La Cumbre del Clima
Esta semana
está marcada por la celebración en Madrid
de la Cumbre del Clima. Un evento
que estaba programado para que se celebrara en Chile, pero que la situación de inestabilidad social, y los
desórdenes que afectan a la movilidad de la población civil, han hecho que la ONU (de común acuerdo con el gobierno
chileno) se plantearan la necesidad de un cambio de sede.
Es innegable
que el clima de nuestro planeta está cambiando de una forma más expeditiva,
aunque todavía haya algunos insensatos o ignorantes que no lo quieran
reconocer. Uno de ellos, el inefable Donald
Trump, sigue negando la mayor y manteniendo su postura radicalizada,
ignorando la proliferación de acontecimientos medioambientales, y su relación
causa-efecto con todos aquellos fenómenos atmosféricos naturales que, cada vez
más, se están prodigando y escenificando, con unos grados de virulencia que,
hasta ahora, nunca habíamos conocido.
Si algún
indicio me anima a confiar en la reversibilidad de la situación climática, a la
que hemos abocado nuestro planeta azul, ese indicio está basado en la
esperanza. Una de las virtudes teologales del cristianismo, materializada en la
denuncia y sensibilización ejercidos por un movimiento juvenil que, a nivel
mundial, se ha configurado en torno a la figura, un tanto controvertida, de Greta Thunberg. Una ciudadana sueca, de
dieciséis años de edad, que ha abanderado esta iniciativa, y que pretende
concienciar a la opinión pública, en general, para que seamos conscientes de
los riesgos inmediatos a los que la tierra se enfrenta, por obra y gracia de
los seres que la habitamos.
Hago aquí una
breve reflexión en relación con esos mismos jóvenes. O, mejor dicho, con
algunos de ellos; cuya reivindicación contrasta (por incoherente) con la
actitud festiva que desarrollan, de forma periódica y habitual, asistiendo a
esos ‘botellones’ y concentraciones
lúdicas, donde muchos de los desechos e inmundicias que dejan, tras su
celebración, son los mismos que, al final, acaban depositados en el fondo de
nuestros mares.
Es, por tanto,
una labor que nos atañe a todos. Aunque creamos que estamos actuando de forma
correcta y en consonancia con la preservación de nuestro medio natural, seguro
que podemos hacer algo más. Seguro que estamos dejando de hacer algo que nos
resulta incómodo, o que consideramos no tiene importancia. Queda mucho por
hacer en materia de reciclaje. Es bueno que nos concienciemos en este sentido y
que enseñemos a nuestros menores la importancia del reaprovechamiento de
envases y materiales. Pero es más importante que aprendamos nuevos hábitos de
consumo, y nos acostumbremos, cada vez en mayor medida, a adquirir los
alimentos, materias primas y otro tipo de materiales, sin envasar en plásticos
ni materiales que no sean biodegradables.
Una de las
consecuencias directamente relacionada con el cambio climático, por más que
algunos sean escépticos en esta materia, es la proliferación y virulencia de
ciertos fenómenos atmosféricos, con los que la naturaleza nos obsequia, de
forma periódica y que, en Los Alcázares,
por desgracia podemos dar fe de ello.
Cuando estoy
escribiendo este artículo, estamos sufriendo el tercer episodio de lluvia e
inundaciones que hemos padecido en tan solo tres meses, y al que habría que
añadir el que padecimos en diciembre de 2016. La intensidad con la que, algunos
de ellos, se han presentado han conseguido minar la economía y la confianza que
los vecinos de Los Alcázares tenemos
en la resolución de este tipo de siniestros. Hay todavía muchos comerciantes y
ciudadanos de a pie que están reparando (y sufragando) los desperfectos
ocasionados por las inundaciones de septiembre pasado, e inclusive –en algún caso-
de diciembre de 2016.
Casualmente,
hace unos pocos días, participé en una mesa redonda organizada por la
Asociación La EcoCultural, de Los Alcázares, junto a la Asociación de Meteorólogos del Sureste,
en la que se analizaron las causas y los efectos de este tipo de fenómenos
meteorológicos. Por datos obtenidos en dicho coloquio se sabe que, desde que
existen registros de pluviometría, en Los
Alcázares se han producido episodios de lluvias torrenciales, con caudales
muy importantes que, en algunos casos se han asemejado a los obtenidos
recientemente. Prueba de ello, las lluvias torrenciales ocurridas en 1987,
donde también hubo desbordamientos de algunas ramblas. Pero hay un hecho
diferenciador muy importante. La crecida del agua afectó a los márgenes de las
ramblas, únicamente, y no hubo incidencias de consideración en el resto de la
geografía urbana.
En estas
últimas avenidas, sin embargo, la zona afectada y los daños producidos (por
cierto, de una cuantía ingente) han afectado a la práctica totalidad de las
calles de esta localidad. Otro dato. Las escorrentías producidas, en estas
últimas riadas, venían llenas de barro y lodo, cosa que, anteriormente no era
así.
No soy quien,
para proponer medidas regeneradoras, pero sí que puedo apreciar que, a resultas
de los datos que he ofrecido, algo se habrá hecho mal para que un fenómeno de
estas características que, en época anterior, no tenía un grado de afección
sobresaliente, ahora sea motivo de una catástrofe continuada, cuyos efectos
podrían dar al traste con la economía de un pueblo que vive del sector
servicios.
Según un
informe científico, recientemente publicado, la década que ahora acaba ha sido
la más calurosa en la historia del planeta. Esta anormalidad que parece es
irreversible, sin embargo, se podría estabilizar y controlar si fuéramos
capaces de cumplir con determinados comportamientos, acordes con nuestros
hábitos de conducta. En nuestras manos está la responsabilidad de legar un
espacio habitable, donde las generaciones futuras disfruten de un medio natural
que no esté amenazado ni condicionado.
Mientras tanto,
y como medida paliativa al problema que se plantea en Los Alcázares, se deberían contemplar algunas soluciones, en el
ámbito de las infraestructuras hidráulicas, que podrían minimizar los efectos
causados por este tipo de sucesos. Algo en lo que ya no confiamos la mayoría de
vecinos, quienes hemos sido objeto, en repetidas ocasiones, de promesas que
nunca se cumplen y que han sido hechas al socaire de una foto oficial,
oportunamente tomada en el transcurso del ‘duelo’
celebrado tras cada desastre.
Sirva, pues, el
presente artículo, como símbolo de mi apoyo y humilde aportación a la
consecución de los objetivos de esta Cumbre
del Clima, a la que me uno en ese S.O.S.
desesperado, y donde unos miles de
personas -representantes de todas las partes del mundo- están intentando conseguir un considerable
beneficio para toda la humanidad.
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