lunes, 6 de abril de 2020

El día después

El día después



Muchos recordarán este título como el de una película ambientada a mediados de la década de los ochenta, que narra los devastadores efectos de un holocausto nuclear, y la afección que produce en la vida de los habitantes de un pequeño pueblo norteamericano. Nada que ver con lo que, a continuación, me voy a referir, si bien el título sí que me ha inspirado un cierto analogismo, y –aunque la crisis del coronavirus no es que sea homologable a un holocausto-  sí que de una situación gravísima y extraordinaria se trata.

Amanece que no es poco, también como el título de otra película, es la reflexión que hacemos muchos de los que estamos incluidos en ese mal llamado “grupo de riesgo”, cada vez que nos despertamos y seguimos viendo la luz por la ventana. Y digo mal llamado porque el riesgo lo estamos corriendo todos. Aquí no se escapa ni el tato. Cierto que hay unas franjas de edad en las que parece ser que se ha cebado con más intensidad, pero, como he dicho, no respeta edades, credos, territorios ni razas. Pronto vamos a cumplir el mes de confinamiento que nos marcó la declaración del Estado de Alarma y parece que se ve un punto de luz al final del túnel. Al menos eso queremos ver los que todavía vemos la luz de la mañana.
Pero no les voy a dar la tabarra con este mono tema que ya está suficientemente tratado y desarrollado en cualquier medio de comunicación y de los que no nos escapamos ni viéndolos en diferido. Estoy seguro que, más pronto que tarde, de esta pandemia saldremos y tendremos que rehacer nuestras vidas, la sociedad y hasta el concepto de convivencia. Otra cosa es que aprendamos de los errores que hemos cometido. Pero eso es harina de otro costal.
Por eso les quiero hablar del día después… El día siguiente al cese de la alerta sanitaria; el día en que nos dejen salir del confinamiento, el día en el que sea posible abrir los primeros comercios y pulsar el botón que ponga en marcha la maquinaria productiva de todo un país... Ese día… ya no será igual.
Y no va a ser igual porque la economía de nuestro país no puede soportar el ingente peso que ha supuesto la práctica paralización de la mayor parte de sus sectores productivos. No me interpreten esto como un reproche a la decisión de “hibernación” que hubo de tomar el gobierno, y con la que estoy totalmente de acuerdo. Pero una medida de ese calado produce un daño inmenso en una economía ya de por sí algo maleada, y sobre todo con unos valores estructurales (déficit, deuda externa y alto nivel de paro) que incrementan su vulnerabilidad.
Es ahora, cuando parece se está encarrilando la ofensiva sanitaria, cuando tenemos que dedicar todos nuestros esfuerzos a preparar un plan de reactivación, al que yo denominaría, de emergencia nacional. España no se puede permitir (ni lo puede soportar) la hecatombe que resultaría de sumar casi dos millones de parados más a su ya debilitado mercado de trabajo. El Estado no tiene recursos para atender los gastos derivados de este desastre. Si, además, le añadimos las probabilidades (ya anunciadas) de aplicar una política Keynesiana, mediante el incremento de la inversión y el gasto público, alguien nos tendrá que decir a los españoles de donde se va a sacar ese dinero, ahora que la maquinita de hacer billetes ya no la tiene el Banco de España.
Con esta reflexión no quiero cerrar la puerta a ninguna de las difíciles soluciones que habrá que tomar en las próximas semanas, pero lo que sí quiero llamar la atención es sobre la forma de hacerlo, y la implicación real de la inmensa mayoría de la sociedad. Algo que es una prioridad y que tenemos que hacer lo imposible por conseguirlo; y esto es una responsabilidad directa del gobierno, pero también de la oposición. Un gobierno al que le pedimos se olvide de gobernar con el rodillo y aprenda a dialogar con TODOS, y no solo con los que le hacen genuflexión a cambio de otra serie de contrapartidas más o menos espurias. Y una oposición que se tiene que olvidar de las encuestas y de las estrategias electoralistas, dedicándose a actuar con un sentido de Estado que la sociedad española, en algunos casos, hemos echado en falta. Y aquí no incluyo, por supuesto, a todos aquellos independentistas o rupturistas (filos terroristas), de los que, particularmente, no me fío y con los que no se podrá llegar a acuerdos serios que supongan la “reconstrucción nacional”, siempre y cuando la palabra “nacional” esté referida a España.
