La mayoría silenciosa
Este es un concepto que algunos políticos usan con
frecuencia para desdeñar las manifestaciones callejeras, aludiendo que la gran
mayoría (silenciosa) no se manifiesta. Hasta ahora, lo habitual era que estas
protestas callejeras las liderase la izquierda, pero eso está cambiando, y de
ahí que los partidos hegemónicos de esta ideología estén algo confundidos y se
hayan apresurado a utilizar esta definición como bálsamo profiláctico ante el
crecimiento exponencial que estas están teniendo.
Las protestas están, sin duda, alimentadas por las continuas
incongruencias cometidas en el proceso de desescalada, pero también hay un
reactivo que lo podríamos achacar a la situación económica que está siendo
preocupante, y eso que todavía no se ha manifestado en toda su extensión.
Hay quien se está preguntando si esto es el principio de
algo mucho más “sonado”, y no lo digo por lo de las caceroladas (que también),
sino porque el clamor en la sociedad es cada vez más fornido y lo que no
sabemos es lo que podrá ocurrir cuando los ciudadanos puedan salir libremente a
las calles, sin el plus de verse constantemente escoltados y vigilados, y decidan
expresar su rabia contenida durante casi tres meses. ¿Se producirá un nuevo
movimiento similar al 15 M? Entonces
lo aprovechó, y se aprovechó, lo que ahora queda de Podemos, pero ese no va a ser el caso hoy en día, porque estos
señores ahora están gobernando y ya son casta;
por lo que yo me pregunto ¿quién se va a favorecer del cabreo generalizado de
ahora? Es un caldo de cultivo
especialmente apetecible para beneficio del populismo, de cualquier ideología.
Miedo me da pensar en algunos de los populismos que ahora pululan por nuestra
querida España, y que pudieran ser
ellos los beneficiados finalistas de esta jodida post-pandemia.
A fuer de parecer cansino, y aunque algunos me tachen
de agorero, actualmente casi nadie duda que lo peor está por venir. En el caso
que nos preocupa, y del que el gobierno todavía no se ocupa, existe un problema
de fondo distinto del que teníamos cuando apareció el Covid-19. En aquél entonces se menospreció el riesgo por
desconocimiento y exceso de confianza. Ahora tenemos un gobierno, que más bien parece
el camarote de los hermanos Marx, y que
es el que tiene que lidiar con una sociedad abocada a padecer un altísimo
riesgo de exclusión social, del que no nos escapamos ni dando saltos con
pértiga.
La recesión en la que estamos entrando, si bien es muy
preocupante por la intensidad que la misma parece va a tener, debería
preocuparnos más la forma con la que el gobierno la va a encarar y los cuidados
paliativos a los que nos vamos a ver sometidos por mor y gracia de esta nueva
pandemia. España está a las puertas
de entrar en un estado de emergencia al que solo se le puede hacer frente con
un gran acuerdo nacional. Los Sindicatos
y las Organizaciones Empresariales nos
han dado una lección, bañándose en la cruda realidad que nos inunda, mientras el
gobierno y la oposición siguen mirándose el ombligo sin mover ficha y pasándose
la pelota. Ya lo he manifestado en otras ocasiones: es momento de acuerdos y de
pactos. Y estos no pueden hacerse pivotando sobre los extremos, sino que hay
que conseguirlos basándose en la moderación y en conseguir unas mayorías que
faciliten la estabilidad.
La prueba de lo que no hay que hacer nos la ha dado El
Vicepresidente (Sr. Iglesias), quien
anunció, por su cuenta y riesgo, un impuesto al patrimonio de las grandes fortunas
y al día siguiente comenzó una fuga de capitales hacia Luxemburgo. También el Ministro de Consumo (Sr. Garzón) se lució menospreciando al sector turístico, cuando es
la locomotora que nos tiene que ayudar a poner el tren de la economía en
velocidad de crucero. O la penúltima torpeza, que nos la sirvió en diferido Bildu, al publicar unilateralmente el
vergonzoso acuerdo firmado entre el PSOE
y Podemos, acordando derogar la Reforma Laboral.
Justo cuando el mercado de trabajo y la sociedad
productiva se estaban poniendo en marcha, tras una durísima travesía del
desierto, viene el brujo de La Moncloa
(pónganles ustedes el nombre) y pisa el freno en lugar del acelerador. Al
parecer se ha hecho realidad una vieja fantasía que aseguraba que todo aquél
inquilino que entra en ese edificio, se aísla de la realidad que le rodea y
acaba pareciendo un alma en pena buscando un cuerpo donde manifestarse.
Al menos eso es lo que parece estar ocurriendo cuando
no se percatan de las largas colas de ciudadanos en las puertas de las
organizaciones humanitarias en busca de alimentos. Si pisaran la calle, se enterarían
del cabreo tan monumental que existe (y no precisamente los que viven en el
barrio de Salamanca). Ni tampoco son unos pijos los que están sufriendo la
desgracia de una administración desnortada que no es capaz de pagar los
salarios de los ERTE tras más de dos meses de trámites y burocracia.
Insisto, esta situación exige –ahora más que nunca-
altura de miras y sentido de Estado.
Es algo que los dos grandes partidos mayoritarios que hay en este país tienen
la OBLIGACIÓN de ofrecer a sus votantes y simpatizantes, que son la inmensa
mayoría del pueblo español.
No permitan que esta situación se pudra y, una vez más,
la mayoría silenciosa deje de serlo
y salga a la calle a demandarles lo que ustedes son incapaces de hacer por sí
mismos. Si al final es la ‘calle’ quien consigue hacer su trabajo, entonces ya
todo no volverá a ser igual.
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