Monarquía o República, un dilema por resolver
Los que
mejor me conocen saben que no soy monárquico de convicción, aunque –reconozco-
profeso una cierta simpatía por esta monarquía que tenemos instaurada en
España, y que –aunque proviene de una decisión dictatorial- ha dado sobradas
muestras de no querer significarse lo más mínimo con el régimen que le
precedió.
Reconozco, así mismo, la dicotomía que, a lo largo de la historia, ha existido en nuestro país entre Monarquía y República. Sin embargo, no es mi propósito generar ninguna polémica, y menos en estos momentos en los que la institución monárquica en España está siendo objeto de una campaña de desprestigio, principalmente dirigida por aquellos que quieren cambiar la forma actual de organización territorial que los ciudadanos españoles nos dimos con la Constitución de 1978.
En una Monarquía Parlamentaria, como es la que rige en
nuestro país, no se elige al Rey por
sufragio universal, como sí que ocurre en una República, y eso es lo que
–aquellos que rechazan esta forma de Estado- aluden cuando se muestran
contrarios a aceptarla.
Como diría Pablo
Iglesias “…yo quiero un Jefe del
Estado que haya sido elegido en unas elecciones libres y democráticas”. Efectivamente
un Jefe del Estado que accede mediante una designación hereditaria (lo que
ocurre en una Monarquía), puede parecer poco democrático en consonancia con lo
que postula, cuando pide elegir al Jefe del Estado mediante sufragio.
Pero es que, en un sistema republicano, donde se accede
mediante unas elecciones, estas tampoco son sinónimo de democracia, ni de equidad
e independencia en la conducta de las personas que son elegidas. Véase, por
ejemplo, lo que ocurre en países como: Cuba, Venezuela, Nicaragua, o Turquía,
que lo tenemos más cerca. Todos ellos regidos por un sistema republicano. Y ya
me dirán Vds. si eso es lo más parecido a un régimen democrático, y si sus
máximos dirigentes son modelos intachables donde la ecuanimidad y la justicia
sean valores que puedan ostentar aquellos que han sido elegidos por sufragio
universal.
Por el contrario, nuestra joven Monarquía, consagrada como
forma de Estado en el artículo uno
de la Constitución de 1978, ha demostrado en esta nueva etapa (que ya dura cuarenta
años) su madurez, independencia y voluntad de actuar con total respeto a las
distintas ideologías que han conformado, en cada momento, tanto los gobiernos
como los parlamentarios elegidos por todos los españoles.
Una Monarquía Parlamentaria, como es la nuestra, no es
patrimonio de ninguna ideología política. Porque su soberanía se sustenta en
los tres poderes del Estado legitimados a través de nuestra Carta Magna: el
Legislativo, el Ejecutivo, y el Judicial. Y todos ellos son independientes de
la Jefatura del Estado. Y no como en una República, donde el Presidente, de
forma habitual, pertenece a uno de los partidos integrantes del sistema, y
dispone de muchos más resortes de poder de los que ostenta la Corona, en España.
Ese poder, en España, ya no lo detenta el Jefe del Estado.
Y es bueno recordar que fue el propio Rey
Juan Carlos quien lo hizo posible, al renunciar a sus prerrogativas, cuando
accedió a tan alta magistratura. Una equidistancia, que ha hecho posible situar
a la Corona por encima de los intereses de los distintos partidos políticos. Y
que le ha permitido ejercer una facultad de moderación que un Presidente de una
República no llega a realizar, al estar mediatizado por el partido que lo ha
aupado al cargo. Es un activo del que, en este momento, podemos presumir, y en
el que se puede constatar que existe esa independencia y ecuanimidad. Condiciones
que, me atrevo a sostener, en estos momentos no las tienen ninguno de los
líderes políticos que, actualmente, rigen –o intentan dirigir- el destino de
nuestro país.
Pero, es más, a aquellos que basan sus reticencias en
querer encasillar a la Monarquía con una determinada doctrina, les recuerdo (de
todos es sabido) que tanto el Rey Juan
Carlos como, actualmente, su hijo Felipe
VI, “simpatizan” más con las ideas que podrían denominarse como
“progresistas” que con aquellas otras más nostálgicas y apegadas al pasado.
Y en cuanto a los argumentos de aquellos que los
fundamentan en la “obsolescencia de la
institución” y que no es “una forma
de Estado moderna”, que es “poco
representativa y nada progresista”, les diría que se fijasen en países
como, El Reino Unido, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Suecia, o Noruega…, por citar solo algunos de nuestro entorno, cuya forma de gobierno
es la Monarquía Parlamentaria, y me digan si son modernos, si sus instituciones son poco representativas, si no son progresistas,
o su sociedad peca de obsolescencia.
También me quiero referir a los símbolos. En muchas
ocasiones algunos nostálgicos, quizá poco informados, manifiestan sus
reivindicaciones en favor de la República (cosa, por otra parte, totalmente
legítima). Y lo hacen mediante el uso y abuso de la bandera tricolor. Como si
el color de una bandera fuera sinónimo de un régimen determinado o de una forma
de Estado. A algunos se les ha olvidado que la primera República Española
(febrero 1873 / diciembre 1874) tuvo como enseña nacional la bandera roja y
gualda. Un diseño que surgió con un Real Decreto, de 28 de mayo de 175, por el que Carlos III resuelve la realización de
un concurso convocado para adoptar un nuevo pabellón de la Marina española.
No
tengo nada que objetar a las legítimas reivindicaciones de aquellos que quieran
manifestar sus sentimientos en favor de una u otra opción política o forma de
gobierno. Lo que considero sin base histórica alguna es querer reivindicar esta
aspiración rememorando un símbolo cuya referencia se retrotrae a tan solo 8 años
(1931/1939) de la historia de un país, como España, que tiene más de 500 años
de existencia, si los contamos desde la unificación de los distintos reinos existentes
en la península Ibérica (en 1492) durante el reinado de los Reyes Católicos.
En mi opinión, en la actualidad, hay muchos problemas que
resolver en España, y muy importantes, y no creo que este sea uno de los
prioritarios. Tengamos altura de miras y sentido de Estado, como lo tuvieron
–en su momento- personajes clave en la etapa de la transición, como Felipe González o Santiago Carrillo, a quienes no se les puede imputar ninguna vena
monárquica, y quienes supieron anteponer los intereses de país, a los meramente
ideológicos y partidistas.
El
historiador belga Jean Stengers
escribió: «Algunos extranjeros creen que
la monarquía es indispensable para la unidad nacional. Es una opinión algo inocente.
El rey es solo una pieza del tablero, pero una pieza muy importante».
Yo
también pienso igual. Prefiero a Felipe
VI, que no ha sido votado, que, a Nicolás
Maduro (versión española), elegido en unos comicios. Pues eso.
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