martes, 6 de noviembre de 2018

Una encrucijada sin resolver

Una encrucijada sin resolver



La llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa tras su penosa travesía del desierto, a la que su partido le obligó, fue sorpresiva por la rapidez con la que se desarrollaron los acontecimientos, a la vez que cargada de un simbolismo mediático que no ha pasado desapercibido. Si analizamos los antecedentes de este personaje, y los cerebritos que tiene a su lado como asesores de cabecera, no es difícil pronosticar que los meses de legislatura que nos quedan por consumir, nos los vamos a pasar enfrascados en una monumental campaña. Una campaña que va contar con significativos guiños a un lado y a otro del espectro político, y con sus clásicas y habituales ambigüedades, que son fruto de sus peligrosas estrategias, junto a esas otras oscuras alianzas a las que haya podido llegar para conseguir su legítimo nombramiento como séptimo Presidente de la Democracia.

Al menos eso es lo que pienso, aunque reconozco que me podría equivocar. El flamante Presidente nos tiene acostumbrados a sus cambios de opinión, o más bien a consumar lo contrario de lo que manifiesta. Nada más presentar la moción de censura se apresuró a manifestar que no iba a finalizar la legislatura y que no negociaría con ninguna fuerza política. Solo se disponía a tener unos encuentros “de cortesía”, invitando a los parlamentarios a que “obraran en conciencia”. Y ya hemos visto el resultado: ha pactado con todo quisque, y ya ha anunciado que tiene intención de acabar esta legislatura. Hay que reconocerle que es todo un maestro en decir una cosa y hacer lo contrario en un escaso espacio de tiempo.

Pedro Sánchez está utilizando la misma técnica con la que los independentistas han fabricado el procés.  Según la fugada Sra. Ponsatí, resulta que los secesionistas iban de farol, y que todo lo que le han vendido a la ciudadanía catalana era pura fanfarria; que no estaban preparados y que “era un envite” para ver como respondía el Estado. Lo que ha propiciado que muchos catalanes se lo creyeran, y se montaran en un tren, sin destino definido y con un maquinista (el Sr. Puigdemont) que nos pone los pelos de punta, autoproclamándose el Moisés del siglo XXI.

No obstante, que el Presidente del Gobierno utilice esta técnica, frente a los que han demostrado (de farol o no) que se han querido cargar la unidad de España, me parece de una temeridad considerable. Este tipo de jugadas se deben calcular meticulosamente y, en algunos casos, pueden traer unos resultados contrapuestos a los objetivos que se pretenden. Sánchez se puede ver atrapado, preso de sus opiniones y de sus promesas, al igual que le pasó a Zapatero con aquella polémica declaración, hecha en 2003, y que le perseguirá hasta sus confines: «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán». Aunque el expresidente, posteriormente, rectificó: «Es verdad que no fue muy afortunada. Intenté rectificar», sin embargo, esta ligereza oral nos ha supuesto unas posteriores y graves consecuencias que vamos a tener que sobrellevar a lo largo de la historia.

La ministra Meritxell Batet, nada más tomar posesión, comenzó a preparar los cubiertos para abrir el melón de la reforma constitucional, calificándola de “urgente y deseable”. Cuando ella misma reconocía, poco tiempo después, que, en estos momentos es poco viable, dado que este tipo de reformas requieren de unas mayorías cualificadas (que el Gobierno actual no tiene), y –además- en el Senado el PP tiene una mayoría absoluta, lo que hace indispensable un acuerdo, o , tanto con el principal partido de la oposición como con Ciudadanos. Y esto, tal y como está el patio, lo veo tan difícil como ver a Pablo Iglesias con corbata en La Zarzuela. Por otra parte, en varias ocasiones hemos visto al President y a otros destacados líderes independentistas catalanes felicitarse por esta nueva etapa que ellos califican de “interesante y positiva”; y eso yo creo que, para España, no tiene que ser bueno.

El Gobierno, a través de distintos ministerios, está mandando señales de humo a la Generalitat con el acercamiento de los presos preventivos a las cárceles de Cataluña, con el consentimiento a la restitución de sus Embajadas, o para sentarse a negociar las cuarenta y seis peticiones, demandadas por el fugado Puigdemont, en las mesas de negociación de transferencias que se han puesto en marcha recientemente. Además de los subterfugios menos ortodoxos, relacionados con la manipulación de determinados órganos jurídicos, con el objeto de obtener un trato de favor para aquellos políticos que se encuentran inmersos en distintos procedimientos judiciales relacionados con el procés.

Dicen, desde el PSOE, que es una forma de demostrar que hay un nuevo “talante” en el ejecutivo y que no se va a cerrar ninguna puerta, ni habrá líneas rojas que impidan posibles conversaciones. Unas negociaciones que, tal y como lo está planteando el Sr. Quim Torra (de gobierno a gobierno), más bien parece una cumbre de dos potencias independientes, que no se fían una de otra, y que intentan llegar a un armisticio, obligados por la vecindad y por el compartimiento de una frontera común.

Reconozco que estoy algo desconcertado con el devenir de los acontecimientos. Por un lado, estoy de acuerdo con que la tensión en Cataluña debe rebajarse, y hay que hacer algo para calmar la crispación y devolver la convivencia ciudadana que se ha perdido en estos años.  Pero, por otra parte, observo algunas de las actuaciones que el Sr. Sánchez está propiciando, fruto de la condescendencia y de la inacción, y que -como mínimo- invitan al pesimismo y a la confusión.

Una verdadera encrucijada que debería resolverse cuanto antes, por el bien y la estabilidad de un país, que se merece vivir en armonía, y erradicar la supremacía radical en la que se ha instalado la clase política catalana.

La solución no es fácil, pero a los ciudadanos de a pie nos preocupa saber que el inquilino de La Moncloa, que es quien tiene la responsabilidad de buscar una salida a este problema, sea Presidente gracias a los apoyos de los independentistas, a los que, por otra parte, tiene que “reconducir” en su deriva secesionista.  Por nadie pase.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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