lunes, 19 de noviembre de 2018

Gramática feminista

Gramática feminista



Con alguna frecuencia asistimos a un cierto tipo de polémica, que se suscita cada vez que alguien (generalmente un político) utiliza un palabro (la RAE lo define como “término utilizado para definir una palabra mal dicha”) a la hora de expresarse en un acto público. Ocurrió, hace algunos meses, con el palabro portavoza, que se convirtió, en pocos días, en un sustantivo de moda que, por otra parte, me ayudó a inspirarme a la hora de escribir esta crónica.


Hay quienes,  para definir de una forma más pura el masculino del femenino, acaban recurriendo a este tipo de subterfugios gramaticales, confundiendo genero con sexo, y poniendo de nuevo en titulares la utilización del género gramatical como elemento dinamizador de ciertas políticas feministas.

Dejando al margen la cantidad de comentarios y chirigotas de todo tipo que, en su día, se desparramaron por las redes (y que son el sustento habitual de estas), mi reflexión va a estar centrada en la repercusión que este tipo de ocurrencias, más encuadradas en la definición de lo que podría considerarse un gag, produce en el sentimiento legítimo defendido por una gran parte de la sociedad, y que está amparado en los movimientos feministas.

Lo primero que he pensado es el flaco favor que se le está haciendo a todos aquellos que defienden (yo me incluyo) una verdadera equiparación entre sexos, y que huimos de este tipo de extravagancias. Incongruencias que, lo único que conllevan, son el fomento de situaciones ridículas y la proliferación de cierto tipo de mensajes nada beneficiosos para la normalización lingüística que se persigue.

Algo así le sucedió, en su día, a la líder de Podemos, que utilizó este palabro, quien tuvo que soportar mensajes y chanzas de todo tipo (algunas de las cuales, seguro, ustedes habrán leído) como esta que dice así: si piensas que eres una portavoza o una miembra, también pensaras en que no eres un cargo público sino una carga pública”. Algo que realmente es lamentable y que no debería estar sucediendo. Pero, en este país, donde hacemos de la vida diaria una permanente chanza, utilizamos de manera injusta y desproporcionada cualquier situación, para tratar de linchar al contrario, aunque sea pegándole una patada en el culo de otro.

Los políticos (incluye el género femenino) deberían llevar más cuidado a la hora de hacer este tipo de manifestaciones. Igual situación ocurrió con la ya olvidada Biviana Aido (Ministra para la Igualdad), con su desdichado y ya famoso palabro “miembra”. Lo único que se consigue con estas chocarrerías es atizar la polémica, instigando a aquellos sectores más inmovilistas, pero también a aquellos otros que, de buena voluntad, se esfuerzan por mantener y conservar la pureza de nuestro idioma. Una lengua que ya es la segunda más hablada en el mundo y que merece un respeto, sobre todo por parte de aquellos sujetos ligados a la vida pública, que utilizan su posición como altavoces y no se dan cuenta de los daños colaterales que se pueden ocasionar con este tipo de parodias.

Todos los ciudadanos de este país (pero especialmente aquellos que están desempeñando cargos públicos) deberíamos acostumbrarnos a convivir cumpliendo las pautas y normas por las que nos regimos y que nos hemos dado libremente, y sabiendo que existen los mecanismos para poder cambiarlas y adaptarlas según lo demande la evolución de la sociedad. En el caso que nos ocupa también debería ser igual Existe un organismo, La Real Academia Española de la Lengua, que es la que tiene las competencias en materia lingüística. Propiciemos, por tanto, todas aquellas modificaciones que se consideren oportunas, pero a través del órgano capacitado para ello, y no desde la “portavocía” de una formación política que lo único que pretende es contentar a un sector determinado de nuestra sociedad y tratar de ganar votos dentro de ese falso progresismo al que algunos se aferran cuando defienden este tipo de actitudes.

Algunos podrán argumentar que la libertad de expresión, y el libre ejercicio a expresarse como uno quiera, les ampara. Y es verdad, por supuesto que no existe ningún delito ni falta que sancione este tipo de conductas y manifestaciones. Pero eso no significa que esto no se pueda adjetivar como una “boutade(el diccionario la define como un “exabrupto o humorada... intervención ingeniosa para impresionar en un contexto social...”. Una ocurrencia esgrimida por algunos que, aunque estoy seguro tienen una formación suficiente que les permite expresarse correctamente, sin embargo, utilizan esta deformación del lenguaje como un falso esnobismo, apareciendo en estas ocasiones como unos verdaderos iletrados y, en mi opinión (y es lo más grave) produciendo un daño adyacente al legitimo sentimiento de igualdad de género al que nada benefician este tipo de “ayudas”.

Con este tipo de actitudes se está consiguiendo justo lo contrario de lo que se pretende. Igual pasa con el famoso “cupo femenino” que muchos colectivos feministas defienden a capa y espada, y que pretende –por la vía de la imposición numérica- igualar la presencia de ambos sexos en casi todas las profesiones y lugares donde se desarrolle una actividad directiva, profesional o comercial. Ya sé que esta afirmación me puede traer más de una crítica, pero –de verdad- la hago pensando sinceramente en que no es una medida que ayude a dignificar la posición femenina en el conjunto de la sociedad. No voy a dejar de reconocer que la mujer está infrarrepresentada en multitud de sectores a los que no ha accedido en las mismas condiciones de igualdad que el hombre; pero eso no se soluciona aplicando reglas matemáticas. He escuchado más de una vez la opinión de muchas excelentes profesionales en contra del “cupo”. Algunas han considerado que no se ha tenido en cuenta su valía e idoneidad para determinado puesto, simplemente “les ha tocado” por ser mujer, y eso es verdaderamente denigrante, pero es lo que se está consiguiendo con esta política de falsa igualdad.

En mi opinión se podría hacer un mayor hincapié en la aplicación de nuevas políticas de conciliación familiar y, por supuesto, un énfasis mayor en aquellas acciones de formación e información de las que nuestra sociedad tiene una manifiesta carencia. Evidentemente este tipo de procedimientos es más lento, pero ayudarían a reconocer una conceptualización más objetiva del trabajo de la mujer, y le permitiría situarse en los puestos a los que tiene derecho y en los que ha demostrado tener capacidad de sobra para su desempeño, sin necesidad de que este derecho le sea otorgado por un símbolo matemático en forma de porcentaje.

Resumiendo: con la implantación de una gramática feminista no se va a arreglar este problema. Al menos esa es mi opinión, con todo respeto.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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