martes, 5 de noviembre de 2019

No sé a quien votar

No sé a quién votar



Según afirman las empresas demoscópicas, casi el 40% de los votantes españoles deciden el sentido de su voto en la última semana antes de las elecciones. Hasta ahora, y desde hace unos cuantos años, vengo ejerciendo mi derecho ciudadano a través del correo. De esta forma eludía asistir a esa ‘fiesta’ que se organiza en algunos colegios electorales, donde acudes a votar y todo el mundo te recibe con los brazos abiertos, aunque no los conozcas de nada o no te hayan saludado en los últimos cuatro años. Y te informan (aunque no lo necesites) sobre lo complicado que resulta entender lo de los distritos y las mesas divididas por letras, o si precisas de alguna otra ayuda con las papeletas. ¡Oye! una amabilidad que a mí me confunde ¿por qué no se comportarán así nuestros políticos una vez pasadas las elecciones? Es que hay algunos que no les vuelves a ver el pelo. Se enzurronan en sus despachos, y ¡hala! (se dirán); a pasar cuatro añitos hasta que les tenga que pedir a estos que nos vuelvan a votar.

Pues bien, por si yo me encontraba en ese cuarenta por ciento, al que aludía al principio, y pertenecía, sin saberlo, a ese segmento de población tan indeciso a la hora de votar, he esperado a que llegase la ‘semana mágica’ (no es la del Corte Inglés), por si los idus (pero no de marzo, sino de noviembre), o los hados (fuerza que, se creía, gobernaba el destino de los hombres) me iluminaban y me ayudaban a vencer el desasosiego que me embarga desde que el Presidente Sánchez convocó las elecciones. Confieso, y no me avergüenzo de hacerlo, que en esta ocasión a mí sí que me ha pillado con el paso cambiado; y es que no sé a quién votar, oiga.
Me considero un ciudadano que ha apoyado, en todo momento, la llegada de la democracia a nuestro país. Un régimen que, a través de una transición modélica, propició la Constitución de 1978, y amparó las primeras elecciones libres que se celebraron en España tras más de cuarenta años de dictadura. Siempre he abogado por ejercer los derechos que nuestra Carta Magna nos garantiza, y uno de esos es el derecho a votar en libertad y elegir a nuestros representantes, democráticamente y sin subterfugios que condicionen su legitimidad. Y, por esa misma razón, he criticado el pasotismo que algunos manifestaban cuando se producía un proceso electoral, sobre el que todos los españoles tenemos algo que decir y decidir, y al que debemos el resultado de conformar un gobierno acorde con las mayorías que, democráticamente, nos hayamos dado a través de estos procesos.
Por eso, ahora estoy confundido. Bueno, más bien, bastante perdido. Se están yendo al traste mis principios. Y yo no soy como Groucho Mark (que tengo otros de recambio). Todos los amigos y conocidos a los que me dirijo planteándoles mis dudas, me dicen lo mismo: hay que ir a votar. Pero es que yo no soy de los que siempre votan al mismo partido, como si fuesen autómatas, les guste o no lo que estén haciendo. Yo no soy de ideas fijas e inamovibles en tema tan trascendente como el de otorgar tu consentimiento para que otros te representen y hagan o deshagan en tu nombre. En eso disiento de aquellos que se aferran a unas siglas (no a una ideología) y les juran fidelidad hasta la muerte. Algunos creen que los principios que defienden son inmutables y no se dan cuenta que son personas, igual que nosotros, los que dirigen esos partidos, y (en muchos casos) los que imponen sus intereses, disfrazados de una pátina ideológica.
Según mi humilde opinión, el PSOE ha dejado de ser el Partido Socialista que yo conocí y en el que en otras ocasiones confié, para convertirse en un partido presidencialista que se apoya, exclusivamente, en la figura de su líder. Pedro Sánchez ha demostrado ser un verdadero estratega, pero ha abusado excesivamente de sus incoherencias y bandazos a la hora de enfrentarse con los problemas más acuciantes que tiene nuestro país. Pretende dar una imagen de estadista, que no tiene, y está más interesado en su trayectoria personal que en afrontar los verdaderos y acuciantes problemas de Estado a los que tiene que atender.
El Partido Popular de Pablo Casado, tiene, todavía, que decidir lo que va a ser de mayor. Tiene confundida a su clientela y ya no se sabe cuál es el discurso que le define. No sabemos si quedarnos con el PP del giro a la derecha que lució en su última corrida (léase elecciones del 28 de abril), o con esa otra imagen de moderación que pretende vendernos ahora, cuando se ha dado cuenta que su electorado no está por la labor de regresar a las ‘trincheras’ (no se me interprete, por favor).
Lo de Ciudadanos es para nota. La concatenación de errores de su líder ha llevado a esta formación a aparecer en todas las encuestas como un partido residual, por debajo, incluso de algunos partidos nacionalistas. No se entiende que un partido que nació con la aspiración de ser la bisagra que posibilitara abrir la puerta de la gobernabilidad en nuestro país, haya cometido tamaño error al intentar erigirse como líder de la oposición, aunque para ello haya tenido que perder su identidad centrista y pactar con la derecha más extrema. Una vez más, parece que se ha dado al traste con un proyecto que prometía, pero que en España parece que no tiene futuro, y no sé si es por culpa de las ambiciones personales, que se anteponen a los intereses generales, o porque el centro, en nuestro país, no es una condición ideológica, sino que es una posición sociológica.
En el caso de Podemos (o como se quiera llamar), y en el de VOX, son los dos únicos casos en los que ya tenía decidido no votarles. A mi entender representan a la izquierda y a la derecha más extremas y, aunque tienen todo su derecho a defender sus ideas y sus programas, sin duda no son los míos, y tengo claro que no lo serán, por lo que me eximo de hacer comentario alguno que justifique tal decisión.
Ante este panorama tan poco clarificador en el que, tras el debate del pasado lunes, se ha puesto de manifiesto la imposibilidad de compromiso alguno para evitar un nuevo bloqueo post electoral; y dado que en nuestra circunscripción no hay ningún partido regionalista que sustituya la orfandad electoral en la que me veo sumido, solo me quedaría la opción de votar en blanco. Pero esto tampoco es solución ya que, por si ustedes no lo saben, el voto en blanco favorece directamente a los partidos más votados. Sí, lo que están leyendo. Por obra y gracia de nuestra Ley electoral, y de la regla de oro de la Ley D’ont que regula el reparto de sufragios, los votos en blanco se reparten como si fueran los restos. Y, por tanto, van directamente al partido más votado, y –como mucho- al segundo.
Comprenderán ustedes que esté hecho un lío y que, a estas alturas del partido, no sepa la alineación que más me conviene. Por eso es por lo que les decía yo al principio que no sé a quién voy a votar.
Yo no sé lo que haría usted en mi lugar. O a lo mejor sí..., y casi me lo puedo imaginar.
Pues seguramente yo haré lo mismo.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario