He dejado pasar un cierto tiempo para evitar que mi artículo de hoy se publicara en medio de una pandemia informativa, como la que se ha montado con la ya -por desgracia- famosa “operación Murcia”, generada alrededor de una moción de censura que más bien parecía una partida de ajedrez de esas que se juegan en diversos tableros a la vez.
Como ya he publicado reiteradamente, no soy
partidario de la partidocracia imperante en España. Particularmente, en lo que afecta a la anulación de la
voluntad política individual en favor de los órganos de dirección de los
partidos. Reconozco, no obstante, que este es un tema escabroso y muy
controvertido, y que, en un régimen partidista como es el nuestro, no se
entienda suficientemente esta dualidad. Lo que ha facilitado la proliferación
de conflictos que se han saldado, en la mayoría de las ocasiones, con el
calificativo de transfuguismo, cuando –a mi entender- en no todos los casos es
así.
Analicemos lo ocurrido. Los máximos responsables a
nivel nacional, de Ciudadanos y el PSOE, acuerdan una serie de movimientos
políticos previamente establecidos y deciden iniciarlos en el tablero ubicado en la Comunidad de
Murcia. Una jugada, ajena totalmente a los intereses que se estaban dirimiendo
en la región, y que pilló por sorpresa a todos los miembros del grupo
parlamentario de Cs en la Asamblea Regional, dado que estos se
enteraron la noche previa, tan solo unas horas antes de presentarse la moción.
Con posterioridad, y tras la resaca de una noche
infernal, cuatro de los seis diputados que conforman el grupo, (tres
oponiéndose y uno absteniéndose) deciden no apoyar esta moción al considerarla
trufada y engarzada en una maniobra de alcance, que no solo afectaba a esta
región (todos los municipios de la Región
de Murcia cogobernados por Cs y
el PP estaban incluidos en la
operación), sino que contemplaban otros tres tsunamis políticos en otras tantas
Comunidades Autónomas.
La acción de recular de los cuatro diputados que –previamente-
asintieron, tiene –a mi entender- la misma gravedad que la acometida por el
partido, al preparar esta jugada de
ajedrez de espaldas a quienes la tenían que ejecutar. Asumiendo la
responsabilidad de decidir sobre este tipo de tácticas y artimañas,
más propias de estrategas sin escrúpulos que de unos ‘servidores’ públicos que
es de lo que están travestidos.
¿Qué análisis se puede hacer cuando un partido
político intenta una jugada de este calibre y la mayoría de sus representantes
en la cámara legislativa no están de acuerdo? ¿Quién lleva la razón? Los partidos aducen que los diputados se
deben a la disciplina de grupo, dado que se presentan a las elecciones bajo
unas siglas a las que deben obediencia ciega. Sin embargo, yo creo que la
obediencia se la deben a los votantes. ¿Les han preguntado a ellos lo que les
parece esta baladronada?
Por las informaciones publicadas, y el lento pero
incesante goteo de “ciudadanos”
descontentos con la jugada, parece que no es que estén para tirar tracas ni
para bendecir este tipo de trágalas, por más que los disfrazaran con el
uniforme de la corrupción. Es más, cada vez son mayoría los que reconocen el
verdadero sentido de esta partida,
perfectamente diseñada desde Moncloa,
y aceptada por la señora Arrimadas. Una
situación ya asumida por la militancia, aunque en algunos casos tengan que
hacer de tripas corazón, y morderse la lengua antes de manifestarse en contra,
para evitar represalias como las sufridas por el concejal, Sr. Padin, en Cartagena.
La disciplina de partido tendría que tener un
límite; y ese límite se debería imponer cuando las decisiones partidistas
chocan con los principios y convicciones que todos los seres racionales
tenemos, en mayor o menor medida. Tan perverso es no cumplir con la disciplina
de un partido como que ese mismo partido sea el que nos imponga unos criterios
por encima de nuestra propia voluntad. La libertad en el ejercicio de la política
debería asemejarse a lo que es la libertad de cátedra en la enseñanza, y cuya
definición es: “Derecho fundamental y
concreción de la libertad de expresión que tienen los docentes, de exponer la
materia que deben impartir, con arreglo a sus propias convicciones, en el
cumplimiento de los programas establecidos.”
Quizá una solución podría ser la de aplicar un
criterio, que ya se emplea en otros países de nuestro entorno, y que establece
que los integrantes de una lista electoral que figuren como independientes están
exentos de aplicación de estas pautas, que quedarían reservadas exclusivamente
para los afiliados. De esta forma, cuando un partido político quiera contar con
la presencia de un independiente, debería tener en cuenta el riesgo que está
asumiendo; reservando este tipo de normas para los afiliados, más acostumbrados
a cumplir este tipo de disciplina.
Sin duda, en esta partida de ajedrez, todos han cometido errores, si bien el más
perjudicado va a ser Ciudadanos,
quien ha puesto en peligro su propia supervivencia. Y créanme que lo siento,
porque yo soy de los que defienden que en nuestro país debería haber un partido
de centro que contuviese y articulase los bandazos de una sociedad
excesivamente polarizada y necesitada de una cierta dosis de moderación.
Que Dios nos pille confesados.
Jesús Norberto
Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com
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