miércoles, 18 de marzo de 2020

Todavía estamos a tiempo...

Todavía estamos a tiempo



Desde el obligado confinamiento en el que me encuentro, junto al de millones de compatriotas, me gustaría escribir este artículo sin que mis lectores me califiquen de cansino por referirme al mono tema que nos envuelve. Pero es algo a lo que no tengo más remedio que aludir, si bien me gustaría hacerlo en un plano positivo, no exento de alguna matización crítica.

Si compro un periódico o pongo la ‘tele’ no hay otras noticias más allá del dichoso coronavirus. Sin embargo, si quiero estar informado, reconozco que no me queda otra salida, ya que la que me ofrecen las redes sociales la tengo descartada de antemano por falta de credibilidad y porque se ha demostrado que es un medio susceptible de contagiar el pánico.
Ni que decir tiene que la situación de confinamiento es una medida de carácter extraordinaria que afecta a toda la sociedad y que podría ser comparable a otras pandemias sufridas por la humanidad. Como la del ‘cólera’ (Peste Asiática), que asoló España en el siglo XIX, y en cuyo otrora tiempo nuestra sociedad no estaba preparada ni disponía de los medios adecuados para mitigar esta epidemia que dejó millones de fallecidos.
Hoy, sin embargo, en nuestro país, mal que les pese a algunos, y a pesar de las críticas que se suscitan de forma generalizada, pero, igualmente, injustificada, disponemos de uno de los mejores sistemas públicos sanitarios del mundo, donde la Sanidad Universal, es modélica y envidia de países con una economía mucho más potente que la nuestra. Con sus defectos y aspectos mejorables, por supuesto, pero con un cuerpo de profesionales y un panel de prestaciones que para sí lo quisieran muchas naciones con mayor renta per cápita que España.
No quiero, sin embargo, ocultar aquí la realidad que supone el reconocimiento de un hecho que nos ha llevado a ser el segundo país del mundo en crecimiento exponencial por contagio del famoso bichito. Todos hemos sido conscientes y hemos reconocido la imprudencia que supuso la autorización (yo diría, incluso, el aliento) de las manifestaciones del 8M. El botón de muestra lo dio la vicepresidenta Calvo, cuando, días antes del citado día, le preguntaba una periodista: ¿Qué le aconsejaría usted a una mujer que tuviese dudas en asistir a la manifestación del domingo…? Respuesta: Que asistan… “que le va la vida en ello”). Frase lapidaria si se toma por el otro lado, ya que –como después se ha podido ver- a algunos le ha podido costar, si no la vida, si, al menos, la salud.
Sin embargo, y no pretendo asumir el papel de defensor del gobierno, yo le otorgo a este el beneficio de la duda y enmarco esta actuación en una metedura de pata, producto de la falta de información seria y objetiva que, en aquellas fechas, se tenía sobre la posible evolución de la pandemia. Aquí está pasando algo que, habitualmente, ocurre en otros segmentos de la sociedad. Y es que, a toro pasado, es muy fácil criticar y dar respuesta a problemas que, anteriormente, no se habían planteado en toda su magnitud. Eso mismo ocurre con las crisis económicas. Las recetas de los economistas las conocemos cuando ya la cosa no tiene remedio y, entonces, nos dicen lo que había que haber hecho.
El gobierno de España, con una estructura bipartita, en pleno precalentamiento y sin haber acabado el periodo de ajuste, se ha tenido que enfrentar a un reto, inédito en la historia reciente de nuestro país. Con una declaración del Estado de Alerta (forzada por las incongruencias de los Reinos de Taifas, en los que se habían convertido algunas Comunidades Autónomas), pero acometida desde la firmeza y el rigor que una disposición de esta índole, sin antecedentes previos algunos, exige para una crisis como la que nos ha sobrevenido.
Atrás han quedado los paños calientes con los que se estaban tratando determinadas sintomatologías derivadas de las exigencias territoriales de algunos de estos reinos, y los españoles hemos podido comprobar como (salvo alguna deshonrosa excepción) las Comunidades Autónomas, las formaciones políticas, y los agentes sociales, es decir, la casi totalidad de la masa crítica y sustancial de una país diverso y, a veces, cainita, se han puesto en primer tiempo de saludo, detrás del gobierno de España, y sin mácula alguna que suponga el menoscabo de la unidad de mando y criterio, a la hora de enfrentarse a este desgraciado y contagioso fenómeno.
Esto me anima a pensar que todavía estamos a tiempo, y que es posible que en España vuelva a amanecer (y no me malinterpreten ustedes por lo del estribillo de la canción…). A la crisis sanitaria, por desgracia, le va a suceder una crisis económica de un calibre superior a la de 2008 y para la que, de momento no hay vacuna, más allá de los parches con analgésicos que se están poniendo a través de las, aún insuficientes, medidas económicas que se están tomando.
Los presupuestos, que se habían comenzado a tramitar, ya no sirven para la situación excepcional en la que ahora nos encontramos. Precisamos de unos presupuestos de emergencia que hagan frente a la situación extraordinaria a la que vamos abocados. Se tendrán que tomar decisiones extraordinarias para hacer frente a problemas extraordinarios. Y aquí, y ahora, ya no nos valen las posturas cortoplacistas de los políticos (de uno y otro lado) que no hayan sido capaces de dejar de lado sus intereses partidistas y tomar decisiones valientes con sentido de Estado.
Todavía estamos a tiempo de reconducir la política con MAYUSCULAS por un sendero donde, la inmensa mayoría de españoles, podamos circular (juntos, pero no revueltos), a través de la legítima representación que, la voluntad popular, les ha otorgado a las formaciones políticas. Es hora de sumar y no de mirarse el ombligo ni tomar decisiones pensando en la rentabilidad política.
Todos se tendrán que dejar algún pelo en la gatera, como ya ocurrió en la –para algunos- tan denostada transición, pero a la que tanto debe este país. Además, es el momento para ‘reconducir’ ciertos aspectos preocupantes respecto de la deriva identitaria y territorial que este gobierno había emprendido, con tal de asegurarse la aprobación de las cuentas. El principal partido de la oposición y el partido que ganó las elecciones tienen la obligación de sentarse, sin luz ni taquígrafos (como ahora le gusta a Podemos), y pergeñar un tiempo nuevo en el que prime el consenso.
Yo no sé si a eso hay que bautizarlo como una política de “concentración” o lo que sea; pero lo que es imprescindible es aunar criterios y dar una respuesta común a un enemigo común. Y eso solo se consigue UNIDOS. Una palabra que últimamente todos utilizamos mucho. A ver si es verdad. Todavía estamos a tiempo.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

1 comentario:

  1. Retroceso de la economía, no cabe duda.
    Espero al menos que haya servido de evolución, despertar y toma de conciencia de la humanidad.

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