Ya somos de la casta
Eso mismo es lo que Pablo Iglesias
debió pensar cuando, tan solo hace unos días, presentaba el nuevo código ético de Podemos, que se pretende aprobar en la convención que este partido va
a celebrar el próximo 21 de marzo, en Leganés,
con motivo de su tercera asamblea.
El nuevo código de conducta, si no lo remedia la
militancia –cada vez más aburguesada y conformista- contempla las siguientes
modificaciones:
En
este último caso, la justificación que ha hecho el aparato de la formación
morada es de ciencia ficción: se toma esta decisión "…debido al incremento del SMI
desde la llegada de Podemos a las
instituciones, y ante la perspectiva de que este continúe aumentando”. ¡Y dos huevos duros más!
Al parecer el líder de esta formación tiene atado y
bien atado todo el entramado de la maquinaria partitocrática que le va a
permitir aprobar todo lo que le venga en gana. No en vano se ha encargado, en
el tiempo que se ha estado entrenando para ser gobierno, para depurar, al más
puro estilo estalinista a todo aquello que se moviera y no fuera en la
dirección correcta, que es la que él ha marcado, claro está. No existe duda que
a él le da igual que Podemos se haya
estado hundiendo de forma continuada, perdiendo votos a chorro y haciéndoselos
perder a Izquierda Unida, a los que,
con su halo romántico y ensoñador, les ha arrinconado hasta llevarlos al
anonimato, previo a su desaparición.
Según declaraciones del propio Iglesias,
el nuevo código incluirá algunos cambios significativos “…porque ahora son un partido de Gobierno”. ¡Toma castañas, Pablo! Yo me creía que lo que se
promete o se acuerda cuando uno está en la oposición, es el catecismo que un
político debe llevar bajo el brazo cuando llegue al gobierno. Y ahora resulta
que ¡como son un partido de gobierno!
hay que cambiar los postulados y las normas éticas que habían aprobado antes de
ser “casta”.
Resulta
escandaloso que, al calor de la moqueta gubernamental, los que venían a
regenerar a la clase política se hayan vuelto los paladines de esta nueva ‘casta’. No cabe duda que todas estas
modificaciones, a quienes realmente benefician son a la cúpula del partido y a
los cuadros dirigentes que son los que tienen la oportunidad de acceder a
cargos públicos.
Atrás
han quedado las promesas de regeneración y de cambio con las que vendieron la
moto y tantos se la compraron. Un cambio que supone una enmienda a la totalidad
del ideario y el espíritu del 15 M, precursor del movimiento podemita que los encumbró a los cielos. Ese cielo, al que Iglesias se refirió, y que “…se toma con perseverancia”, según
manifestó en una carta dirigida a sus bases, en la que también les advirtió que
“…habrá que ceder en muchas cosas”.
Lo que algunos no se figuraban es que ‘ceder’, para el líder de Podemos, significa decir Diego donde
dije digo. Algo que, en algunos círculos de su propio partido, se interpreta como
una manera para que la pareja de Galapagar
se asegure un futuro económico, mediante la inestimable aportación que les
supone el cobrar cuatro sueldos. Dos de diputados, más el de Vicepresidente y
Ministra.
No es extraño, por tanto, el abandono por parte de
algunas de las corrientes más progresistas que conformaban el partido. La líder de Podemos Andalucía se aparta de esta formación
aduciendo una "traición" a
los principios de izquierdas, y calificando a sus antiguos camaradas como “una
organización muy madrileña, muy masculina, muy universitaria y muy de clase
media", añadiendo que el cisma “no
es solo orgánico, sino más profundo”.
Existe una lógica desafección, motivada por las continuas
incoherencias, que están produciendo un despiste total entre los votantes y
simpatizantes de esta formación política, basada en una serie de
contradicciones entre lo que pregonaban, tan solo hace un año, y lo que ahora
hacen. En la mente de todos están las furibundas críticas que el señor Iglesias hacía en referencia al
derroche y gastos superfluos que se originan en las distintas administraciones
(central y autonómicas). Así como sobre las prerrogativas, dietas, inclusive la
distribución de tabletas entre diputados y senadores, y la descontrolada
proliferación de cargos, asesorías y otras diversas mamandurrias.
Hoy, por el contrario, hemos podido comprobar como no sólo no
se ha corregido, sino que se ha aumentado ese descontrol. Tenemos un gobierno
con 22 ministerios. El segundo más numeroso de toda la democracia. Con cuatro
vicepresidencias, y donde algunos de ellos han sido creados “ad hoc” para poder
colocar a una buena parte de la mesnada de ineptos que ahora nos gobierna.
Asienten y apoyan el nombramiento de la Sra.
Delgado como Fiscal General del
Estado, cuando son los mismos que, tan solo hace unos meses, reprobaban a
este personaje, en el Congreso, cuando era Ministra de Justicia. Y no digamos
de aquellas
otras promesas de imponer la máxima transparencia en la gestión pública y que
todas “las reuniones y actos en los que
intervengamos, se harán con luz y taquígrafos”, y que el secretismo adoptado ahora, se han
encargado de desmentir.
Está claro. No ha habido más que pisar
moqueta como para que algunos enterraran sus principios. Y como buenos marxistas que son (pero de Groucho), si hay que cambiarlos, pues
se cambian; todo con tal de mantenerse en la casta a la que han llegado y a la que no piensan renunciar.
Eso sí, dentro de una ‘casta dura’, que es lo que algunos tienen, oiga.
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