Oramas,ejemplo de coherencia
Si tuviera que elegir, de entre los parlamentarios del Congreso de los Diputados, a una
persona que (independientemente de su ideología) representase los valores y las
condiciones políticas y morales con los que yo me identificaría; pero sobre
todo la coherencia en sus planteamientos, esa persona es la diputada, por Coalición Canaria, Ana Oramas.
Supo mantener su dignidad, por encima de todo. De ser ella misma,
aunque para ello haya tenido que ir en contra de lo que, incomprensiblemente,
le dictó su propio partido. Qué pena que
no haya más ‘Anas Oramas’, que decidan actuar de acuerdo a su forma de pensar
y sentir. Qué lástima que algunos de sus compañeros en el hemiciclo la hayan
criticado (incluso llamándola tránsfuga), cuando es a ellos a los que les
tendría que dar vergüenza, al no tener el suficiente valor para discrepar de
las consignas partidistas a las que se obligan, y comportarse como borregos.
Nunca he entendido que la política tenga que sustituir nuestra forma
de ser y de pensar, y menos que nos condicione como tenemos que actuar. Pero
eso es exactamente lo que está ocurriendo con nuestros representantes políticos.
En su mayoría, acatan la disciplina del partido
por encima de sus propias convicciones. Solo hay que escucharlos para
comprender que muchas de las cosas que dicen, no las piensan. Han preferido
perder sus valores a cambio de mantener la mamandurria del cargo que les va a
proveer el sustento durante, al menos, cuatro años.
Este hecho, que por desgracia no
es un caso aislado ni pertenece al ámbito de ningún partido en concreto, es una
tónica generalizada en el comportamiento habitual de la clase política en
España. Da igual el tipo de Administración a la que nos refiramos; pasa
exactamente igual en un Ayuntamiento,
en un Parlamento Autonómico o en el Congreso de los Diputados. Muchos de
los políticos que están en esas instituciones (salvando honrosas excepciones,
que las hay), son meros voceros de sus formaciones políticas que son las que
les han permitido integrarse en unas listas que los votantes nos tenemos que
comer con patatas (nos gusten o no), al estar cerradas y bloqueadas.
Recientemente, un alcalde de un
municipio de Murcia, cuyo nombre no puedo decirles, me confesaba, sin ambages,
que esta situación se resolvería si las listas en los municipios fueran
abiertas y se votara a la persona, obligándose, esta, a dar la cara de forma
personal y a hacer campaña a cara descubierta y sin el paraguas del partido. Pero,
claro, esto a los partidos no les
conviene, dado que perderían el control en la elaboración de las listas y,
subsidiariamente, el enorme poder orgánico que es la base principal de la
actual partitocracia que rige en España. Por cierto, que, aunque la
citada terminología no está aceptada todavía por la RAE, y no es más que un neologismo empleado para
definir la burocracia de los partidos políticos, el filósofo Gustavo Bueno afirma que
la
“partitocracia” realmente constituye una deformación sistemática de la democracia.
Existe una casta de
políticos domesticados que siguen al pie de la letra la doctrina que imparte el
partido, y son capaces de defender
posturas que, a su juicio, son indefendibles. Son los mismos que critican a
aquellos que no siguen la ortodoxia oficialista, calificándolos de renegados e
incluso traidores a su ideología. A estos ‘oficialistas’, les recomendaría que
no se miraran el ombligo y analizasen otros regímenes democráticos (mucho más
liberales que el nuestro y con muchos más años de historia) donde la libertad
de acción en su ejercicio parlamentario (por ejemplo) está condicionada por el
respeto a sus convicciones más profundas. Y son capaces de disentir, e
inclusive votar en contra, de determinadas proposiciones que, aunque hayan sido
presentadas por su grupo político, entran en contradicción con sus principios
fundamentales o perjudican a aquellos ciudadanos a cuya circunscripción
representan y con cuyos votos han obtenido el cargo.
No hay más que ver
el lamentable espectáculo que están dando algunos de los actuales dirigentes
políticos que nos gobiernan, en este engendro en el que se ha convertido el gobierno
de la nación. Y es que no dan una a derechas, oiga. Perdón, he querido decir a
izquierdas. Hace tan solo unos días y con motivo de un órdago que el Sr. Torra le endilgó a Pedro Sánchez, a cuenta de la neurosis
obsesiva que este señor tiene con la independencia, la vicepresidenta Sra. Calvo con toda su buena voluntad y
sin haberse leído esa mañana el argumentario de obligado cumplimiento que
impone el todopoderoso Iván Redondo,
expuso su opinión, saliendo al paso y tratando de minimizar sus efectos.
Opinión que tan solo un par de horas después tuvo que tragarse y decir digo donde dijo Diego.
¿De verdad una misma
persona puede pensar una cosa y la contraria según sea la oportunidad política
del momento? Pensarlo, seguro que no, pero hacerlo sí que es posible, y a las
pruebas me remito, visto el cúmulo de declaraciones de todo tipo con las que
nos flagelan a diario y sobre las que son capaces de contradecirse sin
ruborizarse lo más mínimo.
Y esto es lo que no
hace la señora Oramas, y lo que la
diferencia de aquellos que son capaces de justificar su cobardía en base a una
disciplina ideológica a la que, ellos dicen, se deben, y que está por encima de
lo que sus conciencias les dictan. Mala praxis esta, cuando se atenta contra la
libertad del individuo, y donde el respeto a la libertad de conciencia se ve
conculcado por el oscuro interés de una formación política cuyos objetivos no
siempre coinciden con los de la ciudadanía a la que dicen representar.
A Ana Oramas, el gustazo de
mantener sus principios, por encima de la disciplina partidista a la que la han
querido obligar, le ha costado 1.000 euros, que es la multa que le ha impuesto
su partido por saltarse la doctrina oficial.
Estoy seguro que la diputada por Canarias
pensará que son los mejores euros que ha gastado en el ejercicio de su vida
parlamentaria. Y sus representados, los ciudadanos canarios, estarán orgullosos
de tener un adalid de estas
características, a sabiendas de que siempre defenderá la voluntad de estos y no
los intereses que algunos otros dicen defender, sin acordarse de a quienes
representan.
Lo dicho: Ana Oramas, un
ejemplo de coherencia.
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