Todavía estamos a tiempo
Desde el obligado confinamiento en el que me
encuentro, junto al de millones de compatriotas, me gustaría escribir este
artículo sin que mis lectores me califiquen de cansino por referirme al mono
tema que nos envuelve. Pero es algo a lo que no tengo más remedio que aludir,
si bien me gustaría hacerlo en un plano positivo, no exento de alguna
matización crítica.
Ni que decir tiene que la situación de confinamiento
es una medida de carácter extraordinaria que afecta a toda la sociedad y que
podría ser comparable a otras pandemias sufridas por la humanidad. Como la del
‘cólera’ (Peste Asiática), que asoló España en el siglo XIX, y en cuyo otrora
tiempo nuestra sociedad no estaba preparada ni disponía de los medios adecuados
para mitigar esta epidemia que dejó millones de fallecidos.
Hoy, sin embargo, en nuestro país, mal que les pese
a algunos, y a pesar de las críticas que se suscitan de forma generalizada,
pero, igualmente, injustificada, disponemos de uno de los mejores sistemas
públicos sanitarios del mundo, donde la Sanidad
Universal, es modélica y envidia de países con una economía mucho más
potente que la nuestra. Con sus defectos y aspectos mejorables, por supuesto,
pero con un cuerpo de profesionales y un panel de prestaciones que para sí lo
quisieran muchas naciones con mayor renta per cápita que España.
No quiero, sin embargo, ocultar aquí la realidad que
supone el reconocimiento de un hecho que nos ha llevado a ser el segundo país
del mundo en crecimiento exponencial por contagio del famoso bichito. Todos
hemos sido conscientes y hemos reconocido la imprudencia que supuso la
autorización (yo diría, incluso, el aliento) de las manifestaciones del 8M. El botón de muestra lo dio la
vicepresidenta Calvo, cuando, días antes del citado día, le preguntaba una
periodista: ¿Qué le aconsejaría usted a una mujer que tuviese dudas en asistir
a la manifestación del domingo…? Respuesta: Que
asistan… “que le va la vida en ello”).
Frase lapidaria si se toma por el otro lado, ya que –como después se ha podido
ver- a algunos le ha podido costar, si no la vida, si, al menos, la salud.
Sin embargo, y no pretendo asumir el papel de
defensor del gobierno, yo le otorgo a este el beneficio de la duda y enmarco
esta actuación en una metedura de pata, producto de la falta de información
seria y objetiva que, en aquellas fechas, se tenía sobre la posible evolución
de la pandemia. Aquí está pasando algo que, habitualmente, ocurre en otros
segmentos de la sociedad. Y es que, a toro pasado, es muy fácil criticar y dar
respuesta a problemas que, anteriormente, no se habían planteado en toda su
magnitud. Eso mismo ocurre con las crisis económicas. Las recetas de los
economistas las conocemos cuando ya la cosa no tiene remedio y, entonces, nos
dicen lo que había que haber hecho.
El gobierno de España, con una estructura bipartita,
en pleno precalentamiento y sin haber acabado el periodo de ajuste, se ha
tenido que enfrentar a un reto, inédito en la historia reciente de nuestro
país. Con una declaración del Estado de
Alerta (forzada por las incongruencias de los Reinos de Taifas, en los que se habían convertido algunas Comunidades Autónomas), pero acometida
desde la firmeza y el rigor que una disposición de esta índole, sin
antecedentes previos algunos, exige para una crisis como la que nos ha
sobrevenido.
Atrás han quedado los paños calientes con los que se
estaban tratando determinadas sintomatologías derivadas de las exigencias
territoriales de algunos de estos reinos, y los españoles hemos podido
comprobar como (salvo alguna deshonrosa excepción) las Comunidades Autónomas, las formaciones políticas, y los agentes
sociales, es decir, la casi totalidad de la masa crítica y sustancial de una
país diverso y, a veces, cainita, se han puesto en primer tiempo de saludo,
detrás del gobierno de España, y sin mácula alguna que suponga el menoscabo de
la unidad de mando y criterio, a la hora de enfrentarse a este desgraciado y
contagioso fenómeno.
Esto me anima a pensar que todavía estamos a tiempo,
y que es posible que en España vuelva a amanecer (y no me malinterpreten
ustedes por lo del estribillo de la canción…). A la crisis sanitaria, por
desgracia, le va a suceder una crisis económica de un calibre superior a la de
2008 y para la que, de momento no hay vacuna, más allá de los parches con
analgésicos que se están poniendo a través de las, aún insuficientes, medidas
económicas que se están tomando.
Los presupuestos, que se habían comenzado a
tramitar, ya no sirven para la situación excepcional en la que ahora nos
encontramos. Precisamos de unos presupuestos de emergencia que hagan frente a
la situación extraordinaria a la que vamos abocados. Se tendrán que tomar
decisiones extraordinarias para hacer frente a problemas extraordinarios. Y
aquí, y ahora, ya no nos valen las posturas cortoplacistas de los políticos (de
uno y otro lado) que no hayan sido capaces de dejar de lado sus intereses
partidistas y tomar decisiones valientes con sentido de Estado.
Todavía estamos a tiempo de
reconducir la política con MAYUSCULAS por un sendero donde, la inmensa mayoría
de españoles, podamos circular (juntos, pero no revueltos), a través de la
legítima representación que, la voluntad popular, les ha otorgado a las
formaciones políticas. Es hora de sumar y no de mirarse el ombligo ni tomar
decisiones pensando en la rentabilidad política.
Todos se tendrán que dejar algún pelo en la gatera,
como ya ocurrió en la –para algunos- tan denostada transición, pero a la que
tanto debe este país. Además, es el momento para ‘reconducir’ ciertos aspectos
preocupantes respecto de la deriva identitaria y territorial que este gobierno
había emprendido, con tal de asegurarse la aprobación de las cuentas. El
principal partido de la oposición y el partido que ganó las elecciones tienen
la obligación de sentarse, sin luz ni taquígrafos (como ahora le gusta a
Podemos), y pergeñar un tiempo nuevo en el que prime el consenso.
Yo no sé si a eso hay que bautizarlo como una
política de “concentración” o lo que sea; pero lo que es imprescindible es
aunar criterios y dar una respuesta común a un enemigo común. Y eso solo se
consigue UNIDOS. Una palabra que últimamente todos utilizamos mucho. A ver si
es verdad. Todavía estamos a tiempo.
Retroceso de la economía, no cabe duda.
ResponderEliminarEspero al menos que haya servido de evolución, despertar y toma de conciencia de la humanidad.