El día después
Muchos
recordarán este título como el de una película ambientada a mediados de la década de los ochenta, que
narra los devastadores efectos de un holocausto nuclear, y la afección que
produce en la vida de los habitantes de un pequeño pueblo norteamericano. Nada
que ver con lo que, a continuación, me voy a referir, si bien el título sí que
me ha inspirado un cierto analogismo, y –aunque la crisis del coronavirus no es
que sea homologable a un holocausto- sí
que de una situación gravísima y extraordinaria se trata.
Pero no les voy a dar la
tabarra con este mono tema que ya está suficientemente tratado y desarrollado
en cualquier medio de comunicación y de los que no nos escapamos ni viéndolos
en diferido. Estoy seguro que, más pronto que tarde, de esta pandemia saldremos
y tendremos que rehacer nuestras vidas, la sociedad y hasta el concepto de
convivencia. Otra cosa es que aprendamos de los errores que hemos cometido.
Pero eso es harina de otro costal.
Por eso les quiero hablar
del día
después… El día siguiente al cese de la alerta sanitaria; el día en que
nos dejen salir del confinamiento, el día en el que sea posible abrir los
primeros comercios y pulsar el botón que ponga en marcha la maquinaria
productiva de todo un país... Ese día… ya no será igual.
Y no va a ser igual porque
la economía de nuestro país no puede soportar el ingente peso que ha supuesto
la práctica paralización de la mayor parte de sus sectores productivos. No me
interpreten esto como un reproche a la decisión de “hibernación” que hubo de
tomar el gobierno, y con la que estoy totalmente de acuerdo. Pero una medida de
ese calado produce un daño inmenso en una economía ya de por sí algo maleada, y
sobre todo con unos valores estructurales (déficit, deuda externa y alto nivel
de paro) que incrementan su vulnerabilidad.
Es ahora, cuando parece se
está encarrilando la ofensiva sanitaria, cuando tenemos que dedicar todos nuestros
esfuerzos a preparar un plan de reactivación, al que yo denominaría, de
emergencia nacional. España no se
puede permitir (ni lo puede soportar) la hecatombe que resultaría de sumar casi
dos millones de parados más a su ya debilitado mercado de trabajo. El Estado no
tiene recursos para atender los gastos derivados de este desastre. Si, además,
le añadimos las probabilidades (ya anunciadas) de aplicar una política Keynesiana,
mediante el incremento de la inversión y el gasto público, alguien nos tendrá
que decir a los españoles de donde se va a sacar ese dinero, ahora que la
maquinita de hacer billetes ya no la tiene el Banco de España.
Con esta reflexión no
quiero cerrar la puerta a ninguna de las difíciles soluciones que habrá que
tomar en las próximas semanas, pero lo que sí quiero llamar la atención es
sobre la forma de hacerlo, y la implicación real de la inmensa mayoría de la
sociedad. Algo que es una prioridad y que tenemos que hacer lo imposible por
conseguirlo; y esto es una responsabilidad directa del gobierno, pero también
de la oposición. Un gobierno al que le pedimos se olvide de gobernar con el
rodillo y aprenda a dialogar con TODOS, y no solo con los que le hacen
genuflexión a cambio de otra serie de contrapartidas más o menos espurias. Y
una oposición que se tiene que olvidar de las encuestas y de las estrategias
electoralistas, dedicándose a actuar con un sentido de Estado que la sociedad española, en algunos casos, hemos echado en
falta. Y aquí no incluyo, por supuesto, a todos aquellos independentistas o
rupturistas (filos terroristas), de los que, particularmente, no me fío y con
los que no se podrá llegar a acuerdos serios que supongan la “reconstrucción
nacional”, siempre y cuando la palabra “nacional” esté referida a España.
En
estos días se está hablando mucho de los “Pactos
de la Moncloa”. Una iniciativa que, como todos sabemos, fue uno de los
pilares básicos de la construcción del “Estado de la Transición”, al cual, por
cierto, algunos partidos extremistas (hoy en el gobierno) han denostado e,
inclusive, intentado cargarse literalmente los resultados que propiciaron.
