jueves, 15 de noviembre de 2018

Una nueva transición

Una nueva transición



Desde que algunos de los partidos llamados emergentes aparecieron en el panorama político nacional, estamos asistiendo a una operación de acoso y derribo de todo aquello que supuso la transición española del 78. Los partidos extremistas (fundamentalmente de izquierdas y antisistema) se han fijado como objetivo acabar con aquella maravillosa experiencia, que supuso una verdadera mutación en la vida política y social de todos los españoles.



Me sorprendo cuando observo a quienes, con todo el derecho del mundo, pero sin la suficiente información ni preparación, se dedican a enjuiciar y a proponer la revisión del pasado. De nuestro pasado histórico. Cuestionando aquellos años de la transición donde, los que la vivimos, decidimos pasar página (sin olvidar), pero transigiendo, en aras de una convivencia rota por una absurda guerra incivil.

Me asombro cuando oigo hablar de revanchismo y, sobre todo cuando, aquellos que no han vivido estos años, ni han querido entender lo que fue una confrontación fratricida, no son capaces de perdonar y transigir. Sobre todo, cuando los que (como mi padre) hicieron la guerra, y fueron represaliados por el régimen de Franco, nos enseñaron todo lo contrario, y fueron los primeros que apostaron por una reconciliación real y duradera.

La verdad es que no entiendo que les molesta, o que es lo que quieren eliminar, que signifique un verdadero contratiempo para el normal desarrollo de nuestra sociedad cuarenta años después. 
Algunos aducen que hay que cambiar la Constitución porque ellos no la votaron. Claro que, por esa regla de tres, cada generación tendríamos que votar unas nuevas reglas de convivencia.

Yo, sin embargo, propondría una nueva transición. Una transición en la que (sino todos) la mayoría apostáramos por cambiar algunas de las normas que están propiciando que la clase política esté cada vez más desarraigada de los que les votamos.

Una nueva transición en la que no hay, necesariamente, por que cambiar la Constitución. Solamente hay que tener voluntad política y propiciar sencillas modificaciones de la legislación vigente que, en muchos de los casos, se ha configurado como baluarte y refugio para ciertos políticos que han hecho de esta condición su carrera profesional.

Unos políticos (no todos, por supuesto) procedentes de la irrelevancia y sin un destino u oficio determinado. La mayoría de las formaciones políticas suelen nutrirse de jóvenes que se incorporan para hacer carrera política en el partido, con el problema de que muchos de ellos no tienen más formación que esa -o sea, ninguna- y lamentablemente no han trabajado nunca fuera del mismo.

Una transición que nos libre de la presión angustiosa y agobiante que está aplastando a millones de españoles a través de la incesante subida de la deuda pública que nos está empobreciendo, e hipotecando a futuras generaciones.

Que sea capaz de abolir la corrupción sistémica que se ha instalado en nuestras instituciones y cuya terapia exige una respuesta clara y contundente por parte de nuestros gobernantes, quienes, al parecer, son los menos interesados en que se produzca.

Que elimine los innumerables privilegios que la clase política disfruta. Con más políticos a sueldo que en Francia y Alemania juntos. Con un régimen de aforamientos que favorece la impunidad, y con un gasto público dislocado que está propiciado (en su mayor parte) por el Estado de las Autonomías. Un sistema, que algunos califican como fracasado, y que más bien se parece a un gigante con diecisiete cabezas que nos está devorando, como si de un “uróboros” se tratara, tal y como ocurre con el dragón de la mitología griega.

Y todo esto, en contraposición con los ajustes y recortes a los que se nos somete al resto de la ciudadanía en general. Unos ciudadanos que asistimos incrédulos a un circo, al que –únicamente- nos invitan a una función cada cuatro años.

Recientemente se ha publicado una encuesta, cuyos resultados nos debería hacer reflexionar, que muestra como España es el país de Europa donde sus políticos están peor valorados (rechazados, dice la encuesta). Esta situación está haciendo que surjan, con un cierto ímpetu, movimientos extremistas, a ambos lados del espectro político. No deberíamos banalizar esta realidad, sobre todo cuando estamos viendo el auge que estos movimientos está teniendo en otros países de nuestro entorno (Italia, Francia, Austria, Holanda…), y más recientemente en las elecciones celebradas en Baviera (Alemania).

En resumen, una nueva transición en la que consensuemos (como ya ocurrió en el 78) desterrar cualquier atisbo de enfrentamiento, y que impida ahondar en las heridas ya cicatrizadas del pasado y en todo aquello que supuso una división fratricida de un país que no se merece volver a alimentar el espectro de las “dos Españas”. Lo único que podríamos conseguir con esa actitud es alimentar las ansias de aquellos extremistas que, hasta ahora, han estado aletargados y que intentan obtener rédito de todas estas situaciones, en las que esperan pescar, como si de un río revuelto se tratara.

Los partidos tradicionales y las formaciones políticas constitucionalistas deberían hacérselo mirar antes de consentir seguir adelante con experimentos que, en estos casos, deberían hacerlos en su casa y con gaseosa.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario