Es la hora de la justicia
La
Administración de justicia, en España, no está pasando últimamente por sus
mejores momentos. Algunos procesos polémicos, como el llamado caso “de las hipotecas”, la contestada
sentencia sobre “la manada”, o la
lamentable película que se montó con motivo de la fallida renovación del CGPJ, son, entre otras, unas
actuaciones que no han dejado muy bien parado a uno de los tres poderes
fundamentales del Estado.
Por
otro lado, no es menos cierto que la patata caliente que le ha caído, en todo
lo referente al denominado juicio del procés,
va a suponer (lo está siendo ya) una prueba de fuego que va a marcar un antes y
un después en la credibilidad de nuestro sistema de justicia.
Hasta
ahora, la mejor lección de transparencia y democracia la está dando el
tribunal que preside el magistrado Marchena. Un juicio que se está retransmitiendo en vivo
y en directo, y sin ningún tipo de cortapisa o instrumentalización; y de una
pulcritud jurídica que está dejando sin argumentos a los partidarios del
secesionismo que habían criticado duramente la imparcialidad de la justicia en España.
La primera parte del juicio oral se dedicó a la exposición
de los hechos, por parte de la fiscalía, la acusación particular y, por
supuesto, la de los acusados y sus defensas. Y en ese apartado, lógicamente,
estos últimos (como no podía ser de otra forma, y en su justo derecho)
arrimaron el ascua a su sardina, negando la mayor y la menor. Y, al tiempo,
aprovecharon que el Pisuerga pasa por Valladolid, para cargar contra el “aparato
represor” del Estado, esgrimiendo el
mantra de la violencia policial como único responsable de los incidentes
callejeros que se produjeron en aquellas fechas.
A continuación, fue el turno de los primeros testigos, de
los casi seiscientos propuestos para prestar declaración. Y aquí las tornas
cambiaron, y no se lo han puesto demasiado fácil a los abogados de la defensa.
Quizá uno de los momentos más reveladores y, al tiempo,
revestido de cierta farsa tragicómica, si no fuera por lo dramático de los
acontecimientos, fue cuando uno de los testigos relató una reunión convocada
por la Generalitat, a la que
asistieron los representantes de los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad
del Estado y de los Mossos. De verdaderamente kafkiano, lo calificó este testigo, ver
sentados en una misma mesa a los organizadores del referéndum y a los que (por
mandato judicial) tenían la obligación de prohibirlo. De esperpéntico se podría
considerar, si no fuera porque estamos curados de espanto, ponerse a diseñar
los procedimientos para evitar la consulta, en una mesa presidida por quienes
la habían convocado.
En otra comparecencia posterior, Manuel Castellví, uno de los responsables de los Mossos, confesaba que informó al Consejero de Interior, Joaquim Forn, sobre un informe de
inteligencia que “le quemaba en las manos”,
y en el que se reflejaba que el uno de
octubre se podría producir “una
escalada de violencia”. Así mismo advirtió de la imposibilidad de
acometer el mandato judicial, con el operativo que los jefes políticos habían
diseñado. A lo que el president,
presente en la reunión, dijo que comprendía la situación, pero
que había un mandato del pueblo para
celebrar el referéndum y su decisión era que el referéndum se iba a hacer, sí o sí.
Estos hechos, y los que iremos conociendo en lo sucesivo,
son un fiel reflejo de la chapuza tan descomunal que se produjo alrededor de
este golpe a nuestro Estado de Derecho.
Un ataque frontal al modelo de convivencia que nos dimos en la transición y
que, a pesar de la gravedad y de las innegables responsabilidades de quienes lo
han promovido, también es necesario señalar la deficiente gestión (en algunos
casos por inacción –o dilación-) del Gobierno
de la nación en relación con
estos acontecimientos.
A nadie se le escapa que todos los actores participantes en
este sumario están más pendientes de las formas que del fondo, por lo que se
refiere a las sesiones del juicio. Y, sobre todo, en lo referente al
comportamiento de los Magistrados que componen la Sala del Supremo. El Tribunal Superior de Derechos Humanos de
Estrasburgo va a ser el destinatario final de este proceso, sea cual fuere
la sentencia que se emita.
Este Tribunal europeo
no juzga el fondo, ni los aspectos judiciales (pruebas, calificaciones…)
relacionados con el procedimiento. Y se remite –exclusivamente- a dictaminar
sobre las posibles violaciones de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales. Pero es un
altavoz importante para todos aquellos que, aun a sabiendas de que pudieran
tener una sentencia condenatoria, lo que pretenden es darle al “conflicto” una
dimensión internacional. Y nada mejor que este tipo de salvaguardas para
conseguir este otro fin que, por otra parte, ya dan por conquistado.
De nada van a servir los argumentos
jurídicos que se esgriman en este proceso, ni las más que previsibles condenas
que se impongan (independiente del grado de las mismas). Los partidarios de la
secesión ya cuentan con ello. Lo que realmente pretenden, con el circo que han
montado, es asegurarse la presión sobre el Estado
y tratar de doblegar la débil posición que el gobierno español mantiene en este
tour
de force.
Ante la esperpéntica división producida
en el seno de las formaciones mal llamadas constitucionalistas, los partidos
independentistas (que tampoco es que estén a partir un piñón) van a tratar de
forzar la situación, incitando a la desobediencia y provocando tensiones. A sabiendas de que el actual gobierno no va a
hacer nada por evitarlas, dado que podría necesitarles para continuar en La Moncloa, tras las próximas
elecciones.
Se
echa en falta un mayor sentido de Estado en nuestros políticos. Al menos las
formaciones políticas que no son rupturistas, y que conforman el 80% del arco
parlamentario, deberían conformar un pacto donde quedaran reflejadas las líneas
rojas que jamás se deberían traspasar. Aunque luego se tiren los trastos a la
cabeza en otros asuntos menos relevantes, al menos deberían ser capaces de
preservar la unidad de España como
un concepto inamovible.
España disfruta de un régimen
democrático. Imperfecto, pero democrático, por más que algunos –de manera
torticera e interesada- lo cuestionen. En este momento, y por mor de los
acontecimientos acaecidos en Cataluña,
es la hora de la justicia. Pero
también es la hora de los Estadistas.
La pregunta que yo me hago es ¿queda alguno?
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