La división de poderes
Mi artículo de esta semana lo voy a dedicar a la pretendida y nonata reforma de la Ley que regula el Consejo General del Poder Judicial. Uno de esos temas estrella que, últimamente, han estado en el candelero y que ha logrado que España haya sido protagonista en varios foros internacionales de la UE; especialmente en aquellos en los que se otean las posibles derivas totalitarias que algunos gobiernos plantean, intentando hacerse con el control absoluto del poder.
En España el poder ejecutivo (el gobierno) ya controla, de una forma efectiva, al poder
legislativo (el parlamento). Es obvio
que la disciplina de partido funciona en nuestro país de forma autoritaria,
ejerciéndose un férreo control sobre sus parlamentarios, a los que se les
adoctrina sobre lo que tienen que hacer y hasta lo que tienen que pensar. Esta
situación (a la que yo califico de corrupción política) propicia que uno de los
“poderes” del Estado (el parlamento) ya no sea independiente
de los otros; de ahí que los gobiernos de turno estén tentados de hacer lo
propio con el poder judicial, para así tener controlado todo el entramado
político-jurídico-administrativo en nuestro país.
Esta dinámica, a la que por desgracia se abocan
algunos regímenes con el pretexto de que no les pongan “palos en las ruedas”, produce
-de facto- unas consecuencias infaustas que nos llevan directamente a la
configuración de un Estado
autocrático en el que el poder omnímodo está en manos de un solo estamento… y
eso, en Román paladino, se llama
dictadura.
Si se produjera la pretendida modificación
legislativa, la división de poderes, a la que aludía Montesquieu y que –en su día- “enterró” nuestro ancestral
vicepresidente Alfonso Guerra, estaría
a punto de desaparecer en nuestro país.
Es curioso, cuando no preocupante, escuchar a
algunos de los voceros habituales que dicen representar a los particos
proponentes de tal desaguisado, cuando tratan (sin convicción alguna) de
justificar lo injustificable, y se sacan de la manga algunas frases hechas y
preparadas, dentro del decálogo argumental que el comunicador de guardia les ha
preparado para ese día: “…es democrático
que el parlamento elija a los jueces, y que estos representen, en su órgano de
gobierno, las nuevas mayorías que se han producido en Las Cortes, fruto de las
pasadas elecciones…”
¿Pero no quedamos en que son dos poderes
independientes?... Entonces ¿cómo va a ser ‘democrático’
que uno de ellos elija a los miembros del otro?... ¿Dónde estaría esa
pretendida independencia que se le debe suponer al poder judicial?
En mi corta andadura como ‘escribidor’ ya he aludido
a este tema, en varias ocasiones, y he manifestado mi desacuerdo con el sistema
actual de elección de los miembros del CGPJ.
Mi postura ha sido, siempre, favorable a que la elección se haga entre y por
parte de la judicatura, por más que a algunos les parezca un acto de
corporativismo, contrario a las prácticas democráticas.
Lo que es contrario a cualquier actitud democrática
es subrogarse el derecho a ejercer ese tipo de elección desde un parlamento
que, sabemos, no goza de la independencia necesaria, por más que los
parlamentarios a sueldo digan que han sido elegidos por el ‘pueblo’. Que yo
sepa los jueces también dimanan de ese pueblo y son miembros de una sociedad
plural donde cada cual, por supuesto, tiene su propia ideología. Pero no es
menos cierto que la mayoría desarrollan su actividad atendiendo a la
independencia e imparcialidad propias de cada uno de ellos. Por tanto, a mí no
me vale la cantinela que los partidos utilizan, intentando desacreditar el
concepto básico que debe regir la acción judicial (la profesionalidad e
independencia), cuando lo que se pretende, no nos engañemos, es controlar un
bastión que les es muy necesario para afianzar su poder absoluto y absolutista,
ante una sociedad que quedaría huérfana del amparo de una justicia
verdaderamente independiente.
Es obvio que la administración de justicia precisa
de cambios estructurales de calado, y que, esta, no es que sea tampoco un
dechado de virtudes ni, todos sus integrantes, infalibles en el ejercicio de
sus competencias. Pero, en todo caso, se debería actuar (como nos han
recomendado desde la UE) en la línea
de conseguir una mayor independencia y autonomía con respecto a los otros
poderes del Estado. Mientras tanto,
es preferible entonar el “madrecita que
me quede como estoy”, a que el gobierno intente ‘salvarnos’ echándonos un
lazo al cuello.
Gabriel
Rufián (ERC) ya apuntaba que era un error promover este
órdago, por lo que de cortoplacismo tiene. Y advertía: ‘se imaginan ustedes que la ultraderecha gobernara en algún momento y
tuviera en sus manos esta herramienta…’
Pues eso mismo es lo que yo pienso. Y lo que no
entiendo es que los sesudos asesores del gobierno que han instigado a su
Presidente a tomar este endiablado camino, no se les haya ocurrido aquello de
que no hay ‘gobierno’ que cien años dure, y …algún día vendrá que otro le
relevará.
Y entonces, algunos se acordarán de las palabras
premonitorias del Sr. Rufián… y
podrán decir aquello de… ¡pobre de mí!
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com
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