Por
eso es por lo que veo muy difícil que el gobierno de España, con su actual configuración de coalición con un partido
contrario a este tipo de políticas, pueda hacer frente a lo que se nos viene
encima. Es más, estoy completamente seguro que no va a ser así, salvo que Podemos renuncie a su ideario y a su
doctrina populista y demagógica, lo que no va a hacer, ya que eso le supondría
la práctica desaparición del espectro político en el que ahora bucea.
Las
recetas de la formación que lidera el señor Iglesias se basan en la aplicación de medidas económicas cercanas a
las políticas bolivarianas y de nacionalización y concentración de la economía
en manos del Estado. Un Estado, vigilante a través de un ojo del Gran Hermano
(Orweliano), que controlase al más puro estilo comunista toda la actividad
económica y social de este país. Algo que choca frontalmente con la política
liberal de una Comunidad, como es la UE,
donde España está insertada y a la que se debe principalmente, por ser quien
soporta, fundamentalmente, la enorme deuda financiera que los españoles tenemos
en el exterior.
Menos
mal que estamos insertos en una estructura política de ámbito superior, como es
la Unión Europea. Y que, esta, nos
va a marcar algunas pautas de comportamiento, mal que les pese a algunos de
nuestros gobernantes. Pero es la única forma que tenemos de salir de este
desfiladero en el que, de momento estamos prisioneros. Se ha criticado hasta la
saciedad la postura de algunos países de los denominados “ricos” o “del norte”,
de Europa, contrarios a que se
implante el régimen de “eurobonos”.
Pero nadie ha hecho mención a que estos países, realmente, lo que les pasa es
que no se fían de lo que vaya a hacer España
con ese dinero, ya que, en manos de un gobierno con una carga populista como la
de Podemos, podría ser pan para hoy
y hambre para mañana.
El
gobierno español exige que se implanten este tipo de ayudas, pero sin ningún
tipo de condiciones, ni restricciones o controles. Y la UE, ha dicho que nones, y que ya sabemos lo que pasó con Grecia y
su experimento ‘populista/podemista’ liderado por Varoufakis. Así que, estemos atentos a la pantalla que nos vamos a
tener que enfrentar a una pandemia de índole social, económico y laboral, como
lo que –los que estamos en la penúltima etapa de esta carrera que es la vida-
no hemos conocido jamás.
Los
españoles, tanto que nos hemos vanagloriado (y con razón) de haber dado una
respuesta social y sanitaria en consonancia con lo que ha sido siempre el
espíritu de superación que nos ha caracterizado, tenemos que ser capaces de
reconocer que sin ese esfuerzo colectivo no vamos a salir de la situación de
emergencia a la que nos ha abocado el dichoso bichito. No quiero ser
catastrofista, lo único que pretendo es llamar la atención ante una situación
de la que no vamos a salir sin el espíritu de unión que caracterizó nuestra ya
anhelada y tan injustamente denostada “transición”. Por eso es por lo que
reitero, una vez más, a fuer de parecer cansino, que este gobierno no lo va a
poder hacer.
Se
impone un ejercicio de pragmatismo y de patriotismo; una palabra, por cierto,
denigrada por los mismos que ahora la usan sin ninguna tipificación despectiva.
Se precisa de una acción de gobierno (véase que digo “acción”) de la que emane
una serie de acuerdos que se traduzcan en normativa legal, que beneficie a la
inmensa mayoría de la sociedad y que no deje fuera a nadie. Una gobernanza que
cuente con el respaldo de la inmensa mayoría de los representantes libremente
elegidos por el pueblo español, y no sólo de la mitad. Ya está bien de
criminalizar a determinadas empresas y/o sectores productivos, cuando son estas
las que, con el concurso de los trabajadores, tienen que sacar adelante a este
país.
Este
es el día después al que nos enfrentamos. Un día que, más pronto que tarde,
va a llegar y no sé si nuestros gobernantes estarán preparados para afrontarlo.
Y si
albergan alguna duda… podrían preguntarnos a los españoles. A lo mejor se
llevan una sorpresa.
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