Los experimentos con gaseosa
"Si el Estado
quiere gastar más, solo lo puede hacer pidiendo prestado de tus ahorros o
cobrándote más impuestos. No es bueno pensar que algún día vendrá otro a pagar.
Ese otro eres tú. No existe tal cosa
como el dinero público. Solo existe el dinero de los contribuyentes".
Esta cita de quien fue Primera Ministra del Reino Unido (Margaret Thatcher) se debería imponer como libro de cabecera
obligatorio de todos aquellos que aspiren a desempeñar un cargo oficial y que
tengan responsabilidades que les impliquen algún tipo de uso de los
presupuestos públicos.
Y ¿quién va a estar en contra de estas medidas? Por supuesto
que nadie. Tan sólo cabe preguntarse ¿Cómo lo vamos a pagar? ¿nos encontramos,
de nuevo, en el umbral de una nueva etapa marcada por la creciente subida del
gasto público? ¿acaso no hemos aprendido de nuestros errores, del pasado
reciente?
El Gobierno se ha apresurado a lanzar algunos globos sonda
anunciando el incremento de los ingresos a través de una serie de nuevos
impuestos o gravámenes, pero asegurando (para no asustarnos mucho) que no
repercutirán en los ciudadanos. Aducen, en el PSOE, que van a poner un impuesto a la Banca; y esta se apresura a
decir que lo repercutirá en sus clientes (como no iba a ser de otra manera).
Otro de los gravámenes se lo van a endosar a las grandes multinacionales tecnológicas
(Google, Facebook...). Se proponen gravar el gasóleo, y poner un peaje en todas
las Autopistas y Autovías. Y como guinda, anuncian un “cambio de reglas en el Impuesto
de Sociedades”. Al final, todos estos “cambios”, de una u otra
forma, los acabaremos pagando todos los usuarios.
Por esta razón ya nadie nos fiamos de los cantos de sirena,
y estamos con los pelos erizados como escarchas, solo de pensar que nos vamos a
ver enrolados en un tobogán alrededor de un círculo infernal compuesto por las
siguientes constantes: mayor gasto
público = mayor recaudación = mayores impuestos = mayor empobrecimiento.
Esta ecuación, en otra época, hubiera sustituido la “recaudación” por un “mayor
déficit”, pero eso ahora es imposible, dado que Bruselas nos vigila y
estamos más controlados que un pensionista por parte de Hacienda.
Algunas de las medidas de carácter social que se nos
anuncian, y que tienen un cierto tufo populista, es otro más de los síntomas que
avalan que el periodo de gobernanza de Pedro Sánchez va a estar marcado por
acciones muy meditadas y mediáticas, y, por supuesto, a sufragar con la
chequera. Y a todo esto sin contar la sangría que va a suponer contentar a
determinadas Comunidades Autónomas (afines a la causa), tras el anuncio de que
no va a haber reforma de la Ley de
Financiación Autonómica. Lo que se tendrá que traducir en una inyección de fondos
de resistencia, que permitan a estas CCAA mantener ciertos servicios que, hasta ahora, han resultado
deficitarios. Y esto no ha hecho más que empezar.
Este tipo de experimentos
se podrían considerar si se cogiese el toro por los cuernos y se abordase, de
una vez por todas, una profunda reforma de la Administración en general y,
sobre todo, de los innumerables privilegios de los que nuestra clase política
disfruta, y que ya he denunciado aquí en más de una ocasión. Pensiones, algunas
de ellas vitalicias, para una buena parte de nuestra clase política. Más de
450.000 políticos en activo (cuando en Alemania hay menos de 200.000).
Privilegios y prebendas otorgados a infinidad de cargos públicos, en toda clase
de servicios, así como en las cuantías de determinados estipendios, dietas y
otro tipo de mamandurrias, de las que nuestra clase política podría dar buena
cuenta. Sin olvidarnos que en España hay más coches oficiales que en Estados
Unidos. Y así, la lista podría ser interminable. Si calculáramos el ahorro que
el Estado podría generar, de producirse este milagro, algunos fliparíamos en
colores y hasta, es posible, que nos avergonzáramos de vivir en una sociedad
donde, una buena parte de sus políticos, piensan más en sus intereses
particulares que en los de la colectividad.
Además, en España, el porcentaje de funcionarios públicos en
relación con el total de la población trabajadora es del 15,7%, mientras que en
Alemania es, tan solo, del 10,6%. Cifras estas que afectan, de manera negativa,
a una mayor competitividad en relación con el nivel productivo de nuestro país
y a los posibles ingresos que una mayor dinamización de la economía, podría
producir en nuestra sociedad.
Recientemente
Sánchez,
en una entrevista concedida a Cinco Días,
manifestaba su opinión: "no podemos
tener un sistema fiscal de tercera para un Estado de Bienestar de primera…
queremos un sistema fiscal con una presión cercana al 42%”. Ahora está
alrededor del 38%. Esto se traduciría en un refuerzo significativo de la
recaudación, equivalente a cuatro
puntos del PIB, es decir, más de 40.000 millones de euros.
A mi entender, se cometería un grave error. En una economía
de libre mercado (como es la nuestra), y en un periodo de expansión, es mejor
bajar los impuestos para recaudar más. Aunque parezca un contrasentido, esta
fórmula permite que se fomente la producción, y como resultado directo, la
inversión y el empleo. Lo que generaría una mayor recaudación. Pero esto me
parece a mí que no es en lo que están pensando.
“Hoy firmamos
una página nueva de la Historia de la democracia de nuestro país y empezamos a
escribir sus primeros párrafos”, dijo Pedro Sánchez durante el pleno del Congreso,
en el que fue flamantemente investido.
Esperemos
que no se quede en una página en blanco. España necesita un impulso, y –como
decía Eugenio D'Ors- “los experimentos con gaseosa”.
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