Libertad de expresión
Mi artículo de hoy va a tratar sobre la libertad de expresión. Algo tan
elemental y necesario en una sociedad democrática, como comprometido y dañino,
si de un mal uso de este derecho fundamental se hiciera.
Pongámonos a imaginar un supuesto, totalmente
inventado, pero nada descabellado:
En otro caso, un camionero de 50 años, igualmente en
paro, tras diversos fracasos en la consecución de un trabajo más o menos
estable, decide hacerse autónomo. Se empeña para comprar un vehículo propio y
contrata una primera carga a transportar a Alemania, con una cláusula de
continuidad que le asegura, al menos, tres años de trabajo. Una casualidad hace
que transite por esa misma carretera, por lo que, el camionero, se ve
involuntariamente introducido en una ratonera, con cientos de vehículos
atrapados y sin posibilidad de reacción alguna. Al coincidir con un fin de
semana, el trabajador llega a su destino tres días después. La mercancía no la
recepciona el contratista, y el autónomo no solo pierde el valor de la misma,
sino que ve anulado su contrato y el único medio que tenía para atender los
compromisos derivados del préstamo obtenido.
Entre tanto, yo me encuentro entre los manifestantes
que reivindicamos una situación injusta y dañina para nuestros intereses
vecinales, y de la que hacemos responsables a los poderes públicos y a
determinados organismos e instituciones.
Cuando me entero del contenido de estos dos relatos,
mi inconsciente se revela y me hace reflexionar: ¿Qué derecho tengo yo de joderle la vida a un ciudadano, al que –por
otro lado- no conozco, ni tiene responsabilidad alguna en la reivindicación que
estoy manteniendo?
¿Acaso con
esta actitud, de justa manifestación del cabreo que me embarga, estoy
consiguiendo mi objetivo? ¿y los perjuicios ‘colaterales’ que estoy
ocasionando? ¿acaso los he valorado? Me detengo a pensar unos
segundos y recapacito: ‘seguro que hay
otras formas de manifestar la rabia y descontento que me inunda y –al mismo
tiempo- no crear problemas a mis conciudadanos’.
En ese momento recuerdo una frase que mi padre me
repetía constantemente, y que había acuñado el famoso filósofo francés Jean-Paul Sartre: ‘recuerda, Jesús, (me decía mi padre) tu libertad acaba donde empieza la de los demás”.
Reconozco que hay situaciones en las que los vecinos de un determinado
lugar, nos sentimos impotentes ante ciertas actitudes que emanan de la
Administración correspondiente, y una de las pocas salidas que nos quedan es,
precisamente, la de manifestar nuestro descontento mediante todos aquellos
actos que no incumplan las normas y procedimientos establecidos. El problema
estriba en que, cuando se organiza una protesta de este tipo, siempre puede
haber algunos grupúsculos de personas, que se identifican dentro de un segmento
denominado antisistema, y que aprovechan este tipo de manifestaciones para
‘montar el pollo’ utilizando métodos incívicos.
Los defensores de este tipo de protestas argumentan que aquellas
actuaciones que no generen una cierta visibilidad mediática, no consiguen los
propósitos que se persiguen. Pero eso no nos da patente de corso como para
hacerle la puñeta a otras personas que nada tienen que ver en esta ‘guerra’ y a
los que estamos perjudicando, aunque algunos lo consideren daños colaterales.
Todos somos conscientes de los acontecimientos acaecidos en Cataluña hace algunos meses y en los
que hemos podido observar, además de las barbaridades que se han cometido, la
amplia difusión mediática que ha habido sobre este particular. Otro ejemplo, más
reciente, las manifestaciones de los representantes del agro español. Quizá existan
quienes, mimetizando lo ocurrido en este tipo de actuaciones, quieran emularlas
pensando (erróneamente) que podrían generar la misma atención mediática.
Algo que, por otra parte, no ocurre así necesariamente. Deberíamos
saber que la mayor o menor atención prestada por los medios de comunicación a
un determinado acontecimiento, está basado en la naturaleza del mismo y en el
grado de arraigo conseguido en el resto de la sociedad (y no solo en el ámbito
local). Y los hechos acaecidos en un ámbito más local, por desgracia, no tienen
esa repercusión que atraiga la atención de estos medios, de una forma cotidiana
y con una presencia continuada.
No es mi intención polemizar con un tema tan sensible como este, que
alberga sentimientos muy respetables, influenciados, en muchos casos, por
verdaderas flagrantes e injustas situaciones que se están produciendo en
nuestra sociedad. Tampoco pretendo criticar este tipo de manifestaciones; muy
al contrario, pero sí que estoy en contra de algunas de las formas en las que
se exteriorizan y, sobre todo, con los perjuicios ocasionados a terceros.
Siempre he creído que se pueden expresar libremente nuestras opiniones, sin que
estas sean objeto de ningún tipo de impedimento ni represión. Pero no
necesariamente (y al amparo de esta libertad) se deberían vulnerar los derechos
que los demás tienen, en su justa aspiración por defender unos criterios que
nosotros no compartimos.
También considero que haya ciudadanos que no piensen como yo, cosa que
respeto profundamente, aunque no comparta.
En todo caso, creo que a todos nos vendría bien recordar la frase de Sartre: ‘tu libertad acaba donde empieza la de los demás’. Un axioma que
en muchos casos no se cumple, en aras de una falsa y mal entendida libertad de expresión.
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