuestro injusto sistema electoral.
Y es aquí donde el mundo, vuelto
del revés, nos devuelve al pasado y nos pone ante la tesitura de que sean
ahora, desde la derecha, desde donde se pueda posibilitar un gobierno de
izquierdas. Pero un gobierno que no tenga que estar condicionado por otros
aspectos exógenos, que estén continuamente cuestionando aspectos relacionados
con la cohesión territorial y el enfrentamiento de unos contra otros.
Hemos podido comprobar como España, al final del laberinto en el
que la crisis nos introdujo, ha encarrilado su recuperación con un crecimiento
que rebasa la media de la UE. No nos
podemos permitir el lujo de tirar por la borda lo que se ha conseguido. Es hora
de poner el acento en aquellos aspectos más castigados por la crisis y que han
influido sobremanera en conquistas sociales que tenemos que recuperar.
Los españoles hemos votado
moderación y no queremos extremismos. El mismo Pedro Sánchez dijo en campaña que él representaba al centro. El PSOE no se puede permitir el lujo de
echarse en brazos de aquellos que defienden otro tipo de intereses espurios. No
debería caer en la tentación de apoyarse en la muleta de aquellos que se
postulan abiertamente por transgredir la constitución; ni siquiera en Podemos, por más que se apoye en
momentos puntuales en algunos aspectos ideológicos. Es triste ver a Pablo Iglesias mendigando por las
esquinas: “…un ministerio, por favor…”.
Como ya han insinuado algunos
dirigentes socialistas, es hora de aplicar la geometría parlamentaria variable
que les permita formar un gobierno monocolor. Ciudadanos tiene la oportunidad de demostrar que es un verdadero
partido liberal y de centro. Cualquier partido que esté en su horquilla tiene
la difícil misión de servir de bisagra para hacer posible moderar las políticas
más extremas y adaptarlas a una sociedad que huye de los extremos.
Este es el momento de
demostrarlo. Si los “naranjas” se abstienen en la investidura, el PSOE no tendrá que pactar con aquellos
que vienen condicionando la identidad de España.
No tendrán nada que negociar ni que prometer a cambio de su apoyo, y todos
saldremos ganando al liberarnos del yugo que, hasta ahora, nos han impuesto los
secesionistas.
Todavía resuenan aquellas
llamadas a la responsabilidad que Albert
Rivera hacía al PSOE, en 2016,
para que se abstuviera y permitiera la constitución de un gobierno del PP. ¿O es que ya se le ha olvidado? Primero, pactó cien puntos, con Pedro Sánchez, para hacerlo Presidente,
y después apoyó a Rajoy en su
investidura, cuando, anteriormente, ya había manifestado que al PP ni agua. En aquél entonces lo
justificó alegando “el interés superior que supone el bien de España”. Hoy, ese interés, si cabe, es
más necesario todavía.
Enorme la responsabilidad que
tiene Ciudadanos. Pero mucho me temo
que, fruto del espejismo que supone el análisis de los últimos resultados, su
líder se puede haber endiosado, soñando con alcanzar la gloria. ¡Qué pena que
algunos políticos seáis tan olvidadizos y oportunistas! Pero, sobre todo, que poca talla que dais cuando
tenéis que afrontar una cuestión de Estado.
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