El Mar Menor y el turismo
Entre todos lo mataron y el ‘solico’ se murió. Ese parece ser el epitafio, sacado de nuestro prolífico refranero español, que algunos le quieren endilgar a nuestro Mar Menor, aunque otros, más versados, prefieran parafrasear a un destacado escritor y calificarlo como la crónica de una muerte anunciada. En ambos casos se va a necesitar algo más que la interpretación del Réquiem de Mozart para dulcificar un sepelio que los más agoreros vienen ensayando con tanto realismo que nuestro pequeño mar parece ya un occiso.
Metáforas aparte, yo no estoy de acuerdo
y me niego a unirme a este duelo. Y no es que no comparta la preocupación,
incluso la indignación, por todo lo que le está aconteciendo a la laguna y su
entorno, y que es algo que comparto y que ya he denunciado en reiteradas
ocasiones. Sin embargo, sigo manteniendo y defendiendo mi absoluto
convencimiento sobre el poder de regeneración de uno de los ecosistemas más
preciados de entre los que se conservan en nuestro país.
No es mi intención abundar en cuestiones
de tipo técnico o científico, o sobre quien tiene la responsabilidad sobre esto
o aquello. Algo que está suficientemente debatido y aireado, y que lo que ha
puesto de manifiesto es que todos tenemos algo que lamentar, aunque los que
tienen responsabilidades políticas y administrativas son los que se llevan la
palma del descrédito y la ineptitud, tras el espectáculo que nos están
ofreciendo, con el “y tú más”.
Como ya he referido, el Mar Menor
tiene una gran capacidad de recuperación que le ha valido para sobrevivir
durante milenios, sobreponiéndose a los innumerables desmanes que, tanto los
humanos como la madre naturaleza, han prodigado y propiciado. Sin duda es así;
como también es así que, si no le ayudamos y ponemos todos de nuestra parte, no
será posible que nuestra albufera vuelva a tener la fuerza que precisa para
sobreponerse. Y en ese empeño creo que debemos estar todos involucrados. En
primer lugar, por supuesto, los estamentos oficiales y las instituciones que
más responsabilidad tienen en relación con el problema. Ya sean locales,
regionales o estatales. Ninguno se escapa de la asunción de responsabilidades
en este desaguisado.
Pero tampoco
eximo de pecado a aquellos que alardean constantemente sus penurias y los
inequívocos problemas que adolece; ensalzándolos y magnificándolos, sin duda
con la mejor intención de divulgarlos y con el ánimo de la sensibilización
positiva, pero que están consiguiendo más bien todo lo contrario, al crear un
caldo de cultivo propicio para la ya, de por sí, degradada imagen del Mar Menor.
Habrá quien
me acuse de aplicar la política del avestruz e ignorar lo evidente de una
situación y no es así. La evidencia está más que demostrada y es palpable. Lo
que no hay es que ensañarse con el ‘enfermo’, mortificándolo constantemente y anticipando
su óbito, para desdicha de los miles de personas que viven de este recurso. No
olvidemos que un mayoritario porcentaje de la población residente en esta
comarca subsiste gracias a la economía generada por su atractivo turístico,
mientras que suenan algunas voces que, a mi juicio equivocadamente, aluden al turismo como uno de los factores que
están dañando el ecosistema del Mar
Menor.
Y digo que se
equivocan, porque yerran al utilizar la denominación “turismo” cuando deberían
utilizar la de ‘vecinos’ o ‘residentes’. Turista
es aquél que utiliza un alojamiento ajeno (hotel, apartamento…), pernoctando
durante un limitado periodo de tiempo, y todos sabemos que la población que se
congrega en la época estival, en este singular rincón de nuestra costa, es
mayoritariamente residencial. Por no referirnos a los que habitamos, de forma
permanente, y cuyo número ha crecido considerablemente en las últimas décadas.
Todos, y digo TODOS, hacemos uso del entorno ecológico que sustenta este
ecosistema. Lo que nos lleva a tratar este problema como un fenómeno puramente
demográfico, y de estructura urbanística y de población, sin recurrir al
tópico, ya muy manido, de culpar al turismo
de todos los males que nos aquejan, sobre todo cuando los empresarios de este
sector son los más interesados en la conservación y protección de nuestro
entorno. Un factor de conservación y de control que ejercen y que les permite
preservar este modelo económico como fuente de progreso a la que, con total
legitimidad, tienen derecho.
Bajo mi punto
de vista, podríamos ser algo más comedidos al verter informaciones, con
calificativos alarmistas, que no hacen más que alimentar el pesimismo y retraer
una fuente de riqueza, en la que miles de familias de la comarca del Mar Menor han basado, durante decenios,
su sustento y pervivencia. Seamos exigentes y combativos con quienes no están
ejerciendo sus funciones. Responsabilicémosles por su inacción; incluso
–algunos- deberían dimitir por la incapacidad que han demostrado en el nulo
ejercicio de sus funciones, cuyas ejecutorias no han sido capaces de gestionar.
No es momento
de discursos ni lamentaciones. Es momento de actuar con firmeza y con decisión.
De las buenas palabras y los proyectos grandilocuentes tienen que pasar a la
gestión pura y dura. Si no saben, no son capaces o no tienen los medios,
háganse a un lado y dejen paso, pero no intenten convencernos con soflamas y
mítines ajados. Eso déjenlo para las próximas elecciones.
Por mi parte,
y porque creo firmemente en la recuperación del Mar Menor, seguiré siendo proactivo en mis planteamientos, creando
un clima de confianza y cuidándome de utilizar –en mis intervenciones- un tratamiento
realista, sin necesidad de ser alarmista.
Es mi punto
de vista y así lo expreso.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com
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