La ecuación económica
La pasada semana, las autoridades
económicas de la UE nos volvieron a
dar un tirón de orejas, y rechazaron, una vez más, las cuentas que, el Gobierno de España, les había remitido
para el año 2020. La Comisión Europea señaló un
“riesgo de desviación significativa” (unos
nueve mil millones de €uros) al referirse al presupuesto remitido por España. Además, nos formulan dos recomendaciones, de manera encarecida. Una está
referida a la obligación de amortizar la alta deuda que tiene nuestro país, y
la segunda, abordar el endémico problema de las pensiones, que se ha demostrado
no son sostenibles.
Nada más conocerse la noticia, el presidente Sánchez, salió a la palestra (en un
foro de empresarios) a tranquilizar al respetable, prometiéndoles un control
estricto de las cuentas y, sobre todo, del gasto. El mismo Sánchez que días antes pactaba con Podemos una política económica que nada tiene que ver con lo que
nos recomienda Bruselas y en la que
el gasto, si es que se cumplen los acuerdos firmados, se dispararía, y haría
insostenible el control presupuestario que se nos demanda.
Dos caras de la misma moneda. Dos talantes del mismo presidente que, una vez más, nos toma
por tontos y manifiesta, según el auditorio que tenga enfrente, lo que este
quiere oír. No se puede sorber y soplar al mismo tiempo. Es un juego al que nos
tienen acostumbrados nuestros gobernantes, pero que, en este caso, genera un
peligro encubierto; y es que con las cosas de comer no se juega.
Las
reglas por las que se rige una economía de libre mercado son claras y
transparentes. Si un país gasta más de lo que ingresa, se le produce un déficit
que se convierte en deuda y tiene que ser asimilado mediante una amortización
controlada. España tiene en estos
momentos una de las deudas más voluminosas, entre los países de nuestro
entorno, que asciende a la friolera de 1.207.027
millones de €uros, lo que equivale a una deuda per cápita de 25.800€ por habitante. Si esta
situación la enmarcamos en el contexto de la economía global, en el que nos
encontramos, con una evidente ralentización (sin llegar a la recesión) que nos
está obligando a revisar –a la baja- las cifras de crecimiento y a reconocer un
parón evidente y un estancamiento en la creación de empleo, las perspectivas no
es que pinten muy halagüeñas, que digamos.
Frente a
este panorama, nos encontramos con la cruda realidad a la que nos ha abocado el
resultado de las últimas elecciones. La endiablada situación de fragmentación
política que ha propiciado el resultado en las urnas está obligando a
establecer una serie de alianzas, para la conformación y estabilidad de un
gobierno, que en nada favorecen las necesidades de moderación y estabilidad que
nuestra economía precisa.
La batuta
de las negociaciones, como es natural, la está blandiendo el PSOE, quien ha dejado entrever que los
ministerios más “sensibles” los van a controlar desde Ferraz. Uno de esos ministerios, el de Economía, estaría reservado (con el rango de Vicepresidencia) a Nadia Calviño, quien –como ya sabemos-
se ha criado a los pechos de la Unión
Europea, y no es proclive a las veleidades que Pablo Iglesias (su nuevo socio de gobierno) quiere imprimir en un
pacto que le supone la supervivencia personal. Un acuerdo con el PSOE, que le va a permitir demostrar a
sus acólitos que, aunque pierda escaños de una forma continuada, es capaz de
sobrevivir y tratar de hacerle la pascua a su rival (y ahora socio preferente),
al que no le dejaba conciliar el sueño, tan solo hace un mes.
El
problema es muy simple y se circunscribe a una simple ecuación cuyos términos
son: la preocupante situación de alerta en la económica global, el escenario de
inestabilidad social generado por la crisis territorial en Cataluña, y la más que posible radicalización y endurecimiento de
las políticas laborales, consecuencia de la configuración del gobierno de
coalición. Estas variables están produciendo una cierta ralentización de la
actividad económica, lo que se va a traducir en una menor inversión y un menor
crecimiento del PIB, y lo que
conllevará menos ingresos, un menor consumo (que hasta ahora había sido el
motor del crecimiento), y al final un cierto crecimiento del paro. ¿Les suena
esto de algo?
Es
indiscutible que hay unos ciertos mecanismos de control, y que nuestra economía
está vigilada por la UE, que ya nos
ha hecho las recomendaciones a las que me refería al comienzo de este artículo,
y que no nos va a permitir más ‘Planes E’
(made in Zapatero), aunque para ello nos tengan que mandar, de nuevo, a los ‘hombres de negro’.
Pero
también es cierto que al Gobierno le
queda una acción de oro en la manga para la consecución de su programa de
gobierno, y esa no es ni más ni menos que la subida de la presión fiscal. El juguete
favorito de la izquierda, sin el cual no se va a la cama ninguna noche. Los
nueve mil millones de desvío presupuestario, los van a querer sacar subiéndonos
los impuestos. Pero como, además, hay que satisfacer las necesidades de todos
aquellos que presten su voto para la investidura, y dado que este tipo de
pactos se hace tirando de chequera, nos encontraremos con una serie de gastos
asumidos en compromisos espurios, que tendremos que pagar entre todos, como
siempre y de la misma forma.
Por
tanto, si –como parece- la decisión de incrementar el gasto está asumida por Moncloa, y su financiación a cargo de
una mayor presión fiscal, también, se podría producir la siguiente secuencia:
El tejido empresarial (motor principal de la economía) se resentiría y frenaría
su dinamismo y crecimiento. Se generaría una deslocalización de empresas y
aquellas otras nuevas inversiones se derivarían a otros países con una presión
fiscal más moderada, como Portugal,
que ya se está beneficiando de esta diáspora. Se estancaría el crecimiento del
empleo, incluso podría aumentar el paro; y se frenaría el consumo y el
crecimiento, lo que repercutiría en los salarios y en un mayor empobrecimiento.
Con estos mimbres, la incógnita final sería conocer el
tiempo que este bipartito podrá gobernar sin que Pablo Iglesias saque los pies del tiesto. Por si acaso, este
ya ha advertido por carta a sus militantes: “Vamos a gobernar en minoría dentro de un
Ejecutivo compartido con el PSOE, en
el que nos encontraremos muchos límites y contradicciones, y en el que
tendremos que ceder en muchas cosas”. ¿Se estará curando en salud?
La ecuación
económica se resolverá, seguro. Y los afectados por su resultado final
seremos, como siempre, los ciudadanos de a pie, que estamos alarmados con la
que se nos viene encima. Algo parecido debe sentir Pedro Sánchez si quiere resolver esta ecuación. Si hace tan solo un
mes, la idea de contar con Iglesias
en su gobierno le quitaba el sueño, ahora va a tener que inyectarse ‘orfidal’ en vena. Y si no, al tiempo.
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