miércoles, 15 de mayo de 2019

Otra forma de hacer España

Otra forma de hacer España



Las pasadas elecciones generales nos han transmitido, entre otras cosas, que tenemos que aprender a aceptar los resultados que, democráticamente, se han producido, nos gusten más o nos gusten menos. Lo más importante es ser consecuente con los principios demócratas que pregonamos, y aplicarlos. No es de recibo salir a la palestra a criticar los resultados electorales, cuando nos han sido contrarios, y amenazar con ‘tomar las calles’ (como, en su momento, hicieron los ‘demócratas’ de Podemos); y cuando estos nos son favorables, entonces hay que respetarlos y afirmar que ‘ha sido la voluntad del pueblo’.


A mi VOX no me hace ninguna gracia. Es más, creo que no lo votaría nunca, dado que defiende (legítimamente) unos postulados que yo no comparto absolutamente. Pero reconozco que han sacado más de 2,5 millones de votos en las elecciones generales y esas personas merecen un respeto. A aquellos que se les llena la boca con calificativos, a cuál de ellos más despectivo, les diría que los votantes de VOX tienen todo el derecho del mundo a defender sus ideas, siempre y cuando lo hagan dentro de las normas de convivencia que nos hemos dados todos los españoles. Y que, si no estamos de acuerdo, podemos discrepar. Pero sin insultar ni utilizar un lenguaje agresivo e incendiario, ni colocar etiquetas pre establecidas, ni cordones sanitarios.

Recientemente leía un artículo en el que se analizaba el poder omnímodo que los partidos tienen en España, y su estrategia por perpetuar un verdadero régimen partitocrático, del que emana un poder, que los “aparatos” no quieren despreciar. Ante este hecho, un compañero de tertulia, del programa radiofónico La Pinza, me preguntaba: ¿qué podemos hacer los ciudadanos ante tamaña usurpación de unos derechos que consideramos básicos para el ejercicio de la democracia interna?

En primer lugar, hay que reconocer que la verdadera razón de ser de los partidos políticos debería ser su compromiso por estar al servicio de sus votantes (afiliados o no). Pero debemos admitir que eso, en España, no ocurre así. Más bien es al contrario. Los ciudadanos solamente nos podemos pronunciar, cada cuatro años, a través de un sistema que propicia un sufragio condicionado por la normativa electoral, y que está diseñado para favorecer la fortaleza de los partidos mayoritarios. Por lo tanto, mientras no exista una voluntad real de modificar estas reglas del juego, difícilmente vamos a poder ser decisivos en la organización y el control de estas organizaciones, que siempre van a estar en manos de sus respectivos dirigentes.

Las tan cacareadas primarias, salvo el “rara avis” que supuso las que llevaron a Sánchez a la Secretaría General de su partido, tras su previa defenestración, están, en su mayoría, manipuladas y dirigidas. Y eso es algo sabido y aceptado. Sin embargo, hay un papel que pueden jugar los simpatizantes, militantes y ciudadanos más allegados y cercanos a las formaciones políticas. Estos sí que tienen un rol a desempeñar en una futura “refundación” de la cultura partitocrática en España.

Todos sabemos que lo mítines y reuniones que, de forma habitual, los distintos partidos organizan a lo largo y ancho de sus campañas y pre campañas, están hechos para satisfacer y para sensibilizar a sus huestes más cercanas. También es cierto, que estos partidos no serían nada sin la infraestructura necesaria que precisan para desarrollar toda su labor de organización y “captación” de voluntades, sobre todo cuando se acercan unas elecciones. Y eso es lo que son, en realidad, las bases de los partidos. Mano de obra barata para conseguir un objetivo que solo va a beneficiar a unos pocos. Y aquí sí que estos militantes tienen mucho que decir. Si estas bases reconsideraran y se dieran cuenta, realmente, del papel fundamental que juegan en esta partida, podrían hacer recapacitar a sus dirigentes y darle la vuelta a la tortilla.

Mientras tanto, los que no podemos hacer otra cosa, deberíamos aprender algo de la adolescente Greta Thunberg, la estudiante sueca que se plantó, con un cartel hecho en cartón y rotulador, ante el parlamento sueco y que ha levantado toda una movilización en contra de lo que ella ha denominado como el ‘apocalipsis climático’. Una demostración palpable de lo que, en algunos casos, somos capaces de hacer, pero no nos atrevemos.

Todos podemos, y debemos, hacer lo posible por mejorar la sociedad en la que vivimos. Desde nuestra atalaya, desde nuestro espacio vital. Y los que tenemos la oportunidad de transmitir con la fuerza de la palabra, bien sea oral o escrita, deberíamos insistir, expresando nuestro parecer, a través de todos aquellos medios que estén a nuestro alcance, y a ver si “cala” algo en la casta.

Como decía un viejo eslogan de campaña que acuño el gran político de la transición, Miguel Roca Junyent: ‘Tiene que haber otra forma de hacer España’.

Item + No puedo dejar pasar la ocasión de referirme a Alfredo Pérez Rubalcaba, y dedicarle un recuerdo entrañable al que fue una figura irrepetible, de las pocas que ha habido a lo largo y ancho de la transición política española. Una persona con categoría de Estado, de las que, apenas, nos quedaban, pero, sobre todo, de los que han tenido la oportunidad de demostrarlo.

Resulta chocante ver la utilización de algunos de sus compañeros de partido que, ahora, lo recuerdan y lo ensalzan en los mítines, cuando hasta hace apenas unos días, ni se acordaban de él. Así ha sucedido con la sobreactuación de la Vicepresidenta del Gobierno en funciones, quien, a mi entender, se ha pasado tres pueblos en un mitin, digno de ser olvidado, y cuando están calientes, todavía, las recientes purgas efectuadas por su partido en las personas de Soraya Rodríguez, Antonio Hernando, o Elena Valenciano. Todos ellos afines a Rubalcaba, y en este último caso desoyendo la petición expresa, de este a Sánchez, para recuperar el capital político de Valenciano, quien fuera su número dos en Ferraz.

Qué pena que muchos de esos políticos a los que hemos visto derramar lágrimas de cocodrilo, en su silenciosa despedida de este mundo hipócrita, no tengan la valentía de seguir sus pasos, y de pregonar con el ejemplo que él nos ha legado. Es significativo el apelativo que Rubalcaba acuñó, con motivo de la constitución del gobierno salido de la moción de censura, y al que calificó de “Frankenstein”.

Él no hubiera consentido nunca acceder a La Moncloa de la mano de los independentistas. Así se lo hizo saber al “compañero” Sánchez, que ahora le llora, cuando le manifestó: “Se sienta uno a hablar con los independentistas y se vuelve uno malo”. O cuando, posteriormente, se sincera con una periodista, y le dice: "Sánchez deja de hablar conmigo, en febrero, tras contarle mi opinión sobre el pacto con los independentistas".

Lástima que no le hubieran hecho caso. Ahora tienen la oportunidad de rectificar, pero mucho me temo que las lágrimas ya se habrán secado y la memoria corta lo borra todo. Sería, también, otra forma de hacer España.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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