En estos días se está hablando mucho de los “Pactos de la Moncloa”. Una iniciativa que, como todos sabemos, fue uno de los pilares básicos de la construcción del “Estado de la Transición”, al cual, por cierto, algunos partidos extremistas (hoy en el gobierno) han denostado e, inclusive, intentado cargarse literalmente los resultados que propiciaron.
Por eso es por lo que veo muy difícil que el gobierno de España, con su actual configuración de coalición con un partido contrario a este tipo de políticas, pueda hacer frente a lo que se nos viene encima. Es más, estoy completamente seguro que no va a ser así, salvo que Podemos renuncie a su ideario y a su doctrina populista y demagógica, lo que no va a hacer, ya que eso le supondría la práctica desaparición del espectro político en el que ahora bucea.
Las recetas de la formación que lidera el señor Iglesias se basan en la aplicación de medidas económicas cercanas a las políticas bolivarianas y de nacionalización y concentración de la economía en manos del Estado. Un Estado, vigilante a través de un ojo del Gran Hermano (Orweliano), que controlase al más puro estilo comunista toda la actividad económica y social de este país. Algo que choca frontalmente con la política liberal de una Comunidad, como es la UE, donde España está insertada y a la que se debe principalmente, por ser quien soporta, fundamentalmente, la enorme deuda financiera que los españoles tenemos en el exterior.
Menos mal que estamos insertos en una estructura política de ámbito superior, como es la Unión Europea. Y que, esta, nos va a marcar algunas pautas de comportamiento, mal que les pese a algunos de nuestros gobernantes. Pero es la única forma que tenemos de salir de este desfiladero en el que, de momento estamos prisioneros. Se ha criticado hasta la saciedad la postura de algunos países de los denominados “ricos” o “del norte”, de Europa, contrarios a que se implante el régimen de “eurobonos”. Pero nadie ha hecho mención a que estos países, realmente, lo que les pasa es que no se fían de lo que vaya a hacer España con ese dinero, ya que, en manos de un gobierno con una carga populista como la de Podemos, podría ser pan para hoy y hambre para mañana.
El gobierno español exige que se implanten este tipo de ayudas, pero sin ningún tipo de condiciones, ni restricciones o controles. Y la UE, ha dicho que nones, y que ya sabemos lo que pasó con Grecia y su experimento ‘populista/podemista’ liderado por Varoufakis. Así que, estemos atentos a la pantalla que nos vamos a tener que enfrentar a una pandemia de índole social, económico y laboral, como lo que –los que estamos en la penúltima etapa de esta carrera que es la vida- no hemos conocido jamás.
Los españoles, tanto que nos hemos vanagloriado (y con razón) de haber dado una respuesta social y sanitaria en consonancia con lo que ha sido siempre el espíritu de superación que nos ha caracterizado, tenemos que ser capaces de reconocer que sin ese esfuerzo colectivo no vamos a salir de la situación de emergencia a la que nos ha abocado el dichoso bichito. No quiero ser catastrofista, lo único que pretendo es llamar la atención ante una situación de la que no vamos a salir sin el espíritu de unión que caracterizó nuestra ya anhelada y tan injustamente denostada “transición”. Por eso es por lo que reitero, una vez más, a fuer de parecer cansino, que este gobierno no lo va a poder hacer.
Se impone un ejercicio de pragmatismo y de patriotismo; una palabra, por cierto, denigrada por los mismos que ahora la usan sin ninguna tipificación despectiva. Se precisa de una acción de gobierno (véase que digo “acción”) de la que emane una serie de acuerdos que se traduzcan en normativa legal, que beneficie a la inmensa mayoría de la sociedad y que no deje fuera a nadie. Una gobernanza que cuente con el respaldo de la inmensa mayoría de los representantes libremente elegidos por el pueblo español, y no sólo de la mitad. Ya está bien de criminalizar a determinadas empresas y/o sectores productivos, cuando son estas las que, con el concurso de los trabajadores, tienen que sacar adelante a este país.
Este es el día después al que nos enfrentamos. Un día que, más pronto que tarde, va a llegar y no sé si nuestros gobernantes estarán preparados para afrontarlo.
Y si albergan alguna duda… podrían preguntarnos a los españoles. A lo mejor se llevan una sorpresa.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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