A Alberto Garre le ha faltado tiempo
Conozco a Alberto
Garre desde hace mucho tiempo, si bien no nos hemos tratado con la
suficiente asiduidad y profundidad. No en vano nacimos en el mismo municipio (Torre
Pacheco). El en Balsicas y yo en Los
Alcázares, cuando todavía mi pueblo era parte integrante del municipio
pachequero; y aunque yo nací tres años antes, él siempre ha ido una cuarta por
delante en todos aquellos saraos en los que hemos podido coincidir en nuestro
devenir cotidiano.
Ahora,
y tras más de treinta años dando la cara en la cosa pública, anuncia que se
retira de la política activa, tras haber fundado un partido, de corte
regionalista (Somos Región), al que
deja huérfano de liderazgo, pero preñado de buenas ideas e intenciones, y al
que, según sus declaraciones, “le ha faltado
tiempo”.
En
esta última etapa, he tenido la suerte de coincidir con él en el programa
radiofónico “La Pinza”, al que ha
sido invitado en diversas ocasiones. Su participación analizando los distintos
temas, en los que ha desarrollado sus intervenciones, me ha permitido
corroborar su lucidez y coherencia, no exenta de la indudable concepción filosófica
que cada uno de nosotros imprimimos según nuestra particular ideología. Es algo
que siempre he demandado, en mis escritos, a quienes nos gobiernan: sinceridad,
respeto, honradez y coherencia, con independencia de que estemos, o no, de
acuerdo con el contenido de los postulados.
Los
bandazos y cambio de postureo, según sople el viento, es algo demasiado
habitual a lo que nos tienen acostumbrados la mayoría de nuestros gobernantes.
Y en este caso, Alberto Garre, junto
a su amigo y compañero Arsenio
Pacheco (Abanilla) han sido los únicos políticos murcianos que rompieron la
disciplina de su partido, al posicionarse en favor del Trasvase Tajo-Segura,
mientras el resto de Diputados populares aprobaban, sumisa y ordenadamente
(2008), la reforma
del Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha, que vulneraba los
intereses de la Región de Murcia, en materia de agua,
al pretender acabar con el citado Trasvase. Un signo inequívoco de
esa coherencia a la que antes me refería.
En
los quince meses que duraron su experiencia como Presidente de la Comunidad de
Murcia demostró, de nuevo, esa coherencia al abdicar de todas aquellas
ataduras, maquilladas de consejos, que su predecesor en el cargo le legó en una
mochila con la que intentó dejar atado y
bien atado su paso por la presidencia del gobierno regional. Hizo su propia
política y trató de desarrollar algunas ideas (pocas, por el escaso tiempo
transcurrido) que le dejaron implementar, a pesar del esforzado control que
ejerció la guardia pretoriana impuesta por el Prefecto emérito, que por aquél entonces
sentaba sus reales en Bruselas.
Debieron ser momentos duros a los que Alberto Garre se tuvo que enfrentar, ya que era de fuego amigo de
donde procedían los ataques que acabaron por desterrar toda posibilidad de
permanencia en la política activa, en el que había sido su partido y su
referencia ideológica durante más de treinta años. Los que habían sido sus
compañeros de viaje, le hicieron el vacío y se arrimaron al sol que más
calentaba en ese momento. Los mismos que, por la mañana, le hacían
genuflexiones, por la tarde le negaban, como Pedro hizo con Jesucristo.
Finalmente lograron imponerse, utilizando los mecanismos
propios que la partitocracia de nuestro país permite, sin el más mínimo pudor.
Utilizando cualquier fórmula, por antidemocrática que sea, que permita ejercer
la dictadura interna en los partidos. Desde entonces, prietas las filas en el PP murciano, no hubo hueco alguno ni
puertas giratorias que pudieran albergar la recuperación del expresidente para
la política activa, en el club de la gaviota. Acicate, más que suficiente, que Garre aprovechó para lo que sería su
última singladura política: la creación de una formación política de ámbito
regional.
A mi corto entender, fue un riesgo que no supo calcular en
su verdadera dimensión. Los murcianos no tenemos sentimientos regionalistas que
nos puedan influir de manera decisiva en nuestras convicciones políticas.
Somos, más bien, un pueblo muy apegado a las tradiciones y conservador en
nuestros planteamientos sociales. Huimos de todo aquello que suponga un viaje a
lo desconocido, y los partidos con un cierto arraigo lo saben y tratan de
combatirlo con toda la potestad que nuestro sistema les ha otorgado.
Sin embargo, reconozco que, en su día, celebré el nacimiento
de ‘Somos
Región’, aunque también es cierto que tuve mis dudas en cuanto a la
viabilidad del proyecto, por las razones ya aludidas en este artículo. En todo
caso, la decisión de Alberto de
fundar este partido fue de una valentía, pero también de un riesgo, que hay que
agradecerle y que no todos estamos dispuestos a correr.
El proyecto no ha decaído, por supuesto. Solamente se ha
producido la dimisión de su presidente; pero no nos vamos a engañar y todos
sabemos que, con esta dimisión, la formación política ha sufrido un serio revés
y será dura su recuperación, si es que lo logra.
Siento que hemos perdido un valor político y humano de los
que la Región de Murcia no es que esté muy sobrada. Considero, así mismo, que
su efímero paso por el gobierno regional se quedó corto y que, de haber
permanecido durante un periodo más dilatado, habría tratado de poner en
práctica algunas de sus ideas y proyectos que, en privado, le he escuchado en
algunas ocasiones. Y, ante todo, hemos perdido la oportunidad de poder comprobar
cómo hay otra forma de hacer política.
Le ha faltado tiempo, decía en su última
entrevista Alberto Garre. A otros,
por desgracia, les sobra tiempo. Mucho tiempo. Pero esto ya es harina de otro
costal.
Querido Alberto, como
decía Pío Cabanillas, cuando uno deja la vida pública lo nota porque deja de
sonar el teléfono. Creo que has hecho lo que has podido… y lo que te han
dejado; Ahora que ya no te sonará tanto el teléfono, tan solo me resta desearte
que disfrutes, y darte la Bienvenida al
Club.
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