A vueltas con la disciplina de los partidos
Cuando
terminó la entrevista me planteé llamar a mi “amigo” porque daba la casualidad
que hacía unas pocas semanas que habíamos estado de tertulia informal y este
tema salió a la palestra. Por eso me causó extrañeza su ambigüedad, cuando yo
sabía que su opinión al respecto era muy clara: es decir ‘mantener esta tipificación penal, con un estricto control judicial, muy
restrictivo, y solamente aplicable a casos excepcionales’ Pero en ningún
momento se planteaba la derogación. No obstante, finalmente, renuncié a ese
contacto con tal de evitarle un mal trago, ya que no le hubiera quedado otra
salida que reconocer claramente su dependencia orgánica, funcional, y hasta yo
diría que mental, de su partido. Está claro que algunos, demasiados diría yo,
de nuestros políticos no obedecen a sus convicciones personales, ni a su mayor
o menor preparación o formación cultural y/o profesional, sino a la puñetera
disciplina de partido a la que ya nos tiene más que acostumbrados la mayoría de
las formaciones políticas en nuestro país.
Este
hecho, que por desgracia no es un caso aislado ni pertenece al ámbito de ningún
partido en concreto, es una tónica generalizada en el comportamiento habitual
de la clase política en España. Da igual el tipo de Administración a la que nos
refiramos; pasa exactamente igual en un Ayuntamiento, en un Parlamento Autonómico
o en el Congreso de los Diputados: Muchos de los políticos que están en esas
instituciones (salvando honrosas excepciones, que las hay), son meros voceros
de sus formaciones políticas que son las que les han permitido integrarse en
unas listas que los votantes nos tenemos que comer con patatas, nos gusten o
no, al estar cerradas y bloqueadas.
Recientemente
hablaba con el alcalde de un importante municipio de mi Región y me corroboraba
lo que todos sabemos y no somos capaces de cambiar, por más que nos lamentemos
y hagamos actos de contrición. Este regidor se lamentaba al constatar la poca
sensibilidad que la mayoría de los partidos tienen a la hora de valorar los
problemas reales de la ciudadanía. En el caso de los Ayuntamientos (como
administración más cercana) es la que mayores posibilidades tiene para percibirlos,
atender y resolverlos. Pero claro, nos encontramos con que las directrices que
se imparten, en determinados momentos y desde las cúpulas de estos partidos, no
son coincidentes con la resolución de algunos de estos problemas. ¿Y qué pasa en ese caso?... que se le hace
caso al partido, aunque el edil de turno no piense igual.
El
mismo alcalde me apuntaba, sin ambages y con valentía política, que esta
situación se resolvería si las listas en los municipios fueran abiertas y se
votara a la persona, obligándose, esta, a dar la cara de forma personal y a
hacer campaña a cara descubierta y sin el paraguas del partido; pero, claro,
esto a los partidos no les conviene, dado que perderían el control en la
elaboración de las listas y, subsidiariamente, el enorme poder orgánico que es
la base principal de la actual partitocracia que rige en España.
Por cierto que aunque la citada terminología no está aceptada todavía por la RAE, y no es más que un neologismo empleado para
definir la burocracia de los partidos políticos, el filósofo Gustavo Bueno afirma que la “partitocracia”
realmente constituye una deformación sistemática de la democracia.
Deformación que nos ha llevado a constatar la realidad en la que nos
hemos instalado en una imperfecta democracia como la que nos dimos en 1978, y en
la que conviven situaciones tan esperpénticas como reales, donde –por ejemplo- los
partidos políticos son capaces de “convencer” a sus representantes para que
defiendan una postura, en favor de una determinada política basada en el “agua para todos”, que se pueda utilizar
según convenga; por ejemplo, se activa cuando mandan ´los otros´, y se liquida
cuando lo hacen los propios. Y verán que no he mencionado a ninguna formación
política en concreto, aunque el lema utilizado lo parezca, y es que da igual la
ideología, lo estatutos y hasta el ideario de cualquiera de estas formaciones.
Cuando se trata del bien supremo, cual es la política de partido y la defensa
de la supremacía de su estructura piramidal, ni Podemos se escapa a la
justicia inmisericorde que supone acatar las directrices de quien manda.
¿De verdad una misma persona puede pensar una cosa y la contraria según
sea su dependencia orgánica o la oportunidad política del momento? Pues eso
parece con el sistema actual que tenemos y donde, con nuestra Ley Electoral
(mejorable por supuesto), se posibilita este tipo de situaciones, donde la
libertad individual y el respeto a la conciencia se ven conculcados por un
interés supremo que doblega uno de los preceptos más sagrados de la condición
humana en una sociedad libre: la independencia en el ejercicio de la actividad
política y social.
Lo más peliagudo es que este cascabel se lo tiene que poner al gato la
misma clase política que ahora disfruta de estas prebendas, y algunos pensamos
que estos políticos deberían tomar nota de un hecho histórico que sucedió en
nuestro país, cuando en 1977 las cortes franquistas se hicieron el harakiri, a
través de la promulgación de la Ley para
la Reforma Política, que permitió dar paso a la configuración de un nuevo
estado democrático. El bien general debería estar por encima de cualquier
interés particular o de grupo, y esto es lo que todavía falta que algunos
reconozcan y los que tengan capacidad para ello, que lo promuevan. Nosotros,
mientras tanto, lo que podemos hacer es denunciarlo y seguir insistiendo.
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