Una encrucijada sin resolver
La
llegada de Pedro Sánchez a La
Moncloa tras su penosa travesía del desierto, a la que su partido le
obligó, fue sorpresiva por la rapidez con la que se desarrollaron los
acontecimientos, a la vez que cargada de un simbolismo mediático que no ha
pasado desapercibido. Si analizamos los antecedentes de este personaje, y los
cerebritos que tiene a su lado como asesores de cabecera, no es difícil
pronosticar que los meses de legislatura que nos quedan por consumir, nos los
vamos a pasar enfrascados en una monumental campaña. Una campaña que va contar
con significativos guiños a un lado y a otro del espectro político, y con sus
clásicas y habituales ambigüedades, que son fruto de sus peligrosas
estrategias, junto a esas otras oscuras alianzas a las que haya podido llegar
para conseguir su legítimo nombramiento como séptimo Presidente de la
Democracia.
Pedro Sánchez está utilizando la misma técnica con la que
los independentistas han fabricado el procés. Según la fugada Sra. Ponsatí, resulta que
los secesionistas iban de farol, y que todo lo que le han vendido a la
ciudadanía catalana era pura fanfarria; que no estaban preparados y que “era un envite” para ver como respondía
el Estado. Lo que ha propiciado que
muchos catalanes se lo creyeran, y se montaran en un tren, sin destino definido
y con un maquinista (el Sr. Puigdemont) que nos pone los
pelos de punta, autoproclamándose el Moisés del siglo XXI.
No
obstante, que el Presidente del Gobierno utilice esta técnica, frente a los que
han demostrado (de farol o no) que se han querido cargar la unidad de España,
me parece de una temeridad considerable. Este tipo de jugadas se deben calcular
meticulosamente y, en algunos casos, pueden traer unos resultados contrapuestos
a los objetivos que se pretenden. Sánchez se puede ver atrapado, preso
de sus opiniones y de sus promesas, al igual que le pasó a Zapatero con aquella polémica
declaración, hecha en 2003, y que le perseguirá hasta sus confines: «Apoyaré la reforma del
Estatuto que apruebe el Parlamento catalán». Aunque el expresidente, posteriormente,
rectificó: «Es verdad que no fue muy afortunada.
Intenté rectificar», sin embargo,
esta ligereza oral nos ha supuesto unas posteriores y graves consecuencias que vamos
a tener que sobrellevar a lo largo de la historia.
La ministra Meritxell
Batet,
nada más tomar posesión, comenzó a preparar los cubiertos para abrir el melón
de la reforma constitucional, calificándola de “urgente y deseable”. Cuando ella misma reconocía, poco tiempo
después, que, en estos momentos es poco
viable, dado que este tipo de reformas requieren de unas mayorías
cualificadas (que el Gobierno actual no tiene), y –además- en el Senado el PP tiene una mayoría absoluta, lo que
hace indispensable un acuerdo, sí o sí, tanto con el principal partido de la
oposición como con Ciudadanos. Y esto, tal y como está el patio, lo veo tan
difícil como ver a Pablo Iglesias con corbata en La Zarzuela. Por otra
parte, en varias ocasiones hemos visto al President y a otros destacados líderes
independentistas catalanes felicitarse por esta nueva etapa que ellos califican
de “interesante y positiva”; y eso yo
creo que, para España, no tiene que
ser bueno.
El Gobierno, a través de
distintos ministerios, está mandando señales de humo a la Generalitat con el
acercamiento de los presos preventivos a las cárceles de Cataluña, con el
consentimiento a la restitución de sus Embajadas, o para sentarse a negociar las
cuarenta y seis peticiones, demandadas por el fugado Puigdemont, en las mesas
de negociación de transferencias que se han puesto en marcha recientemente. Además
de los subterfugios menos ortodoxos, relacionados con la manipulación de
determinados órganos jurídicos, con el objeto de obtener un trato de favor para
aquellos políticos que se encuentran inmersos en distintos procedimientos
judiciales relacionados con el procés.
Dicen, desde el PSOE, que es una forma de demostrar que
hay un nuevo “talante” en el
ejecutivo y que no se va a cerrar ninguna puerta, ni habrá líneas rojas que
impidan posibles conversaciones. Unas negociaciones que, tal y como lo está
planteando el Sr. Quim Torra (de gobierno a gobierno), más bien parece una
cumbre de dos potencias independientes, que no se fían una de otra, y que
intentan llegar a un armisticio, obligados por la vecindad y por el
compartimiento de una frontera común.
Reconozco
que estoy algo desconcertado con el devenir de los acontecimientos. Por un
lado, estoy de acuerdo con que la tensión en Cataluña debe rebajarse, y hay que
hacer algo para calmar la crispación y devolver la convivencia ciudadana que se
ha perdido en estos años. Pero, por otra
parte, observo algunas de las actuaciones que el Sr. Sánchez está
propiciando, fruto de la condescendencia y de la inacción, y que -como mínimo-
invitan al pesimismo y a la confusión.
Una
verdadera encrucijada que debería
resolverse cuanto antes, por el bien y la estabilidad de un país, que se merece
vivir en armonía, y erradicar la supremacía radical en la que se ha instalado
la clase política catalana.
La
solución no es fácil, pero a los ciudadanos de a pie nos preocupa saber que el
inquilino de La Moncloa, que es quien tiene la responsabilidad de buscar una
salida a este problema, sea Presidente gracias a los apoyos de
los independentistas, a los que, por otra parte, tiene que “reconducir” en su deriva secesionista. Por nadie pase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario