Otra forma de hacer España
A mi VOX
no me hace ninguna gracia. Es más, creo que no lo votaría nunca, dado que
defiende (legítimamente) unos postulados que yo no comparto absolutamente. Pero
reconozco que han sacado más de 2,5
millones de votos en las elecciones generales y esas personas merecen un
respeto. A aquellos que se les llena la boca con calificativos, a cuál de ellos
más despectivo, les diría que los votantes de VOX tienen todo el derecho del mundo a defender sus ideas, siempre
y cuando lo hagan dentro de las normas de convivencia que nos hemos dados todos
los españoles. Y que, si no estamos de acuerdo, podemos discrepar. Pero sin
insultar ni utilizar un lenguaje agresivo e incendiario, ni colocar etiquetas
pre establecidas, ni cordones sanitarios.
Recientemente leía un artículo en el que se
analizaba el poder omnímodo que los partidos tienen en España, y su estrategia por perpetuar un verdadero régimen
partitocrático, del que emana un poder, que los “aparatos” no quieren despreciar.
Ante este hecho, un compañero de tertulia, del programa radiofónico La Pinza, me preguntaba: ¿qué podemos
hacer los ciudadanos ante tamaña usurpación de unos derechos que consideramos
básicos para el ejercicio de la democracia interna?
En primer lugar, hay que reconocer que la
verdadera razón de ser de los partidos políticos debería ser su compromiso por
estar al servicio de sus votantes (afiliados o no). Pero debemos admitir que
eso, en España, no ocurre así. Más
bien es al contrario. Los ciudadanos solamente nos podemos pronunciar, cada
cuatro años, a través de un sistema que propicia un sufragio condicionado por
la normativa electoral, y que está diseñado para favorecer la fortaleza de los
partidos mayoritarios. Por lo tanto, mientras no exista una voluntad real de
modificar estas reglas del juego, difícilmente vamos a poder ser decisivos en la
organización y el control de estas organizaciones, que siempre van a estar en
manos de sus respectivos dirigentes.
Las tan cacareadas primarias, salvo el “rara
avis” que supuso las que llevaron a Sánchez
a la Secretaría General de su partido, tras su previa defenestración, están, en
su mayoría, manipuladas y dirigidas. Y eso es algo sabido y aceptado. Sin
embargo, hay un papel que pueden jugar los simpatizantes, militantes y
ciudadanos más allegados y cercanos a las formaciones políticas. Estos sí que
tienen un rol a desempeñar en una futura “refundación” de la cultura
partitocrática en España.
Todos sabemos que lo mítines y reuniones que,
de forma habitual, los distintos partidos organizan a lo largo y ancho de sus
campañas y pre campañas, están hechos para satisfacer y para sensibilizar a sus
huestes más cercanas. También es cierto, que estos partidos no serían nada sin
la infraestructura necesaria que precisan para desarrollar toda su labor de
organización y “captación” de voluntades, sobre todo cuando se acercan unas
elecciones. Y eso es lo que son, en realidad, las bases de los partidos. Mano
de obra barata para conseguir un objetivo que solo va a beneficiar a unos
pocos. Y aquí sí que estos militantes tienen mucho que decir. Si estas bases reconsideraran
y se dieran cuenta, realmente, del papel fundamental que juegan en esta
partida, podrían hacer recapacitar a sus dirigentes y darle la vuelta a la
tortilla.
Mientras tanto, los que no podemos hacer otra
cosa, deberíamos aprender algo de la adolescente Greta Thunberg, la estudiante sueca que se plantó, con un cartel
hecho en cartón y rotulador, ante el parlamento sueco y que ha levantado toda
una movilización en contra de lo que ella ha denominado como el ‘apocalipsis climático’. Una
demostración palpable de lo que, en algunos casos, somos capaces de hacer, pero
no nos atrevemos.
Todos podemos, y debemos, hacer lo posible
por mejorar la sociedad en la que vivimos. Desde nuestra atalaya, desde nuestro
espacio vital. Y los que tenemos la oportunidad de transmitir con la fuerza de
la palabra, bien sea oral o escrita, deberíamos insistir, expresando nuestro
parecer, a través de todos aquellos medios que estén a nuestro alcance, y a ver
si “cala” algo en la casta.
Como decía un viejo eslogan de campaña que
acuño el gran político de la transición, Miguel
Roca Junyent: ‘Tiene que haber otra
forma de hacer España’.
Item + No
puedo dejar pasar la ocasión de referirme a Alfredo Pérez Rubalcaba, y dedicarle un recuerdo entrañable al que
fue una figura irrepetible, de las pocas que ha habido a lo largo y ancho de la
transición política española. Una persona con categoría de Estado, de las que, apenas, nos quedaban, pero, sobre todo, de los que
han tenido la oportunidad de demostrarlo.
Resulta chocante ver la utilización de
algunos de sus compañeros de partido que, ahora, lo recuerdan y lo ensalzan en
los mítines, cuando hasta hace apenas unos días, ni se acordaban de él. Así ha
sucedido con la sobreactuación de la Vicepresidenta del Gobierno en funciones,
quien, a mi entender, se ha pasado tres pueblos en un mitin, digno de ser
olvidado, y cuando están calientes, todavía, las recientes purgas efectuadas
por su partido en las personas de Soraya
Rodríguez, Antonio Hernando, o Elena Valenciano. Todos ellos afines a Rubalcaba, y en este último caso desoyendo la petición expresa, de este a Sánchez, para
recuperar el capital político de Valenciano, quien fuera su
número dos en Ferraz.
Qué pena que muchos de esos políticos a los
que hemos visto derramar lágrimas de cocodrilo, en su silenciosa despedida de
este mundo hipócrita, no tengan la valentía de seguir sus pasos, y de pregonar
con el ejemplo que él nos ha legado. Es significativo el apelativo que Rubalcaba acuñó, con motivo de la
constitución del gobierno salido de la moción de censura, y al que calificó de “Frankenstein”.
Él no hubiera consentido
nunca acceder a La Moncloa de la
mano de los independentistas. Así se lo hizo saber al “compañero” Sánchez, que ahora le llora, cuando le manifestó:
“Se sienta uno a hablar con los
independentistas y se vuelve uno malo”. O cuando, posteriormente, se sincera
con una periodista, y le dice: "Sánchez deja de hablar conmigo, en
febrero, tras contarle mi opinión sobre el pacto con los
independentistas".
Lástima que no le hubieran hecho caso. Ahora
tienen la oportunidad de rectificar, pero mucho me temo que las lágrimas ya se
habrán secado y la memoria corta lo borra todo. Sería, también, otra forma de hacer España.
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