jueves, 5 de mayo de 2022

En memoria de José María Cano

José María Cano

 


Dicen que la mejor muerte es aquella que nos sorprende sin darnos tiempo a reflexionar sobre algo tan normal y natural como la vida misma. Algo en lo que, por otra parte, todos estamos de acuerdo; y es que todos tenemos que morir. Quizá, por eso,
José María Cano ha preferido sorprendernos, al dejarnos, recientemente, huérfanos de su amistad, de su compañía y de sus consejos.

Todavía aturdido por la inesperada noticia, me dispongo a dar forma a mis pensamientos, aún dispersos e inconexos, y ordenarlos en forma de un epigrama, que pretende perpetuar la figura de una gran persona, unida a la de un excelente profesional, que ha dejado una huella indeleble entre aquellos que le hemos conocido y que hemos tenido la suerte de tenerlo como amigo.

Si algo tuviera que resaltar de José María, sería su pragmatismo, su sinceridad (exenta de acritud) y su moderación. Hay una frase que lo define y que ha quedado en la memoria de los que más le tratábamos: cuando asistía a una reunión, generalmente profesional, y percibía algún atisbo de crítica (que el considerase injustificada) por parte de alguno de sus adláteres decía: “Aquí hay que venir llorado”.

Fue un profesional, enamorado de su trabajo y volcado en multitud de proyectos sobre los cuales ejerció una amplia experiencia y les imprimió un sello muy particular, fruto de su conocimiento sobre la temática que mejor dominaba: el turismo. Desempeñó muchos y distintos cargos a lo largo de su trayectoria profesional en activo, pero quizá –y por referenciar una- la que creo que más le satisfizo pudo ser la de Presidente de la Estación Náutica “Mar Menor”. Un proyecto innovador y con una amplia repercusión a nivel nacional, y una circunstancia que le llevó a ejercer, así mismo, la presidencia de la Asociación Nacional de Estaciones Náuticas de España.

La náutica era su pasión y su principal motivo para la relajación. Su barco era como su segunda residencia. Y el destino ha querido que fuera ese barco el que viera cumplir con su último deseo. Fue al timón del mismo cuando su corazón le obligó a abandonar el mundo terrenal del que todos tendremos que despedirnos algún día. Ese mundo que no tuvo tiempo de despedirse de él y que, ahora, trata de recordarlo, aunque sea de forma tan artificial como la lectura de un panegírico.

Por eso me he atrevido a escribir esta glosa. Porque quiero que tu legado se perpetúe más allá de lo que nuestra efímera vida nos permite. Porque mereces estar en el recuerdo de las futuras generaciones que, gracias a estas y a otras modestas aportaciones, podrán conocer los valores que, algunas veces, echamos de menos en nuestra sociedad plagada de imperfecciones.

Descansa en paz, José María, y disfruta de esa nueva vida en la que, seguro que te seguirás enriqueciendo y a la que aportarás tu descomunal acervo de valores, de los que nosotros ya no vamos a poder disfrutar.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

 

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