Como
ya apuntaba en mi artículo publicado bajo el título “El día después”, lo peor de la pandemia que estamos sufriendo, por
obra y gracia del Coronavirus, no es
la crisis tan brutal que ha sufrido nuestro sistema sanitario, ni los graves
efectos y secuelas de tipo social producidos por el confinamiento de la
población. Ni las debilidades y vilezas de algunos ciudadanos cuyas vergüenzas
han quedado al descubierto ante lo extraordinario de una situación que los ha
retratado como nadie lo había hecho antes. Pero ni tan siquiera la mortandad
que ha ocasionado en todo el planeta (por más que esto les pueda parecer un
verdadero disparate) es comparable a lo que ya estamos viendo que va acontecer el
día después.
Unos
pactos, que yo ya he defendido en diferentes ocasiones, pero siempre y cuando
se desarrollen con total transparencia y sin tapujos que nos lleven a
compromisos ocultos. Es decir, todo lo contrario de como se ha actuado en la
mesa de negociación que se constituyó con motivo de crisis catalana. No
obstante, quiero dejar clara una cuestión: transparencia no significa que, tras
cada reunión, el vocero de turno tenga que salir a contar las miserias y los
entresijos de los desencuentros políticos que, sin duda, tendrán a lo largo y
ancho de estas conversaciones. La prudencia, la flexibilidad, y el ánimo de
entendimiento tienen que estar presentes y ser parte imprescindible de la hoja
de ruta que se marquen, dejando a un lado aquellos aspectos (que los habrá) que
les separe y que sean difíciles de soslayar, y trabajando sobre aquellos otros
en los que el nivel de entendimiento sea más factible.
Así
se conformaron los “Pactos de la
Moncloa”, en los que Pedro Sánchez
quiere, ahora, reflejarse, y así se desarrolló el resto de acuerdos de Estado que conformaron la transición española que ahora, algunos
de los que se sientan en la mesa del Consejo de Ministros, no se cansan de
denostar.
El
gobierno de España no sé si tiene
claro cuál es esa hoja de ruta. Quiero pensar que el PSOE si lo tiene. Pero el gobierno está conformado con el apoyo de
otra formación (Podemos) cuyos
postulados ya los conocemos, y no son precisamente los que, a juicio de una
gran mayoría de profesionales en economía, conviene aplicar en estos momentos.
Recientemente, el Vicepresidente segundo (Sr.
Iglesias) era entrevistado en una de sus televisiones favoritas y, en tan
solo diez minutos, repitió hasta en diecinueve ocasiones su defensa y el “reforzamiento de lo público” como
objetivo primordial a conseguir en el transcurso de estas negociaciones.
Es
lógico y natural que un partido de ideología claramente comunista, cuya
doctrina está basada en la nacionalización y el control, por parte del Estado, de la mayoría de los sectores
productivos, tenga como finalidad un cambio de régimen en nuestro país. Esta es
una pretensión que tiene Podemos y
de la que, a día de hoy nadie tiene duda, pero otra cosa es si eso es lo que le
conviene a la inmensa mayoría de los españoles.
Por
eso, a algunos nos resulta extraño (más bien increíble) pensar que el actual
gobierno, de forma colegiada, vaya a ser capaz de abordar las necesarias
políticas, duras y comprometidas, que va a ser necesario poner en práctica para
atajar cuanto antes la debacle económica en ciernes. El gran problema que
subyace es que, en el citado gobierno, se sientan una serie de ministros y
ministras que, lógicamente, quieren imponer sus criterios, y que nunca han dado
un palo al agua que emana de una empresa privada. Cosa que no es ningún delito,
por supuesto, pero que dificulta sobremanera la necesaria comprensión de un
sistema económico basado en una economía de libre mercado.
La
reactivación económica, en España y
en el mundo occidental, no se podrá hacer sin el concurso de la empresa
privada, y todo lo que representa ese sector productivo en el que estamos
inmersos. Al igual que no es posible abordar una recuperación social sin el
concurso de la mayoría de esa misma sociedad que ha resultado damnificada, lo
que se tiene que traducir en una participación real y solidaria de todas
aquellas fuerzas políticas representativas de esa mayoría. Algo que el partido
mayoritario en el gobierno ha entendido y, justo es reconocerlo, ha puesto en
práctica al propiciar el concurso de los principales partidos
constitucionalistas en esta ‘mesa por la reconstrucción’.
A
partir de ahora viene lo más difícil. Se hace necesario plantear las soluciones
que van a estar necesitadas de grandes dosis de generosidad, por todas las
partes. Todos tendrán que ceder para la conformación de acuerdos lo más
consensuados posibles, y tendrán que ser conscientes que nadie es dueño
absoluto de una solución empírica.
Y
esto es difícil cuando en esa mesa se van a sentar algunos de los que ya han
manifestado no querer saber nada sobre la reconstrucción nacional, tal y como
el gobierno la plantea, es decir para todo el Estado. Así lo han declarado en
reiteradas ocasiones los representantes de los partidos independentistas, y buena
prueba de ello las recientes declaraciones del señor Sabriá (ERC) incitando a
los catalanes a la desobediencia al Estado,
en la aplicación de determinados acuerdos que se han dictado sobre el confinamiento,
y demandando apoyar el Plan de
Desescalada que la Generalitat
ha diseñado por su propia cuenta.
Estos
son algunos de los que tienen que aprobar la pretendida ‘reconstrucción nacional’. Claro que, si como ellos mismos han
dicho, por reconstrucción nacional
entienden que es la de ellos…, la de ese país imaginario en el que están
instalados, entiendo que se quieran sentar en esa mesa, a ver lo que pueden
‘afanar’ y llevarse para su faltriquera.
No
dudo de la buena voluntad del señor Sánchez,
pero sus socios, en los que se ha apoyado para llegar a La Moncloa, no son de fiar a la hora de sacar adelante estos pactos.
Y aunque le revuelva las tripas hablar con Pablo
Casado, no tiene otra opción si es que quiere salir airoso de este
laberinto. Pero sobre todo (y por el bien de todos los españoles) le deseo de
todo corazón que la gestión le salga mejor que la que, hasta ahora, ha
demostrado con la dichosa pandemia.
Que
Dios nos coja confesados.
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