A vueltas con la política y los privilegios
El
gobierno de Pedro Sánchez ha
iniciado su andadura, en esta casi extinta legislatura, con un aluvión de
propuestas y proyectos que, a seguro, no le va a dar tiempo a culminar. La
mayoría de estos (nueva Ley de Educación, reforma de la Constitución para
acabar con los aforamientos, Pacto de sostenibilidad de las pensiones, etc…
etc…) son grandes proyectos que exigen de mucho tiempo y consenso para poder
dictaminarlos. Y de esto último no es de lo que, precisamente, el gobierno
pueda presumir.
Sin embargo,
frente a estas reformas, muy importantes sin duda, pero que pudieran naufragar
en el tiempo, dado el estado de crispación y de inestabilidad que hay en el
parlamento, existen otras mucho más fáciles de implementar y que, en teoría,
son más fáciles de acometer.
Convendrán
conmigo que todos aquellos que en mayor o menor grado sufrimos el acoso de una
aplicación llamada “WhatsApp”, nos vemos
invadidos, casi a diario, con innumerables mensajes en los que se denuncian
determinadas arbitrariedades con las que una parte de la clase política se
impregna cotidianamente en el ejercicio de sus funciones.
Nos
quejamos de la indiferencia mostrada por esos políticos, y pedimos a nuestros
representantes legislativos que corrijan una serie de abusos que, en la mayoría
de los casos, se han convertido en unas verdaderas situaciones de privilegio,
que no deberían mantenerse en una sociedad justa e igualitaria.
A continuación,
me voy a limitar a refundir algunas de ellas y a ofrecérselas como resumen de una
realidad que, espero, algún día deje de serla para convertirse en un recuerdo
de algo que jamás debió haber sucedido.
Hay que hacer algo para impedir que un ciudadano tenga que cotizar 35 o 40 años si
quiere percibir una jubilación, y a los diputados
les baste sólo con siete. Un español tiene una pensión máxima de 32.000 euros
anuales, pero los políticos tienen derecho a pensiones, en algunos casos,
vitalicias, y en otros muy superiores a 60.000 euros, y compatibles con otras.
Hay que hacer algo para conseguir
que Sus Señorías no tengan seis
meses de vacaciones al año, o que la retención de las nóminas de diputados y
senadores sea sólo del 4,5%, cuando hay trabajadores a los que les retienen el
20% o más.
Hay que hacer algo para no permitir que el salario mínimo de un trabajador
sea de 858,00 €/mes y el de un diputado de 3.683; pudiendo llegar, con dietas y
otras prebendas, a superar los 6.000 €/mes.
Hay que hacer algo para impedir que un profesor, un maestro, un catedrático
de universidad o un cirujano de la sanidad pública, ganen menos que el concejal
de festejos de un Ayuntamiento de tercera.
Hay que hacer algo para lograr que no haya 65.130
liberados sindicales y 31.210 representantes de las patronales, que pagamos
entre todos gracias a los privilegios de que disfrutan este tipo de
organizaciones.
Existen
1.206 parlamentarios autonómicos, y más de 1.000 entre diputados de
Diputaciones Provinciales y responsables de Cabildos Insulares.
Debemos
reducir el número de políticos que hay en España. Tenemos casi 450.000
políticos (200.000 más que Alemania con el doble de población), y más que médicos,
policías y bomberos juntos de toda
España.
Hay que hacer algo para que los diputados no puedan utilizar a su antojo, y con
cargo a las arcas del Estado, aviones, trenes o barcos, disponiendo para ello
de 5.000.000 de euros al año para viajes.
Hay que hacer algo para lograr que los diputados del Congreso se dediquen en
exclusiva a su labor política. Hasta ahora tan solo el 33% lo hace. El resto
engorda sus cuentas corrientes con la participación en empresas privadas, fundaciones
y otras colaboraciones.
Como
podrán comprender, para evitar este tipo de desmanes y acometer las
correspondientes reformas tan solo hay que tener voluntad política. No estamos
hablando de grandes proyectos, que exijan pactos de Estado. Son meros privilegios que se han enquistado en la
clase política gobernante y que son, a esos mismos políticos, a los que les
compete cambiar este régimen de prerrogativas. Unas ventajas de las que están
disfrutando, en contraposición con el resto de los mortales a los que se nos
aplican otro tipo de políticas sociales y salariales mucho más restrictivas y
exentas de todo tipo de beneficios.
En un
momento en el que se nos ha pedido a toda la sociedad que nos apretemos el
cinturón, no puede haber nadie (y menos quien nos está gobernando) que pueda
disfrutar de unas ventajas que son más propias de regímenes totalitarios que de
una sociedad justa, madura y democrática como pretendemos sea la nuestra.
A todos
aquellos que nos gobiernan y que tienen en su mano la posibilidad de legislar.
E inclusive a aquellos que no gocen de esta condición, les pido que renuncien a
todos estos privilegios a los que han accedido, y que hagan honor a sus
promesas, cuando nos dicen que han venido a la política a servir y no a
servirse.
Sería
un buen comienzo para volver a creer en “la
casta”.
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