viernes, 2 de noviembre de 2018

Monarquía o República, un dilema por resolver

Monarquía o República, un dilema por resolver



Los que mejor me conocen saben que no soy monárquico de convicción, aunque –reconozco- profeso una cierta simpatía por esta monarquía que tenemos instaurada en España, y que –aunque proviene de una decisión dictatorial- ha dado sobradas muestras de no querer significarse lo más mínimo con el régimen que le precedió.

Reconozco, así mismo, la dicotomía que, a lo largo de la historia, ha existido en nuestro país entre Monarquía y República. Sin embargo, no es mi propósito generar ninguna polémica, y menos en estos momentos en los que la institución monárquica en España está siendo objeto de una campaña de desprestigio, principalmente dirigida por aquellos que quieren cambiar la forma actual de organización territorial que los ciudadanos españoles nos dimos con la Constitución de 1978.

En una Monarquía Parlamentaria, como es la que rige en nuestro país, no se elige al Rey por sufragio universal, como sí que ocurre en una República, y eso es lo que –aquellos que rechazan esta forma de Estado- aluden cuando se muestran contrarios a aceptarla.

Como diría Pablo Iglesias “…yo quiero un Jefe del Estado que haya sido elegido en unas elecciones libres y democráticas”. Efectivamente un Jefe del Estado que accede mediante una designación hereditaria (lo que ocurre en una Monarquía), puede parecer poco democrático en consonancia con lo que postula, cuando pide elegir al Jefe del Estado mediante sufragio.

Pero es que, en un sistema republicano, donde se accede mediante unas elecciones, estas tampoco son sinónimo de democracia, ni de equidad e independencia en la conducta de las personas que son elegidas. Véase, por ejemplo, lo que ocurre en países como: Cuba, Venezuela, Nicaragua, o Turquía, que lo tenemos más cerca. Todos ellos regidos por un sistema republicano. Y ya me dirán Vds. si eso es lo más parecido a un régimen democrático, y si sus máximos dirigentes son modelos intachables donde la ecuanimidad y la justicia sean valores que puedan ostentar aquellos que han sido elegidos por sufragio universal.

Por el contrario, nuestra joven Monarquía, consagrada como forma de Estado en el artículo uno de la Constitución de 1978, ha demostrado en esta nueva etapa (que ya dura cuarenta años) su madurez, independencia y voluntad de actuar con total respeto a las distintas ideologías que han conformado, en cada momento, tanto los gobiernos como los parlamentarios elegidos por todos los españoles.

Una Monarquía Parlamentaria, como es la nuestra, no es patrimonio de ninguna ideología política. Porque su soberanía se sustenta en los tres poderes del Estado legitimados a través de nuestra Carta Magna: el Legislativo, el Ejecutivo, y el Judicial. Y todos ellos son independientes de la Jefatura del Estado. Y no como en una República, donde el Presidente, de forma habitual, pertenece a uno de los partidos integrantes del sistema, y dispone de muchos más resortes de poder de los que ostenta la Corona, en España.

Ese poder, en España, ya no lo detenta el Jefe del Estado. Y es bueno recordar que fue el propio Rey Juan Carlos quien lo hizo posible, al renunciar a sus prerrogativas, cuando accedió a tan alta magistratura. Una equidistancia, que ha hecho posible situar a la Corona por encima de los intereses de los distintos partidos políticos. Y que le ha permitido ejercer una facultad de moderación que un Presidente de una República no llega a realizar, al estar mediatizado por el partido que lo ha aupado al cargo. Es un activo del que, en este momento, podemos presumir, y en el que se puede constatar que existe esa independencia y ecuanimidad. Condiciones que, me atrevo a sostener, en estos momentos no las tienen ninguno de los líderes políticos que, actualmente, rigen –o intentan dirigir- el destino de nuestro país.

Pero, es más, a aquellos que basan sus reticencias en querer encasillar a la Monarquía con una determinada doctrina, les recuerdo (de todos es sabido) que tanto el Rey Juan Carlos como, actualmente, su hijo Felipe VI, “simpatizan” más con las ideas que podrían denominarse como “progresistas” que con aquellas otras más nostálgicas y apegadas al pasado.

Y en cuanto a los argumentos de aquellos que los fundamentan en la “obsolescencia de la institución” y que no es “una forma de Estado moderna”, que es “poco representativa y nada progresista”, les diría que se fijasen en países como, El Reino Unido, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Suecia, o Noruega…, por citar solo algunos de nuestro entorno, cuya forma de gobierno es la Monarquía Parlamentaria, y me digan si son modernos, si sus instituciones son poco representativas, si no son progresistas, o su sociedad peca de obsolescencia.

También me quiero referir a los símbolos. En muchas ocasiones algunos nostálgicos, quizá poco informados, manifiestan sus reivindicaciones en favor de la República (cosa, por otra parte, totalmente legítima). Y lo hacen mediante el uso y abuso de la bandera tricolor. Como si el color de una bandera fuera sinónimo de un régimen determinado o de una forma de Estado. A algunos se les ha olvidado que la primera República Española (febrero 1873 / diciembre 1874) tuvo como enseña nacional la bandera roja y gualda. Un diseño que surgió con un Real Decreto, de 28 de mayo de 175, por el que Carlos III resuelve la realización de un concurso convocado para adoptar un nuevo pabellón de la Marina española.

No tengo nada que objetar a las legítimas reivindicaciones de aquellos que quieran manifestar sus sentimientos en favor de una u otra opción política o forma de gobierno. Lo que considero sin base histórica alguna es querer reivindicar esta aspiración rememorando un símbolo cuya referencia se retrotrae a tan solo 8 años (1931/1939) de la historia de un país, como España, que tiene más de 500 años de existencia, si los contamos desde la unificación de los distintos reinos existentes en la península Ibérica (en 1492) durante el reinado de los Reyes Católicos.

En mi opinión, en la actualidad, hay muchos problemas que resolver en España, y muy importantes, y no creo que este sea uno de los prioritarios. Tengamos altura de miras y sentido de Estado, como lo tuvieron –en su momento- personajes clave en la etapa de la transición, como Felipe González o Santiago Carrillo, a quienes no se les puede imputar ninguna vena monárquica, y quienes supieron anteponer los intereses de país, a los meramente ideológicos y partidistas.

El historiador belga Jean Stengers escribió: «Algunos extranjeros creen que la monarquía es indispensable para la unidad nacional. Es una opinión algo inocente. El rey es solo una pieza del tablero, pero una pieza muy importante».

Yo también pienso igual. Prefiero a Felipe VI, que no ha sido votado, que, a Nicolás Maduro (versión española), elegido en unos comicios.  Pues eso.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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