Reciclar es cosa de ricos
Valga pues, el
presente artículo, como apoyo a esta causa, y, al mismo tiempo, como una sana
crítica a las dificultades con las que, a diario, nos venimos encontrando y que
impiden ser más efectivos en nuestro ánimo por conseguir un planeta más limpio
y sostenible.
Hace ya bastantes
años que me decidí a aportar mi granito de arena para que esta difícil misión
contara con un militante más, que uniera su exigua contribución a la de otros
cientos de miles (o millones) de ciudadanos que ya se habían involucrado.
Personajes anónimos, pero con una cierta sensibilidad, que se habían percatado del
peligro en ciernes que un crecimiento desmedido, y el consumo insostenible, estaban
produciendo en el medio ambiente y sobre el hábitat en el que, actualmente, nos
sustentamos.
Sin embargo, han
pasado ya unos cuantos años y en los Ayuntamientos
parece que todavía no se han concienciado. Es muy triste comprobar la poca
sensibilidad que, sobre este particular, existe aún en muchos estamentos de las
distintas administraciones; y se
puede demostrar viendo lo mucho que queda por hacer en cuanto a la ubicación de
puntos de recogida o en la disposición de medios para que los vecinos puedan
encontrarse con mayores facilidades a la hora de ejecutar estas labores de
reciclaje.
No existe una conciencia
efectiva sobre este particular. Pero es que, al igual que no existe en las
mentes de los que nos administran, tampoco existe en las de muchos empresarios,
comerciantes, y responsables de pequeñas y mayores superficies, donde todavía
nos facilitan las bolsas de plástico, sin ninguna cortapisa, cuando estas
–desde hace unos meses. están prohibidas y hay que cobrarlas obligatoriamente.
Se nos recomienda
utilizar envases de cristal en lugar de plástico. Algo que es lógico dado el
inmenso daño que el plástico está haciendo al medio ambiente, y el peligro
latente que supone su permanencia en el mismo, dado que su descomposición –en
algunos casos- tarda hasta 700 años. Pero los fabricantes de productos
envasados, no suelen envasar en cristal. Y aquellos que lo hacen, no permiten
su canjeo, por lo que –como los tenemos que tirar- los productos envasados en
cristal les supone a los consumidores un mayor coste que los embotellados en
recipientes de plástico.
Otro de los
sinsentidos a los que nos enfrentamos es el del papel reciclado. Hace décadas
que existen industrias papeleras que están fabricando este producto. Estamos
acostumbrados a ver, cada vez más, como se utiliza el papel reciclado. Un papel
más oscuro que el normal, algo más basto y con ciertas motas salpicadas por su
superficie, que nos indica la calidad y procedencia del papel. Es algo que se
trató de implantar hace ya muchos años, pero que no ha tenido mucha
repercusión. Y, es que, en la mayoría de los casos, el precio de venta de este
papel reciclado es mayor que el papel sin reciclar. Y, claro, el consumidor no
lo compra, cuando –además- estéticamente es de menor atractivo.
Lo mismo ocurre
con un nuevo producto que ha salido al mercado recientemente, y que es un
invento de un ingeniero español llamado Sergio
Fernández. Se trata de un producto patentado, consistente en “un compuesto que permite reciclar el aceite
usado en el hogar, convirtiéndolo en jabón o detergente de agradable aroma, en
menos de un minuto y sin sosa cáustica”. Pues bien, algo tan importante que podría evitar
la alarmante contaminación que están produciendo los aceites usados, no es
atractivo para el consumidor debido a su coste, dado que el precio de venta puede
superar en un 50% el precio medio de mercado de un producto similar.
A todo esto, estoy
convencido que algunos pensarán que el consumidor tiene que hacerse cargo de
estos costos, y que tiene que ser quien apeche con el pago de todos aquellos
gastos que supongan la generación de este tipo de procesos. Y, si bien es cierto, no es menos cierto que
las administraciones también tienen la obligación de velar por la mejor
preservación y conservación de nuestro medio natural. Y para que esto sea así,
nada mejor que el fomento de campañas de educación y sensibilización y el
establecimiento de políticas subvencionadoras que permitan abaratar este tipo
de servicios.
No soy partidario
de las subvenciones, pero según y en qué casos, defiendo el uso de este
instrumento como mal menor para la consecución de un objetivo de importancia
capital para el bienestar de nuestras futuras generaciones.
Otras formas de
ayudar a la protección del medio ambiente, también pasan por similares procesos,
en su comercialización, que los hacen ser poco o nada competitivos. Por
ejemplo, la instalación de placas solares o fotovoltaicas en nuestras
viviendas.
Hace más de veinte
años, yo fui uno de los que apostó por ello, y decidí instalar en mi vivienda
unifamiliar unas placas solares, con el propósito de economizar en el consumo
eléctrico y de combustible, sobre todo en aquellos aspectos relacionados con el
agua sanitaria y para la calefacción. Tras un procedimiento administrativo, que
pareció un calvario, terminé renunciando a las ayudas que me habían prometido
desde la administración, si bien, no pudieron doblegarme en el empeño por instalar
las placas, cosa que finalmente acometí, y de lo que me siento orgulloso.
La producción y el
consumo de las energías renovables es otro de los procedimientos a través de
los cuales podemos apoyar este empeño. Sin embargo, de todos es conocido que,
hasta hace escasos meses, esta producción energética ha estado penalizada, en
nuestro país, de forma inexplicable, o más bien, que no nos lo querían explicar.
Es triste advertir
la escasa conciencia que existe ante las amenazas que los seres humanos estamos
ejerciendo frente a la naturaleza. Pero lo peor es la indiferencia tan absoluta
que los poderes públicos manifiestan en su apoyo por sustentar este objetivo.
Al final va a
resultar que el reciclaje es cosa de
ricos.
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