jueves, 13 de febrero de 2020

Ana Oramas, un ejemplo de coherencia

Oramas,ejemplo de coherencia



Si tuviera que elegir, de entre los parlamentarios del Congreso de los Diputados, a una persona que (independientemente de su ideología) representase los valores y las condiciones políticas y morales con los que yo me identificaría; pero sobre todo la coherencia en sus planteamientos, esa persona es la diputada, por Coalición Canaria, Ana Oramas.

En la política española hay individuos (más de los que cabría pensar) que piensan una cosa, sienten otra y acaban haciendo lo que les dice su partido, que es todo lo contrario. La Sra. Oramas, sin embargo, no es así. Y la prueba nos la dio cuando fue capaz de defender sus principios y votar en conciencia, con motivo del pleno de investidura del presidente Sánchez.
Supo mantener su dignidad, por encima de todo. De ser ella misma, aunque para ello haya tenido que ir en contra de lo que, incomprensiblemente, le dictó su propio partido.  Qué pena que no haya más ‘Anas Oramas’, que decidan actuar de acuerdo a su forma de pensar y sentir. Qué lástima que algunos de sus compañeros en el hemiciclo la hayan criticado (incluso llamándola tránsfuga), cuando es a ellos a los que les tendría que dar vergüenza, al no tener el suficiente valor para discrepar de las consignas partidistas a las que se obligan, y comportarse como borregos.
Nunca he entendido que la política tenga que sustituir nuestra forma de ser y de pensar, y menos que nos condicione como tenemos que actuar. Pero eso es exactamente lo que está ocurriendo con nuestros representantes políticos. En su mayoría, acatan la disciplina del partido por encima de sus propias convicciones. Solo hay que escucharlos para comprender que muchas de las cosas que dicen, no las piensan. Han preferido perder sus valores a cambio de mantener la mamandurria del cargo que les va a proveer el sustento durante, al menos, cuatro años.
Este hecho, que por desgracia no es un caso aislado ni pertenece al ámbito de ningún partido en concreto, es una tónica generalizada en el comportamiento habitual de la clase política en España. Da igual el tipo de Administración a la que nos refiramos; pasa exactamente igual en un Ayuntamiento, en un Parlamento Autonómico o en el Congreso de los Diputados. Muchos de los políticos que están en esas instituciones (salvando honrosas excepciones, que las hay), son meros voceros de sus formaciones políticas que son las que les han permitido integrarse en unas listas que los votantes nos tenemos que comer con patatas (nos gusten o no), al estar cerradas y bloqueadas.
Recientemente, un alcalde de un municipio de Murcia, cuyo nombre no puedo decirles, me confesaba, sin ambages, que esta situación se resolvería si las listas en los municipios fueran abiertas y se votara a la persona, obligándose, esta, a dar la cara de forma personal y a hacer campaña a cara descubierta y sin el paraguas del partido. Pero, claro, esto a los partidos no les conviene, dado que perderían el control en la elaboración de las listas y, subsidiariamente, el enorme poder orgánico que es la base principal de la actual partitocracia que rige en España. Por cierto, que, aunque la citada terminología no está aceptada todavía por la RAE, y no es más que un neologismo                       empleado para definir la burocracia de los partidos políticos, el filósofo Gustavo Bueno afirma que la “partitocracia” realmente constituye una deformación sistemática de la democracia.
Existe una casta de políticos domesticados que siguen al pie de la letra la doctrina que imparte el partido, y son capaces de defender posturas que, a su juicio, son indefendibles. Son los mismos que critican a aquellos que no siguen la ortodoxia oficialista, calificándolos de renegados e incluso traidores a su ideología. A estos ‘oficialistas’, les recomendaría que no se miraran el ombligo y analizasen otros regímenes democráticos (mucho más liberales que el nuestro y con muchos más años de historia) donde la libertad de acción en su ejercicio parlamentario (por ejemplo) está condicionada por el respeto a sus convicciones más profundas. Y son capaces de disentir, e inclusive votar en contra, de determinadas proposiciones que, aunque hayan sido presentadas por su grupo político, entran en contradicción con sus principios fundamentales o perjudican a aquellos ciudadanos a cuya circunscripción representan y con cuyos votos han obtenido el cargo.
No hay más que ver el lamentable espectáculo que están dando algunos de los actuales dirigentes políticos que nos gobiernan, en este engendro en el que se ha convertido el gobierno de la nación. Y es que no dan una a derechas, oiga. Perdón, he querido decir a izquierdas. Hace tan solo unos días y con motivo de un órdago que el Sr. Torra le endilgó a Pedro Sánchez, a cuenta de la neurosis obsesiva que este señor tiene con la independencia, la vicepresidenta Sra. Calvo con toda su buena voluntad y sin haberse leído esa mañana el argumentario de obligado cumplimiento que impone el todopoderoso Iván Redondo, expuso su opinión, saliendo al paso y tratando de minimizar sus efectos. Opinión que tan solo un par de horas después tuvo que tragarse y decir digo donde dijo Diego.
¿De verdad una misma persona puede pensar una cosa y la contraria según sea la oportunidad política del momento? Pensarlo, seguro que no, pero hacerlo sí que es posible, y a las pruebas me remito, visto el cúmulo de declaraciones de todo tipo con las que nos flagelan a diario y sobre las que son capaces de contradecirse sin ruborizarse lo más mínimo.
Y esto es lo que no hace la señora Oramas, y lo que la diferencia de aquellos que son capaces de justificar su cobardía en base a una disciplina ideológica a la que, ellos dicen, se deben, y que está por encima de lo que sus conciencias les dictan. Mala praxis esta, cuando se atenta contra la libertad del individuo, y donde el respeto a la libertad de conciencia se ve conculcado por el oscuro interés de una formación política cuyos objetivos no siempre coinciden con los de la ciudadanía a la que dicen representar.
A Ana Oramas, el gustazo de mantener sus principios, por encima de la disciplina partidista a la que la han querido obligar, le ha costado 1.000 euros, que es la multa que le ha impuesto su partido por saltarse la doctrina oficial.
Estoy seguro que la diputada por Canarias pensará que son los mejores euros que ha gastado en el ejercicio de su vida parlamentaria. Y sus representados, los ciudadanos canarios, estarán orgullosos de tener un adalid de estas características, a sabiendas de que siempre defenderá la voluntad de estos y no los intereses que algunos otros dicen defender, sin acordarse de a quienes representan.
Lo dicho: Ana Oramas, un ejemplo de coherencia.
Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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