Cambiar el veto por el pacto
Ya
hemos pasado el Rubicón de lo que se ha dado en llamar la segunda vuelta de las
elecciones y, de nuevo, nos encontramos frente a un escenario repleto de
incógnitas y plagado de proposiciones, algunas de ellas escabrosas, en forma de
pactos.
Como
consecuencia de esta sabia decisión del electorado, los partidos más radicales
(por uno y otro extremo) han quedado situados en su justa medida. En este caso,
el que más lo ha sufrido ha sido Podemos,
quien se ha dado un batacazo de padre y muy señor mío, que ha dejado a esta
formación en un papel casi testimonial. Su líder, Pablo Iglesias, ha sufrido un “ko” técnico, del que –al parecer-aún
no se ha repuesto.
También
VOX ha sufrido las consecuencias de
este voto moderado, al verse capi disminuido en sus aspiraciones a copar un mayor
espacio en la derecha extrema. Sus iniciales intenciones han quedado mermadas
por la realidad de los votos y, al igual que pasó en las pasadas elecciones
generales, sus expectativas de ser imprescindibles dentro de una hipotética
geometría variable, no se han visto satisfechas plenamente.
No
obstante, no hay que obviar la realidad en la que nos encontramos, donde cualquiera
de estos partidos minoritarios, pero extremos, podrían servir de “llave” o
“contrapeso” en la conformación de esas mayorías que las urnas no les han dado
a los partidos más consolidados. Esa es la fuerza que las formaciones
políticas, con escaso peso específico, suelen utilizar para sacar pecho, cuando
se tienen que medir con el “primo de
Zumosol”. Y ese es el peaje que, de forma habitual, solemos pagar en
nuestro país, por no tener una cultura del pacto, lo suficientemente trabajada
como para conseguir acuerdos entre partidos de distintas ideologías, como –por
ejemplo- sucede en Alemania.
En
el año 2016, se originó un tímido intento, protagonizado por Ciudadanos y el PSOE, mediante un acuerdo suscrito que pretendía posibilitar la investidura
de Pedro
Sánchez, tras la negativa de Mariano Rajoy a formar gobierno.
Este ensayo hubiera sido un buen punto de partida para demostrarnos que somos
capaces de llegar a determinados acuerdos, dejando al margen aquellos asuntos
que nos separan y profundizando en aquellos otros en los que coincidimos más.
En
aquella ocasión se produjo una situación esperpéntica, tras la que, Podemos, al votar en contra de este
acuerdo, impidió que el PSOE
accediera al gobierno, lo que permitió a Rajoy seguir como Presidente y
convocar, posteriormente, nuevas elecciones. La formación morada que, con su
sola abstención, habría posibilitado la investidura de Sánchez, fue,
precisamente, la que la impidió, haciendo valer su “fuerza” ante sus primos del
partido socialista.
En
estos momentos, el azar ha hecho que Ciudadanos
y el PSOE se tengan que ver las
caras, de nuevo, tras los comicios municipales y autonómicos, y el panorama en
el que se ven inmersos cientos de municipios y algunas Comunidades Autónomas.
Recuerdo,
aquí, el cordón sanitario que el Sr. Rivera le puso al Presidente del
Gobierno, al inicio de la campaña, y al que me referí, como un error, en un
artículo anterior. No entendía, manifestaba entonces, que un partido liberal y
de centro se niegue a consensuar determinadas políticas, en unos momentos en
los que puede tener la llave de la gobernabilidad de ciertas instituciones, y
hacer valer su peso para moderar las actitudes más extremas de otros partidos.
Era una oportunidad muy valiosa para hacer reflexionar a un PSOE, inmerso en sus veleidades
‘buenístas’, y en su política errática y, a mi entender, equivocada de
contemporizar con el separatismo.
Ahora,
ese tren, vuelve a pasar por la misma vía, y Ciudadanos aparece de nuevo como una bisagra que puede posibilitar
la gobernabilidad de la izquierda o de la derecha, dada su posición
privilegiada y el aumento que ha experimentado en sufragios, tanto locales como
autonómicos. Esta situación ha hecho que la formación naranja se vea como una Cenicienta a la que todos quieren sacar
a bailar en la fiesta de la democracia.
Desde
el partido socialista, ya se han olvidado de los epítetos con los que habían
adornado a Ciudadanos, han
“enfriado” sus relaciones con Podemos,
y le han pedido a Albert Rivera que desate el cordón sanitario. Y desde el PP, ya no le critican su ambigüedad, ni
le echan en cara que “no son de fiar”, y le reclaman que no se equivoque a la
hora de elegir compañeros de viaje. Dos actitudes que han vuelto a poner encima
de la mesa la importancia de los llamados ‘partidos
bisagra’ en un momento en el que los “naranjas” deberían estar muy
centrados (nunca mejor dicho) en la responsabilidad que tienen por delante, y
pensar con sentido de Estado a la hora de tomar sus decisiones.
Si
yo tuviera la responsabilidad de ser su oráculo, les aconsejaría que
analizasen, caso a caso, las distintas posibilidades de gobernabilidad que se
han abierto a partir del día 26. Y aprovecharía la ocasión para establecer un
diálogo, sin falsos puritanismos, que lograra “embridar” la política nacional
del PSOE, y moderarla, evitando que
se vean abocados a echarse en brazos de la extrema izquierda y de los
independentistas, en su búsqueda de apoyos para la investidura del Sr.
Sánchez.
La
irrupción de Ciudadanos en el damero
que soporta esta partida de ajedrez, puede posibilitar una influencia
inequívoca en la política nacional. Rivera no puede dejar pasar la
ocasión, que le brinda esta contingencia, para conseguir introducir
determinados elementos “correctores” en las políticas económicas y
territoriales, que los socialistas se han visto obligados a introducir, por mor
de las exigencias que, sus socios en la moción de censura, les habían impuesto.
Los
españoles hemos pedido moderación, centralidad y consenso. No es momento para
la confrontación. Es hora de cambiar el veto
por el pacto.
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