jueves, 26 de diciembre de 2019

Pensar o sentir, esa es la cuestión

Pensar o sentir, es la cuestión



Cada vez que hay unas elecciones me convenzo más de la falta de cultura política que (en general) tenemos los españoles. Probablemente los casi cuarenta años de carencia de una democracia plena, o más bien de ejercer una democracia orgánica, que es el engendro que se inventó el antiguo régimen, nos ha producido una inflamación de las meninges que nos afecta al funcionamiento de los hemisferios de nuestro cerebro, haciéndonos confundir lo racional con lo emotivo.

¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase?: yo voy a votar a fulanito, (ponga aquí el nombre de un partido), que es a quien he votado toda la vida, y a menganito ni lo he votado nunca, ni lo haré jamás.
Estos fundamentos, basados en los sentimientos y emociones, son los que aplicamos a la hora de ejercer nuestra libertad, participando en cualquier tipo de sufragio, como uno de los actos más importantes que nos tiene reservado un Estado de Derecho plenamente democrático.
Los resultados obtenidos en las sucesivas convocatorias electorales, sean municipales autonómicas o generales, nos han ofrecido una buena muestra de lo referido anteriormente. Cada vez más se elaboran las campañas electorales pensando en los votos cautivos que cada formación política tiene, y que están enquistados en la masa de afiliados y sus adláteres, los cuales ejercen un esfuerzo para ganarse el interés de sus vecinos y amistades, ampliando así el espectro de los votantes (infinitamente más numeroso que el de los militantes).
¿Y cuál es el argumentario que utilizan a la hora de ejercer de influencers? ¿acaso el contenido del programa electoral? ¿o las ventajas que un partido ofrece frente a otro, en determinado tipo de políticas laborales o sociales? ¡No, ni mucho menos! La razón esgrimida es mucho más simple. Unos dicen: ‘esos son unos fachas, y yo no los votaré nunca’. Y los otros: ‘Yo no voto a estos, que son unos rojos’.
Como ustedes pueden comprobar, son ‘razones de peso’ y, sobre todo, con una ‘maduración política’ a prueba de bombas, que haría saltar por los aires cualquier razonamiento que pueda esgrimir un sociólogo.
Reconozco que todo el monte no es de orégano, o lo que es lo mismo, que toda la sociedad española no tiene este mismo comportamiento. Pero, en los municipios, pueblos y lugares más pequeños; y en las grandes ciudades, en una serie de barrios y colectivos muy determinados, sí que se dan estas condiciones. A la hora de ejercer nuestro derecho de sufragio utilizamos el corazón más que la cabeza. Y eso, yo puedo entenderlo cuando el sujeto es una persona con una limitada formación política y con un comportamiento basado en las tradiciones, y en determinados acontecimientos que ha vivido y/o sufrido y que han condicionado su forma de vida. Pero lo que ya no me cuadra es cuando este tipo de comportamientos (quizá sin los adjetivos peyorativos que yo he utilizado en mis ejemplos) se da en personas capacitadas, con un cierto nivel intelectual y político.
A lo largo de mi vida, en democracia, he votado casi todo. Eso sí, menos los extremos. Desde la derecha (autodenominada civilizada), hasta la izquierda progresista, pasando por todos los centros y centrífugos que hemos conocido, he tenido la oportunidad de elegir, y de equivocarme. Según les haya otorgado más o menos credibilidad, y en según qué ocasiones, he ejercido mi derecho constitucional tan libremente como mi formación política, que no es que sea para tirar cohetes, me ha guiado.
No he consentido nunca que partido político alguno, al que en un momento determinado haya podido votar, me condicionara ni me influenciara, intentando defender postulados políticos contrarios a mi criterio. Algo a lo que, por otra parte, se somete buena parte de la denominada clase política. No hay más que hablar (off the record) con cualquier miembro o representante de un partido, para que te cuente los sapos y culebras que se tienen que tragar cuando tienen que defender alguna consigna o directriz que les han impuesto desde la cúpula, aún a sabiendas de que ellos no la compartirían.
Aunque esta referencia podría parecer harina de otro costal, el fundamento es el mismo. Se trata de saber diferenciar, en la toma de decisiones, cual es el órgano que nos ha influido, si la cabeza o el corazón (por citarlos de forma coloquial), y los ejemplos en los que me he basado, no cabe duda, se han sustanciado utilizando el segundo de ellos, cuando lo racional es que hubiera sido el resultado de una decisión reflexiva y fundamentada. Es decir, hacerlo con cabeza.
Mi reflexión (que no tiene por qué ser la correcta), y siguiendo con el mismo ejemplo de comportamiento ante un proceso electoral, es que hay otras formas de expresar nuestra voluntad, sin que sea necesario reproducir una foto fija, que es lo que hacemos cuando, de antemano, y sin ningún tipo de criterio objetivo, ya tenemos decidido a quien vamos a votar.
Existen otras formas de expresar nuestras ideas, e incluso nuestras discrepancias, y considero positivo poder explorar esas otras vías ante aquellas decisiones que consideremos de cierta importancia y trascendentes, intentando no dejarnos llevar por los sentimientos. En todo caso, lo que no parece muy racional es la justificación que escuchamos en muchas ocasiones: yo no estoy de acuerdo con ..., pero de todas formas los voy a votar, porque lo he hecho siempre. Una vez más se comprueba que decidimos con el corazón, o mejor dicho con las tripas, cuando la razón y el raciocinio nos están indicando otra cosa muy distinta.
Si queremos que cambien las cosas, tenemos que empezar, también, por cambiar nuestros comportamientos y hábitos sociales y, sobre todo, saber que tenemos la oportunidad de influir en sus condicionamientos.
Es importante que generemos compromisos y nos involucremos más, aunque sea de forma pasiva, en aquellos foros y espacios de opinión a los que tengamos acceso. Es una forma de generar una acción participativa que nos servirá para estar más y mejor informados y, llegado el momento, utilizar más la cabeza y menos el corazón.
Reproduzco aquí, como conclusión, una frase del filósofo inglés John Churton Collins, quien dijo: La mayoría de las equivocaciones que sufrimos nacen de que cuando debemos pensar sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos”.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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