martes, 13 de noviembre de 2018

No confundir las churras con las merinas

No confundir las churras con las merinas



Decía el popular locutor Carlos Herrera que “en España hay más tontos que botellines”. Y yo apostillo que eso no es lo malo, lo peor es que muchos de estos están ocupando cargos de responsabilidad en el gobierno de algunas instituciones. Y la simpleza (por no decir la estupidez), con la que adornan algunas de sus decisiones, nos deja boquiabiertos a muchos de los ciudadanos que asistimos a una representación, que más bien se parece al teatro de lo absurdo.

Hoy, mi crónica va a tratar sobre la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica. Una norma que, sin duda, tiene una componente positiva y de normalización histórica, pero que, en algunos otros casos, se está utilizando de una forma torticera y casi rocambolesca, y con un cierto tufo revanchista que ha llegado a que algunos confundan las churras con las merinas.

Hace unos meses sucedió en el Ayuntamiento de Barcelona. Entonces, la Sra. Colau se coló al apoyar y permitir el cambio de denominación de una calle, que estaba dedicada al Almirante Cervera, aduciendo que este era un franquista. La alcaldesa, presa de su ignorancia, se despachó a gusto cuando dijo que se sentía orgullosa de “quitarle el nombre de esta calle a un ‘facha’ (para ponérselo al querido Pepe Rubianes)”, en alusión al marino Pascual Cervera y Topete, contraalmirante durante la guerra española de 1898 contra Estados Unidos y al que nombraron jefe de la escuadra de Cuba.  No solo no tuvo nada que ver con el franquismo (el marino falleció en 1909), sino que, además, fue un ministro liberal de la Primera República, en el gobierno progresista de Sagasta (año 1892), y uno de los mejores profesionales que la marina española ha tenido a lo largo de su historia.

Más recientemente ha ocurrido otro tanto de lo mismo en el Ayuntamiento de Coslada, donde sus regidores, dentro del ejercicio legítimo que le otorga la ya citada Ley, han eliminado del callejero de la citada población, entre otros, los nombres de Alejandro Goicoechea, y de Juan de La Cierva y Codorniú, bajo pretexto de haber “colaborado” con el franquismo.

El primero de ellos, muchos lo recordamos, fue el inventor del TALGO, y, de hecho, el nombre del tren es producto de las siglas que configuran su nombre y que generan un reconocimiento a la figura de este insigne ingeniero vasco: Tren Articulado Ligero Goicoechea.

El segundo, Juan de La Cierva y Codorniú, también ingeniero (aeronáutico), nació en Murcia (1895) y su nombre ha rebasado las fronteras de nuestra Región, dado que fue el inventor del autogiro.

Juan de la Cierva construyó en Madrid, en 1920, su primer autogiro, el Cierva C.1, utilizando el fuselaje, ruedas y estabilizador vertical de un monoplano francés sobre el que montó dos rotores de cuatro palas rematados por una superficie vertical destinada a proporcionar el control lateral. Falleció el 9 de diciembre de 1936 en Londres, en un accidente aéreo. Desde el año 2001 el Ministerio de Educación de España otorga el Premio Nacional de Investigación ’Juan de la Cierva dedicado a la transferencia de tecnología.

En el Ayuntamiento de Coslada justifican su decisión señalando que "mientras haya calles dedicadas a la dictadura y sus promotores, (…) mientras queden cuerpos en fosas comunes o cunetas, seguiremos hablando de esta época oscura de la historia de nuestro país". Sobre el mismo particular, Macarena Orosa, Presidenta de la Comisión Técnica de Memoria Histórica añade: "Desde este equipo de Gobierno no cejaremos en el empeño de permitir que esas familias puedan encontrar a sus seres queridos para que descansen donde consideren oportuno".

Si esto no es confundir las churras con las merinas, que venga Dios y lo vea.

Al estallar la Guerra Civil, de la Cierva residía en Londres, y ese fue el motivo por el que se le atribuye una colaboración con el golpe. Al participar –circunstancialmente- en el asesoramiento sobre el alquiler del avión (Dragon Rapide) en el que el general Franco voló desde Gando  (Islas Canarias) a Tetuán, en el Marruecos español. Recordemos que el inventor falleció pocos meses después del inicio de la contienda (en diciembre de 1936).

En el caso de Goicoechea, su responsabilidad estriba en su contribución (como ingeniero) en el desmantelamiento de lo que se denominó “el cinturón de hierro de Bilbao”.

A mí, particularmente, me sorprende y me gustaría conocer cuáles han sido los verdaderos criterios que se han considerado a la hora de decidir sobre este tipo de actuaciones. En la mayoría de los casos las argumentaciones acaban utilizando la “colaboración” con el franquismo como estereotipo común a cualquier actividad en la que haya estado relacionado el sujeto cuestionado. Y, por consiguiente, mi reflexión: ¿Cuántos miles de españoles se vieron abocados a prestar algún tipo de colaboración, en uno de los dos bandos, como consecuencia de una guerra fratricida que ellos no habían organizado ni impulsado? De aplicar este criterio simplista a la hora de objetivar estas actuaciones, tengo por seguro que no se escaparía ni el gato.

Algo parecido (pero al revés) le ocurrió al ilustre escritor murciano José Luis Castillo Puche. Me lo refería él, personalmente, con motivo de una breve estancia, en Los Alcázares, a finales de la década de los 80. Desterrado al finalizar la guerra civil, no pudo volver a su tierra natal (Yecla) hasta pasados más de diez años. Tras los cuales, y al recibir diversos reconocimientos literarios y codearse con Hemingway en Nueva York, es cuando se acuerdan de él, en su pueblo, y colocan su nombre en calles y colegios, para mayor gloria de un desatino del que, hoy, ya casi nadie se acuerda.

Los dos inventores españoles tuvieron, en su momento, numerosos reconocimientos y no solo en España. De la Cierva, por ejemplo, tiene monumentos, dedicados a su memoria, en Londres y en Nueva York, e innumerables consideraciones internacionales. Y todas estas muestras de gratitud lo fueron (en uno y otro caso) por su actividad tecnológica e innovadora y por sus creaciones e invenciones en el mundo de la aeronáutica y del ferrocarril, y no por su participación en ningún conflicto civil ni por ninguna otra causa. Por eso no entiendo que estos personajes, reconocidos internacionalmente, en su país de origen estén siendo vilipendiados y despojados de unas menciones que, en su día, se les hicieron como reconocimiento a su labor profesional.

Mal vamos si seguimos por este atajo, en el que hemos podido comprobar como algunos indocumentados pretenden reescribir la historia de nuestro país, aprovechándose de una Ley, con la que nuestra sociedad se ha dotado, y cuya pretensión era reparar y cerrar las heridas producidas durante más de cuarenta años de dictadura, frente a los intransigentes (de uno y otro lado) que lo único que buscan es el revanchismo y un enfrentamiento permanente.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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